Utopía social y reino de Dios

Globalización y diálogo de religiones (Espacio Ronda, Madrid 23.11.2019)

Texto base de la comunicación de X. Pikaza

 En el principio no hay una religión que se impone sobre todos, sino una palabra de diálogo entre varias religiones y culturas. Por eso, el modelo de globalización que proponemos no se sitúa en la línea de un sistema unificado desde arriba, ni en el predominio de una jerarquía unitaria sobre el conjunto de los hombres, sino en la comunión y armonía de la variedad: como las partes de un organismo vivo, como los colores del espectro de la luz, como las notas de una melodía, como los dones y carismas de una comunidad viva... así son las religiones. Así se ha desplegado el ser humano, que es único en diversas razas, que establece un mismo diálogo en lenguas distintas, que tiene una cultura en muchas culturas. De un modo semejante, decimos que es bueno que haya diversas religiones, lo que no va en contra de la verdad de una religión particular, como el cristianismo, sino todo lo contrario 

  1. Unidad en la diversidad. Tres principios

 Así quiero empezar diciendo: ¡Hay muchas religiones porque las realidades importantes son múltiples, como es múltiple la vida y son distintos los colores! ¡Porque la vida es, a la vez, un conflicto y un camino de concordia! ¡Porque el mismo “Dios”, a quien podemos llamar la Realidad (la Vida, el Movimiento, el Ser…), tiene maneras diversas de expresarse! Desde esta base esbozaremos algunas unas notas teóricas sobre la diversidad de las religiones, que podrán servir de punto de partida para la reflexión y el diálogo.  

 1- Principio de Realidad: «Hay muchas religiones porque somos ciegos y el Elefante es grande». Ésta es una respuesta popular que se ha dado en la India y que se viene repitiendo en todo el mundo:

             Reunieron una vez a siete invidentes y les encerraron en un inmenso edificio con un enorme Elefante, y les dijeron: ¡Que toque y sienta cada uno y diga qué ha tocado y qué ha sentido! Uno tocó una pata y dijo: Es una columna rugosa, como un árbol sin fin que sostiene el edificio del mundo. Otro palpó cuidadosamente la trompa y estudió sus funciones añadiendo: No, esto es una especie de conducto hueco que absorbe y expulsa el agua de la vida. El tercero metió la mano en la boca, llena de comida, y dijo: Es un abismo que todo lo devora. El cuarto se introdujo en su garganta y se sintió absorbido con el aire y digo: Es una inmensa respiración rítmica, que aspira y expira el viento infinito. El quinto fue tocando la parte inferior de su vientre y dijo: es un cielo que todo lo cubre y que así puede cobijarnos o impedirnos ascender a más altura. El sexto, en cambio,logró saltar y colocarse encima, cabalgando sobre sus lomos a gran velocidad, recorriendo en círculo la gran sala del cosmos, y dijo: es un perpetuo movimiento ¡qué hermosura! El séptimo escuchó sus grandes alaridos y se dijo: ¡Es una voz, quiere transmitirnos un mensaje que nosotros no entendemos!

 Dios (la Vida, la Realidad) es la columna cósmica, el despliegue de la Realidad, la meta incierta, la respiración vital, el cielo alto, el movimiento perpetuo, la voz interpelante... Todo eso y mucho más ha sido Dios (lo Divino, el Ser originario) en la experiencia de las religiones. Todo eso es bueno y verdadero, pero resulta siempre parcial, no consigue darnos la imagen del Elefante entero, es decir, del viviente divino, que así aparece como signo y realidad del Cosmos.

            Eso significa que  vivimos desbordados por la Realidad, simbolizada por un Elefante, que nos sorprende, desborda y sobrepasa, ofreciéndonos, al mismo tiempo, su cobijo y su impulso: bajo su cielo vivimos, sobre su espalda avanzamos, de su aliento respiramos, con su carne nos alimentamos... No tenemos distancia para mirarlo desde fuera, para abrir los ojos y verlo del todo, el conjunto de sus partes. La Realidad nos sobrepasa y, por ello, de un modo normal, después de haber sentido alguno de sus aspecto concreto, que nos llama la atención, nos aferramos y decimos: ¡Dios es esto!. Así nos compartamos como ingenuos orgullosos, como seres que se piensan capaces de dominar al Elefante.

             Las religiones son como caminos de exploración del Elefante al que todos de algún modo admiramos. Desde una determinada perspectiva, somos nosotros somos ese gran ser animado, nuestra propia vida, rica y múltiple, arriesgada y sorprendente, es de algún modo ese Elefante divino, que cumple y tiene   además, otras funciones: es Carne sagrada que los hombres han sacrificado y comido, es el Destino que les lleva en su gran carro, es la vida y la muerte...

            La vida de los hombres concretos e incluso de los pueblos resulta corta para hacer la ronda entera del gran Elefante, pero ellos, los hombres y los pueblos, que son de alguna forma ciegos religiosos, pueden dialogar contándose unos a los otros lo que han descubierto, tocado y entre-visto cada uno, iniciando un diálogo inter-religioso. De esa forma descubren (descubrimos) lo que somos, en un camino por el que pueden transitar y transitan todos los hombres y mujeres de la tierra.  En ese sentido, las religiones son (deben ser) universales desde una perspectiva dialogal.

 2. Principio de revelación. «Hay muchas religiones porque la Realidad es múltiple como la luz y variada como las palabras». La luz parece única y blanca (incolora), pero está llena de colores y se difracta en un arco iris donde cada tono es bello no sólo en sí mismo, sino y sobre todo en la medida en que sitúa al lado de los otros. El azul sólo es azul y hermoso si tiene a su lado al violeta, y el rojo al anaranjado... La belleza de la Realidad y de las religiones sólo puede desplegarse en forma de armonía. Si un color (si una realidad) quisiera ocupar todo el espacio del espectro negaría su belleza, destruiría a los demás colores, se destruiría a sí mismo.

             Una visión de este tipo se encuentra latente en muchas religiones, cuando dicen como el cristianismo que “Dios es Luz” (1 Jn 1, 5; cf. Jn 1, 4-5). Ella nos sitúa ante el símbolo de la difracción luminosa colores. Ya no aparecemos como ciegos ante un gran Elefante, sino como videntes limitados que sólo observan una gama pequeña del espectro luminoso. Hay muchos colores y todos se relacionan entre sí, sin que ninguna pueda imponerse a los demás (aunque algunos puedan ser dominantes); hay ondas y ondas, realidades y realidades más allá de los colores visibles... Y está en el fondo la Luz que es invisible, que parece que no es nada y que lo contiene todo.

             En cuanto tal, si no se expresa, expande y concretiza, la Luz es incolora, de manera que nadie puede verla de un modo inmediato (nadie puede ver a Dios y no morir, en esta forma de existencia).  Y, sin embargo, ella contiene y fundamenta todos los colores que podemos (y las ondas de energía y comunicación que no podemos ver). Por eso, cuando pasa a través de un prisma o de un medio adecuado, como las gotas de agua de una tormenta, ella extiende su abanico de colores, desde el rojo hasta el violeta (pasando por el anaranjado, amarillo, verde, azul, añil...). Son siete colores los que vemos, con sus combinaciones y matices, siete que pueden dividirse en miles de tonalidades esparcidas en la naturaleza y recreadas en la paleta de los pintores. Está, además, la gama inmensa de ondas eléctricas, magnéticas, atómicas... que no vemos y que, sin embargo, utilizamos, de manera técnica, la gama inmensa de ondas que se expande a uno y otro lado de nuestro pequeño arco iris: los infra-rojos y los ultra-violetas, desde el átomo y sus partículas, hasta las estrellas. Y está, finalmente, en el fondo sin fondo, la Luz en sí, que no se ve (y que quizá no puede verse nunca), pero que podemos comparar a lo divino.

              Así decimos que la Realidad (la Luz en sí, lo divino) es desconocida haciéndose cognoscible en sus múltiples matices, de múltiples maneras. Por eso, lo mismo que los colores no son la Luz, sino expresiones parciales y hermosas de la Luz, las religiones no son Dios, sino revelaciones y experiencias humanas de un Dios que siempre (por principio) nos desborda. Por eso, por exigencia de la misma revelación, las religiones tienen que ser múltiples, como dice para los cristianos la Carta a los Hebreos (1, 1-1). (1) Este es un signo de debilidad: ningún hombre ni pueblo tiene ojos para verlo todo, ninguno es capaz de descubrir todos los matices de la revelación de la Luz y menos de llegar a la Luz en sí, ninguno es Dios. (2) Pero, al mismo tiempo, este es un signo de riqueza: ¡Podemos ayudarnos a ver los unos a los otros!

Sería muy triste que todos descubriéramos lo mismo en las cosas que miramos. Sería horrible que sólo existiera aquello que vemos. Por eso es necesario el proceso de profundización religiosa y el diálogo entre los creyentes. En esa línea debemos recordar que las religiones no son fines, sino medios. Ellas no contienen la realidad de Dios, sino que son caminos a través de los cuales se expresa y expande su experiencia, en formas distintas y convergentes.

            Entendido de esa forma, el diálogo pertenece a la misma entraña de las diversas experiencias religiosas, en línea de profundización y complementación. (1) Es ejercicio de profundización que nos invita a buscar siempre más allá, a situarnos en los límites, para buscar al oro lado aquello que no puede encontrarse, pero que siempre nos atrae, en una línea que han destacado los místicos. (2) Este es un ejercicio de complementación, que lleva a retomar las experiencias de los otros, para así ayudarnos mutuamente a través de un camino que nos permite explorar y compartir la experiencia originaria de la vida.

            Normalmente, en los procesos de conquista de este mundo, aquello que uno consigue podría conseguirlo otro; por eso surge a veces la más dura competencia, que nace de la envidia y del deseo de tener unos mismos bienes. Pero el despliegue y revelación de la Luz de Dios sucede todo lo contrario: ¡Debemos aprender unos de los otros, de manera que cuanto más tengan los unos más podrán tener los otros! Por eso, no podemos decir que las otras religiones son falsas y la nuestra verdadera, de manera que debemos rechazarlas, para nuestro bien, sino todo lo contrario. ¡Las demás religiones son también verdaderas y cuanto más lo sean más podrán aportar y enseñarnos, para que veamos mejor todos!

             Esto no significa que todas las religiones sean iguales, que todas sean equivalentes. No es lo mismo el viejo paganismo del Himalaya que el budismo, ni era lo mismo el judaísmo que las religiones del entorno antiguo de Palestina, ni el cristianismo es igual que las religiones autóctonas de los vascones. Pero allí donde una religión se cree superior y destruye por la fuerza a las demás se vuelve instantáneamente falsa, por más verdades y bellezas que pueda tener en teoría. Sólo es verdadera aquella religión que respeta a las demás y les ayuda a desplegarse plenamente. Sólo es verdadera aquella religión que renuncia a salvar a los demás por medio de la fuerza.

 3. Principio de inspiración. «Hay muchas religiones, pero una Religión, que es diálogo de amor». Hay muchos valores, es decir, muchos dones o riquezas humanas, que permiten que los hombres puedan dialogar y comunicarse en amor, descubriendo de esa forma que la unidad se da en la pluralidad y no por fuera de ella o por encima. Este es un argumento que aparece en diversas religiones y que ha sido recogido de manera cristiana por San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Cor 12-14). Pablo descubrió que los diversos miembros de la comunidad cristiana de Corinto tenían carismas o valores (dones o gracias) muy diversas: de acciones y trabajos, de experiencias y visiones de la vida, de posibilidades afectivas y religiosas; siguiendo en esa línea, él definió a la iglesia como una comunión de amor desde la diversidad.

             La diversidad de carismas o valores puede convertirse en principio de enfrentamiento, si es que cada uno envidia a los demás, haciendo de este mundo un campo de batalla. Pero esa diversidad puede y debe convertirse en principio de diálogo más alto, en línea de amor, como de forma sorprendente ha seguido diciendo san Pablo   (cf. 1 Cor 12-14).  El amor exige diversidad: es bueno que haya hombres y mujeres, para así atraerse y gozarse de la diferencia, sin que unos (presumiblemente los hombres) sean superiores a los otros. Es bueno que haya hombres y mujeres con dones diferentes, para dialogar y enriquecerse entre sí. En esa línea, el ideal de la experiencia religiosa no es la uniformidad (un imperio, un mercado...), ni una jerarquía de tipo más o menos platónico, donde unos seres se sitúan por encima de los otros, sino una diversidad gozosa de colores o personas, que se relacionan en gesto de armonía, libremente, como iguales.

             El pensamiento platónico, dominante en Europa, ha interpretado la unidad y la religión como jerarquía: como expresión de la superioridad sagrada de unos seres sobre otros. En esa línea se ha situado generalmente una visión imperial de la realidad, en la que Dios aparece como Señor que domina, como un jefe de ejército que vence a todos los sometidos y contrarios. En la modernidad ha tendido a imponerse la imagen del mercado, según la cual la diversidad de religiones se entiende en la línea de un contrato en el que triunfan los que más tienen y pueden. Pues bien, en contra de eso, pensamos que el cristianismo y otras grandes religiones no se pueden interpretar desde una perspectiva jerárquica, ni a modo de imperio o contrato, sino en forma de comunión de amor. 

 ‒ La globalización del imperio marca el triunfo militar de unos sobre otros, que así quedan sometidos. Este modelo sigue estando en el fondo de muchos intentos modernos, no sólo en el campo de la política, sino incluso en el de algunas instituciones religiosas, que han querido imponer sus principios sobre todas las restantes. La verdad del imperio se expresa por la fuerza y conduce, por un lado, a la uniformidad (en la línea de los vencedores) y por otro al sometimiento (que se impone sobre los vencidos). Allí donde se vuelven aliadas del imperio (como ha podido suceder en Roma o China o en algunos momentos del cristianismo y del Islam), las religiones pierden su identidad, quedando a merced de una forma de política que acaba siendo siempre destructora. La vida es múltiple, espontánea, gozosa; no se puede regular por imperativo o por imperio (imperialismo).   El imperialismo religioso es siempre falso.

La globalización del mercado se expresa a través de una serie de transacciones económicas que parecen libres, pero que se encuentran dominadas por aquellos que tienen mercancías y medios para comprarlas y venderlas. En principio, el mercado pretende ser neutral: todos pueden venir y poner sobre la plaza sus productos, de manera que en el fondo es bueno que exista variedad de mercancías y de posibilidades... En ese sentido, se ha dicho que el mercado no es imperialista; no es de algunos jerarcas o jefes, sino de todos, de manera que en principio puede ofrecer unas oportunidades semejantes a los diferentes pueblos y grupos de la tierra.  Pues bien, este esquema del mercado, unido al capitalismo, aun teniendo sus valores, está llevando al sometimiento y esclavitud de gran parte de la población mundial. Allí donde el mercado se vuelve dominante se destruye al ser humano, se niega la religión.

‒ La unidad de las religiones se sitúa en el campo del mundo de la vida, y se expresa en forma de don compartido.  El mercado no regala nada, todo lo compra y vende, desde la bomba atómica hasta la vida humana, desde la tierra hasta los animales; en ese plano domina el talión, un tipo de ley que mantiene a todos sometidos. Por el contrario, las religiones no compran ni venden nada, sino que buscan y comparten el regalo de la vida. Una humanidad que se unificara militarmente como imperio y económicamente como mercado perdería el gozo de la vida y terminaría volviéndose causa de locura o destrucción para la mayoría de los hombres y mujeres. Desde ese fondo queremos distinguir la universalidad o globalización actual del mercado (en línea capitalista) y la apertura universal de las religiones, como experiencia de comunión de vida.

               La religión abre y despliega un espacio de humanidad compartida por encima de la violencia militar y del mercado. En ese sentido, quiero añadir que las pueden ofrecer y ofrecen espacios de gratuidad sobre el gran mercado en el que parece convertirse nuestra humanidad (sobre todo en Occidente).  Las religiones abren para los hombres unos espacios y caminos de gratuidad, precisamente allí donde la vida desborda el nivel del imperio y del mercado, de la imposición y del sistema. En ellas se expresa la experiencia de la Luz que se despliega en múltiples colores, la experiencia del “pan” que es más que pan, que es comunión de vida.   

 Un camino “católico”, es decir, de comunión universal

            Cierto tipo de iglesias y de religiones han querido volverse sistemas religiosos y ha impuesto su fuerza sobre quienes no querían aceptarla: herejes y judíos, desviacionistas y librepensadores (en plano sexual o racional). En esa línea, ciertas religiones o iglesias fundamentalistas (como ha sido muchas veces la Iglesia católica) se ha apropiado de la libertad de Dios para negar la libertad a otros humanos, destruyendo los cultos antiguos y exigiendo conversión en masa en los países donde ejerció su poder, por ejemplo en la conquista de América Latina. Más aún, ella ha formado y perfeccionado estructuras de imposición (inquisición) entre sus miembros. Sin duda, esos pecados son del pasado: eran momentos distintos, circunstancias diferentes, y nadie tiene derecho a criticar sin más a los antiguos. Pero, llevada hasta el final, esa excusa no vale, pues ella quería y podía haber sido testimonio de comunicación liberadora, al servicio de la vida, comunión en libertad y no sistema sobre las conciencias.  

  1. Propuesta de globalización político‒económica.

1, Un poder político mundial (Benedicto XVI). La globalización político-económica es buena en un nivel, pero no resuelve todos los hombres, sino que incluso podría aumentarlos, pues si hubiera una autoridad mundial unificada podría desembocar en la más dura de todas las dictaduras hasta ahora conocidas, en la línea de los “imperios” mundiales (babilonio, persa, helenista, romano…) que había criticado el libro de Daniel y el Apocalipsis de Juan. Por eso, junto a la globalización imparable del sistema, es necesaria una forma distinta de globalización en el nivel del mundo de la vida (y de la comunicación religiosa, y en especial cristiana).

En esa línea resulta interesante, aunque quizá insuficiente, la visión del Papa Benedicto XVI en su encíclica social Caritas in Veritate (2009), exponiendo un programa de paz mundial, a partir de la unión de todos los poderes (estados) del mundo, con la ayuda de un ejército mundial.Conforme a esa visión, los “estados” que deben ceder en parte sus poderes para así formar un gobierno mundial, al servicio de la humanidad. Todo nos permite suponer (en perspectiva de utopía) que el tiempo de los grandes estados nacionales e internacionales (con los bloques económico-militares) ha pasado o debe pasar. Ciertamente, quedarán los pueblos, los valores culturales, pero los estados perderán su influjo en el sistema y no serán beneficiosos para el mundo de la vida; no son Dios, ni servidores divinos, ni tendrán un lugar preparado en el "cielo".

El problema está pues en la superación del tipo actual de los estados, para crear un tipo de poder mundial, al servicio de la paz. Así lo dice Benedicto XVI, indicando que el cristianismo va en la línea de la buena política (es decir, de un cambio de política) de los Estados y el Mercado, que debería realizarse partiendo de la autoridad de un poder central más alto, de tipo Autoridad económico-política, representada por las Naciones Unidas:

  Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la Arquitectura Económica y Financiera Internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad Política Mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad (Caritas in Veritate 67)[1].

             Esa autoridad política mundial implica una globalización político-económica, al servicio de la justicia y de la paz. Evidentemente, esa autoridad, entre cuyas tareas se encuentre el “oportuno desame integral”, resulta no sólo positiva, sino necesaria. En esa línea parece conveniente el surgimiento de una “Autoridad Política Mundial” al servicio de la seguridad alimenticia y de la paz. Por eso debemos empezar alabando calurosamente al Papa y alegrándonos mucho de su compromiso a favor de la paz, desde una perspectiva económica ejemplar, en línea de sistema.

Pero debemos añadir que, en principio, su propuesta se sitúa en un plano de sistema de poder, más que en el nivel más alto del mundo de la vida, propio del cristianismo, que resulta a nuestro juicio decisivo. Lógicamente, en un discurso de tipo jurídico-político, el Papa no puede apelar al Sermón de la Montaña, ni a las palabras centrales del mensaje de Jesús, ni a la compasión budista, ni a la meditación hindú. Por eso, su propuesta, siendo muy sabia (quizá la mejor que se puede hacer desde un orden superior de política y economía humanista), no responde a la exigencia originaria de Jesús, que no dictó lecciones para los gobernantes y los ricos del sistema, sino que abrió un camino de solidaridad sanadora y de paz desde lo pobres.

Lo que dice Benedicto XVI es, en el fondo, lo que deseaban algunos pensadores del la “acción comunicativa mundial”, como J. Habermas y algunos neo-ilustrados de izquierda filosófico‒social.  Pero, como vengo señalando en el fondo de este libro, para los cristianos y los hombres y mujeres religiosos, lo más importante no es un cambio  en el plano del sistema, sino una transformación radical en el mundo de la vida, con el surgimiento y camino de personas y grupos que opten por la comunicación universal, humana,  desde abajo, es decir, partiendo de los pobres/itinerantes (que son los que pueden curar a los ricos). Sólo desde ese plano podrá promoverse una oportuna transformación del sistema político-económico.

Jesús y los grandes creadores religiosos como Buda o el autor de la Bagavad Gito (y el mismo Mahoma) vinieron a situarse en el “mundo de la vida”. No quisieron tomar el poder para cambiar el Estado y la economía mundial (ni quisieron influir en la configuración de las instituciones mundiales), sino que optaron por iluminar (convertir) a personas y grupos concretos, iniciando con ellos (para ellos) un camino distinto de paz mesiánica, en una línea que se sitúa cerca de lo que podríamos llamar “objeción de conciencia” y rechazo del mundo de la guerra. No se trata de lograr un pequeño cambio en la fachada del sistema político-económico (y militar), sino de transformarlo de un modo radical, desde arriba, en el plano de las opciones radicales de la vida.

La transformación del Estado (de los estados) y de la Economía mundial (con el ejército) ha de venir, pero vendrá después, superando el plano de un sistema impositivo, sin apelar a los medios del poder económico o político, desde una experiencia fundante de comunicación religiosa. Los grandes problemas de un nivel (en este caso el nivel económico-político) sólo se resuelven situándose (y situándonos) en un nivel más alto. Para que la economía y la política puedan ofrecer su aportación al despliegue de la vida humana, en línea universal, ellas deben superar el plano de la globalización del sistema (en línea de poder), para situarse en un plano de comunión personal, en gratuidad.

En otras palabras, para que el sistema sea “humano” (esté al servicio del hombre) tiene que superar el nivel del sistema, que es un nivel de “poder”, para expresarse y actuar desde el nivel más alto del mundo de la vida. El reto y fracaso de las revoluciones está en el hecho de que ellas han querido desplegarse y triunfar a través de un tipo de “toma de poder”, tanto en un plano político como económico (en su mismo nivel de sistema). En contra de eso, sólo allí donde se supera ese plano de toma de poder puede darse una verdadera revolución humana, que no sea ya una nueva forma de dictadura del sistema. Por eso, de forma sorprendente, el evangelio afirma que la gran transformación sólo puede realizarse a partir de los pobres, es decir, de aquellos que renuncian a la toma de poder. 

  1. El riesgo de una Autoridad Política Mundial. Sin duda, en el caso de que surja esa Autoridad Mundial que quiere Benedicto XVI, a través de unas Naciones Unidas verdaderamente eficaces, los estados particulares podrían desarmarse, como se desarmaron los ejércitos de los nobles y las mesnadas de las ciudades con la llegada de los Estados Nacionales, entre los siglo XVI y XIX. Desaparecerían así un tipo ejércitos nacionales (convertidos en meras policías regionales), pero no habría llegado el verdadero desarme, sino que podría surgir un tipo de imposición y dictadura político-militar más alta (como pudo haber sucedido en el Imperio Romano, cuando el Ejército/Policía de los pretorianos tomó de hecho el poder).

En esa línea, sin el cambio radical de las personas y los grupos, el fortalecimiento de un Estado/Economía mundial podría convertirse en la mayor de todas las dictaduras, como la Biblia ha puesto de relieve al hablar de unos imperios mundiales en los que se unifica todo el poder económico/militar pero que, en vez de convertirse en “aliados de Dios” (como quiere Benedicto XVI) se convierten en antidivinos (las bestias de Dan 7 y de Ap 13-14). Ciertamente, reconozco el valor de la propuesta admirable del Papa, con su esfuerzo por regular el poder/economía, poniéndolo al servicio del despliegue de la humanidad. Pero en este momento de la historia, tengo miedo de los “poderes únicos”, vinculados al único ejército/mercado, pues en esa línea quisieran avanzar, de manera fatídica, el imperio nazi y el comunismo soviético.

Desde ese fondo, dentro de la lógica judeo-cristiana (que está al fondo de Daniel y del Apocalipsis), quiero poner de relieve la exigencia de una insumisión creadora (es decir, de una protesta eficaz, en contra del Sistema), al servicio de unas formas inmediatas (personales) de comunicación y de libertad. En esa línea, sin rechazar la dinámica que lleva a la creación de un gran Estado/Economía Mundial, con el desarme de los ejércitos menores, me habría gustado que el Papa Benedicto XVI hubiera destacado más  el ideal y las implicaciones de una verdadera  transformación y recreación religiosa de la humanidad, en la línea de la compasión budista, la contemplación hindú o el Sermón de la Montaña del Cristianismo.

Da la impresión de que Benedicto XVI, con una parte considerable de la jerarquía católica, sigue más en la línea de una “cristianización del Imperio Romano”, que se expresaría en forma de “mejora” del Sistema, y no la línea de la conversión radical y del rechazo mesiánico, es decir, de la “gran desobediencia” de Jesús (cf. Mc 1, 14-15) y del Apocalipsis, (cf. 13, 9-10), no para destruir con armas al imperio, sino para construir sin armas un tipo de humanidad y economía alternativa. Quizá tienen miedo a la desobediencia y al rechazo del orden establecido, por lo que eso puede implicar en un plano civil y religioso[2].

En un sentido, en plano de poder, lo que dice Benedicto XVI es muy valioso. Pero muchos pensamos que, en la actualidad, desde el movimiento de Jesús,   empieza a ser necesaria una “santa desobediencia”, es decir, una “huelga” desde abajo, en línea de insumisión económico/militar. No voy en contra de un cambio en las Naciones Unidas (¡creo que es necesario!). Pero, al mismo tiempo, tengo miedo de ese cambio, si se realiza en línea de Poder, pues podría llevarnos a nuevas dictaduras (a más de lo mismo, en formas más sutiles). La aportación del cristianismo debe ir en otra dirección, vinculándose más a los grupos de resistencia, que no quieren tomar el poder, sino crear espacios de vida liberada para el amor, desde los más pobres, como quiso Jesús.   

 2. Globalización religiosa: gracia, pobreza y universalidad.

La verdad es una, pero sólo puede expresarse allí donde se asumen y valoran perspectivas distintas, sin que una domine sobre las otras. La verdad es una, pero no puede expresarse y triunfar a través de un tipo de “toma de poder” (en el nivel del sistema político-económico), sino desde otros principios, que a mi juicio se condensan  en los tres principio de la gracia, pobreza y universalidad. Se trata, pues, de lograr un tipo de globalización que no se funda en el sistema, sino más bien en el mundo de la vida, y que sólo desde allí (desde ese plano más alto, sin toma de poder) puede influir y expresarse en el sistema.   

1. Principio, el primado de la gratuidad. La comunicación universal no puede imponerse por medios políticos o económicos, sino que debe ofrecerse y extenderse gratuitamente, por el gozo de dar y compartir. El peligro de (casi) todas las revoluciones (francesa, soviética…) ha estado en la toma de poder, y en el intento de imponer por la fuerza sus principios. Pues bien, en contra de eso, la revolución que proponemos desde las religiones no se puede realizar tomando el poder, pues si lo hiciera dejaría de ser revolución “religiosa”, en el nivel del mundo de la vida, y se convertiría en un elemento más del mecanismo del sistema.

Kant suponía que la globalización puede alcanzarse por medios racionales y económicos, que en el fondo terminan imponiéndose de un modo sistémico. Pues bien, sin negar el valor de ese nivel, los cristianos afirman que la globalización (es decir, la unión de todos los hombres) es un don o, quizá mejor, una revelación de Dios y que sólo así, en forma de don (revelación gratuita) puede extenderse.  

 Aquí se sitúa, a mi juicio, la gran "mutación evangélica" (y la experiencia radical del budismo, del hinduismo, del Islam): En el descubrimiento del valor creador de la gratuidad, superando el deseo impositivo/posesivo que nos lleva a luchar mutuamente. La vida verdadera no avanza en una línea de ley y posesión, de lucha mutua y de toma de poder, sino de gratuidad y comunicación universal. Por largos siglos, los hombres han pesando que los bienes de la tierra deben conquistarse por la fuerza y que sólo se puede conseguir la paz con imposiciones (sacrificando de algún modo a los demás). Pues bien, la lógica de Jesús invierte esa ley de imposición sacrificial y las disputas por la propiedad: La realidad es don (regalo) y sólo como regalo puede tenerse y compartirse.

Mientras los bienes del mundo eran tierras o metales preciosos, máquinas o petróleo, podía utilizarse la lógica de la oposición o sacrificio: tengo que quitar a los demás lo que tienen para tenerlo yo mismo, y así ser poderoso. Pero en el nuevo mundo de los bienes "inmateriales", donde lo que importa es la "creación de vida", esa lógica de la oposición puede y debe superarse. Estamos entrando en una era económica o social muy diferente, en la que pierden su prioridad los antiguos tipos de propiedad privada (entendida como fuente de enfrentamientos), de manera que el “mercado” (que estaba en el centro de la propuesta de Kant) puede expresarse y desplegarse en forma de donación mutua, sin propiedad privada de tipo impositivo. Pueden ya cumplirse las "leyes del mercado" que había propuesto Kant, pero no en forma de compraventa, sino de gratuidad. Sólo aquellos que crean y dan (que regalan lo que son y lo que hacen) podrán vivir en el futuro, abriendo un camino de concordia universal. Sólo en un segundo momento se podrán concretar las mediaciones sistémicas de ese don supremo que es la vida regalada y compartida. 

2. Mediación mesiánica: desde y para los más pobres. Kant había propuesto una paz de fabricantes y comerciantes, de gente que utiliza los medios económicos para relacionarse y enriquecerse, y su propuesta (¡quizá mal entendida!) condujo a un mercado de ricos, de burgueses propietarios egoístas. Ésta era la paz de los que pueden, es decir, de los fuertes y grandes, una paz que acaba estando al servicio de capital, que se concreta en los intereses de los privilegiados que dirigen el mercado. En contra de eso, la paz de Jesús puede y debe elevarse a partir de los pobres, es decir, de aquellos que no buscan la “toma de la riqueza” (en paralelo con lo que antes he dicho sobre la “toma de poder”), sino que dan y comparten lo que tienen, desde la pobreza, es decir, desde la gratuidad compartida.

El mundo actual busca la globalización desde la riqueza, es decir, desde la propiedad de unos bienes, convertidos en principio de posesión. Pues bien, como vengo diciendo, los bienes materiales siguen siendo importantes, pero ellos sólo pueden ser mediadores de comunicación universal en la que medida en que se convierten en don regalado y compartido. Ésta no es la pobreza del no tener, sino la que se expresa allí donde los hombres y mujeres se elevan de nivel, de tal forma que son por lo que dan y comparten.

Ésta es la segunda categoría mesiánica: la mediación de los pobres. Dentro de una sociedad injusta y dividida, la gracia de Dios (es decir, el movimiento de la vida) viene a expresarse de manera peculiar y más intensa a través de los margi­nados del sistema, es decir, de aquellos que salen del sistema, pero no de una manera puramente negativa, sino como representantes y testigos de un nivel más alto de realidad, en el plano del mundo de la vida.

Ésta no es una afirmación general de tipo filosófico; no es un principio de razón social abstracta sino una categoría mesiánica que brota de la misma acción del Cristo que ha querido encarnarse entre los pobres, expresando en el plan de Dios e iniciando con ellos un camino sal­vador abierto a todos, en línea de gratuidad compartida, no de posesión egoísta de los bienes. En este nivel se sitúa el budismo, cuando renuncia al deseo de bienes, para expresar y realizar la vida en el plano de la compasión universal. Éste no es un principio negativo, un “no tener” (bajar de nivel), sino un principio positivo, que se expresa como un ascenso de nivel: Se trata de descubrir y desarrollar unos bienes más altos, en línea de comunión, en el nivel del mundo de la vida. Sólo desde ese plano superior podrá expresarse la mediación económica del sistema, que no estará ya al servicio de Mamón (el Dios capitalista), sino de la humanidad concreta.

 3. Meta: paz religiosa  y globalidad humana. Frente a la universalidad del mercado, que regula los intercambios comerciales partiendo de los intereses de los ricos, Jesús promueve la universalidad de la vida, que se expresa en la comunicación personal entre los hombres, partiendo de los pobres. Frente a la universalidad de un imperio que reúne a todos desde el poder más alto del «imperator» o general en jefe, vinculándoles en la lucha contra un enemigo común (chivo emisario), Jesús destaca la comunicación múltiple de todos con todos, desde abajo, en forma de redes de vida y afecto, de fe compartida. La universalidad de Jesús no se funda en una jerarquía que dirige y domina al conjunto desde arriba, sino en la comunicación directa, desde abajo, a partir de los más pobres, de los excluidos del sistema.

Allí donde la vida es gracia (un regalo) y partiendo de los pobres (excluidos del orden militar, económico o religioso) puede alcanzarse la verdadera universalidad, entendida como diálogo múltiple y enriquecimiento mutuo de personas y grupos (incluso de religiones). Nosotros queremos destacar aquí el universalismo cristiano, pero sabiendo que se trata de un universalismo humano que tiene una base biológica (hombres y mujeres somos una misma especie) y una estructura dialogal: formamos una comunidad múltiple de dialogantes que comparten un lenguaje vital y un mismo camino de pobreza, es decir, de gratuidad compartida.

 Las mejores tradiciones de Israel eran y son universalistas, pero sólo en un sentido tendencial, pues suponían que no ha llegado todavía el tiempo en que todos los hombres y mujeres pueden dialogar, comunicando y compartiendo así la vida. En esa línea, muchos judíos dividían el mundo en dos grupos:por unlado ellos (elegidos de Dios, que conocían ya su ley), por otro los gentiles (que aún no han conocido ni aceptado esa ley). Por eso, el mesías debía dirigirse primero a ellos, para transformarles como pueblo; solo después, ellos alcanzaran su grandeza mesiánica, podrían extenderla (desde su mismo centro) a los restantes pueblos de la tierra.

Pues bien, Jesús ha invertido ese modelo. No ha rechazado teóricamente los valores de Israel; no ha condenado externamente su estructura, pero ha comenzado a proclamar y extender el Reino de Dios entre los pecadores y expulsados, iniciando un camino de Reino precisamente con aquellos que se hallaban más lejos del centro, ocupado por sacerdotes, fariseos, esenios, etc. Aquí se plantea el tema de la globalización, partiendo del mundo de la vida. Ciertamente, en un nivel siguen existiendo e influyendo instituciones que se apoyan en otros valores: grupos culturales y naciones, tradiciones sociales y sacrales, que el cristianismo puede y debe aceptar, pues Dios «ama a todos los seres y no aborrece nada»... (Sab 11, 24), ni tiene acepción de personas (Rom 2, 11) por raza o religión.

Pues bien, según el evangelio cristiano, la unidad de todos los hombres sólo puede realizarse desde los expulsados de los grandes sistemas del mundo. Esta es la universalidad que parte los pobres; no se trata de construir sistemas religiosos o sociales, sino de que los hombres (empezando por los más pequeños: pobres, marginados, excluidos) puedan comunicarse, como Cristo, «piedra que los arquitectos desecharon y que ahora es cabeza de ángulo y principio de todo el edificio» (Mc 12, 10 par; cf. Sal 118, 22-23).

En esa línea, los cristianos afirman que Cristo (el mesías expulsado y crucificado) es la piedra desechada y que con ella no se puede construir un edificio al estilo del templo judío (o de una nueva catedral cristiana), ni un nuevo imperio social o religioso como el que habían fundado por entonces los romanos. Jesús hizo algo mucho más concreto y profundo: abrió unos espacios de comunicación desde los más pobres, como un bazar multiforme, pero no al estilo capitalista moderno, para imponer el propio y conseguir riquezas a base de los otros, sino simplemente para compartir experiencias y vivir enriquecidos.

Su movimiento se compara al de un grupo de gentes que se van reuniendo para hablar y vivir, como en una plaza abierta (cf. Ap 22, 2), donde cada uno aporta lo que tiene y todos pueden comunicarse de un modo directo, sin intermediarios superiores, sin leyes jerárquicas, sin otra norma que el deseo de ofrecer cada uno lo que tiene y el respeto a las necesidades de los otros. Jesús no ha querido ofrecer en este campo una respuesta teórica, no ha construido otro templo, no ha querido otro imperio, sino que ha iniciado un camino de humanidad, de diálogo concreto y universal, como en un gran bazar donde parece que reina el desorden absoluto y, sin embargo, hay un orden e intercambio más hondo que en todos los programas impositivos, de tipo social o religioso.

La universalidad verdadera solo es posible donde los hombres se miran y encuentran (dialogan) de un modo directo, pues los temas de la vida no están hechos y resueltos de antemano (como en una gran catedral, de diseño unitario), sino que se van resolviendo a medida que los hombres se dan y reciben la vida, se encuentran y dialogan (cf. Mt 25, 31-46). Esta globalización del Dios la vida (en diálogo de comnión de cristianos con hindúes, budistas, musulmanes etc…) no se resuelve con más dinero, poder o imposición religiosa sino desde la experiencia de amor compartido.    

Notas. 

[1] Texto de Benedicto XVI en www.vatican.va/.../hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate. La cita de Juan XXIII, (Pacem in Terris 293) ha de entenderse desde su contexto. Es evidente que Juan XXIII defendió una paz mundial, que se expresara en un cambio fuerte de las instituciones políticas y económicas, pero la situación de su tiempo (1963) era muy distinta y es también distinta la inspiración evangélica de fondo de su texto. 

[2] Ese miedo al rechazo del “orden establecido” (aunque sea violento e injusto) está en la línea del temor que paralizó a muchos alemanes ante el crimen abismal del nazismo y que nos sigue paralizando a nosotros ante la injusticia del gran sistema mundial (con miles y miles de muertos de hambre cada día). Un miedo menor, pero ciertamente grande, paraliza a muchos católicos actuales, que no se atreven a tomar una opción responsable en un línea de libertad, buscando formas de convivencia/economía alternativa ante el riesgo de un sistema total como el que parece defender todavía Benedicto XVI, cuando la reforma de las Naciones Unidas de los representantes del Mercado mundial, con pleno poder económico/militar para realizar así, desde arriba (desde el poder) las reformas necesarias.

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