La Virgen Mística ¿un riesgo cristiano? (Emilita)

Querido Xabier
Te mando este comentario por correo, porque me ha quedado largo para meterlo en tu blog. Verás que no he comentado nada en los post místico-marianos de estos días, aun en contra de mi deseo. Te digo: no entendía por dónde ibas. ¿Deseo de mostrar la actualidad de Tirso, como buen mercedario? ¿Intención de sugerir, sin señalar, otras líneas católicas que hoy no son más que vislumbre? ¿En realidad, para quién escribes? ¿Para los que a diario te hacemos eco escrito o para otros ojos invisibles? Me parece que la literatura teológica católica, incluso la que no toca este tema, se asienta sobre una implícita mariología que recorre los subterráneos teológicos de la Iglesia, y que parece un proyecto de mariologización global.
Hoy, releyéndote de nuevo, parece que se me han abierto un poco las entendederas, porque te has hecho tú mismo las preguntas clave: ¿Se comprenden hoy las obras de Tirso? Pero, sobre todo, ¿qué ha cambiado en nuestra sensibilidad religiosa y en nuestra experiencia poética? ¿Qué juicio nos merece el catolicismo que está debajo de esas dos obras? Y buen maestro, dejas que respondamos, o que otros desde el silencio se respondan.
Veamos si puedo trasladar aquí los diálogos que a veces hacemos en la intimidad de mi hogar.
Situar el tema. La Dama Virgen y el Juan Tenorio
Estoy de acuerdo sobre todo con JMS cuando apunta que Tirso es cantera para el análisis cultural del barroco, aunque tal vez lo sea más Quevedo, menos lopesco y más advertido de lo que las ideas poseen de sueños. Decía que es cantera cultural, pero Tirso es insalvable en su transposición antropológica como dice JMS. Rotundo y claro, como siempre. Pero a mí me gusta la palabra y lo que somos capaces de hacer con ella. Se me ocurre empezar con una
pregunta: ¿En verdad la Dama del Olivar, o la Virgen Dama, o la dama Reina del tablero de ajedrez, son la alternativa en el plano de la libertad, al don Juan Tenorio? Dices que sería bueno vincular ambos rasgos, y hablaríamos entonces de un D. Juan como amor seductor que manipula frente a la Virgen Dama como amor que libera. Pues bien Xabier, así de entrada, uniendo todos estos cabos que termino de encontrar, creo que habría una tercera alternativa para el catolicismo de hoy, que no es ni la Dama ni el Tenorio.
De tu exposición parece desprenderse una idea de feminidad "divina" liberadora (la Virgen), rompedora del modelo de amor sexuado que busca someter y atrapar (Juan Tenorio). Una alternativa en toda regla pero fataldisyuntiva: o esto o lo otro.
Permíteme retroceder en el tiempo a Gonzalo de Berceo con sus «Milagros de nuestra Señora», donde invocar a la Virgen es, en el origen de la conciencia católica mariana, invocar la protección de la Dama (Virgen Reina, Virgen Santa, Virgen Medianera) que vincula en orden a la pertenencia a la Iglesia.
Frente a esta realidad, el donjuanismo es la imagen de un medio socio-político -también religioso- de seducción, que busca controlar y someter. Don Juan es la seducción del eternamente joven que hace creer a las mujeres que son importantes y especiales. Y porque hay mujeres que quieren ser seducidas (mujeres idealizadoras), puede existir don Juan. Pero la seducción acaba alienando, destruyendo. Y esto lo digo yo, que soy mujer.
Leamos entonces el «Don Juan» de Torrente Ballester. El don Juan real no es reconocido por la mujer que ha idealizado al don Juan "divino". Aquél es ya uno de nosotros. El divino es el intermediario entre el mundo soñado y la esperanzas amorosas puesta en su ser. El don Juan idealizado, según una de las protagonistas de esta novela, es esperado porque habrá de retornar enamorado de ella. Por eso ya no puede identificar al don Juan real que vuelve cansado y herido por la vida, tan cierto y cotidiano, como cada cual.
Con la Dama sucede algo parecido. Al final es una vuelta a la caballería. Y porque hay hombres que quieren ser seducidos (sentirse importantes o caballeros) existe la Dama. Aquí no hay sexo, pero hay espadas, lanzas, estandartes, etc. En ambos casos el dinamismo interno es el mismo: la idealización.
Un ejemplo. Los Heraldos del Evangelio
Un buen ejemplo sería esta nueva especie de medio congregación, medio orden o medio movimiento, llamado "Heraldos del Evangelio". Puedes encontrar sus páginas de Internet. Merece la pena verlo.
La Virgen lo preside todo, y ellos y ellas visten hábito pardo y blanco, con una inmensa cruz de Santiago, de campos blanco y rojo. Sus paradas litúrgicas se asemejan a templarios. Es el nuevo ejército de la evangelización, portando insignias, himnos y enfundados en botas. Puede parecer anecdótico, Xabier, pero es consecuencia de un profundo arraigo de la Dama como protección, ya que en ella se ve la potencia que media y (co-)redime frente a las asechanzas de los seductores. Donde hay Dama, tarde o temprano habrá ejércitos, y ahí llegará lo que he dicho, la defensa de la Dama, o sea las divisiones. Caen primero los peones (los pobres, los pequeños, los sin rango ni nombre), que en el tablero de ajedrez del evangelio son precisamente los que hay que conservar, porque aquí se ha dado una inversión total. Ya no son el Rey y la Reina el objetivo del juego, sino precisamente todos "en" los peones, que al fin y al cabo somos nosotros con rostros, nombres y apellidos.
Tercera vía. Navegar más allá de la Dama y el Tenorio
El modelo de la tercera vía que mencionaba al principio, como superación de este doble esquema: Dama-Tenorio, vendría dado en términos de literatura, por un motivo que llamaría homérico. Navegar como Ulises, entre Escila y Caribdis, entre la Dama divinizada y asexuada (que exige protegidos confesantes) y el don Juan símbolo de la seducción y autoidealización. La Virgen que tú quieres recuperar en clave liberadora, pienso, acabaría tarde o temprano por convertirse en un título más y no una categoría teológica básica e irrenunciable; será un nombre entre el resto de nombres que rodean, como las estrellas de la Inmaculada, a esa primordial Dama poderosa que es la Virgen de la tradición, de la historia de la espiritualidad, de la mística a la que tú apelas. La Gran Madre poderosa capaz de engullir toda aplicación teológica, por muy renovadora que sea, como esos antiguos marquesados, condados o principados que se agregan a las tierras donadas a su gobierno universal.
No digo que renunciemos a la Virgen; sólo "leo" los peligros que conlleva rehacer míticamente este símbolo femenino, rebosante de títulos y atribuciones en este tiempo de post-ilustración, tiempo por otra parte, de recuperación de lo femenino en clave sagrada y liberadora, por tanto, ideológica. Habrá que sumar a los muchos nombres y privilegios de María el nuevo de "liberadora", ya que el de "pobre y sierva" los asume, evangélicamente hablando, ella misma.
Xabier, ¿necesitamos realmente refundar símbolos sagrados públicos para recuperar las fibras religiosas o místicas bajo excusa de casa, pan y compañía? ¿No estaremos tal vez resucitando formas paganas? Y me refiero a las malas formas de lo pagano:
las de las estatuas imponentes con ojos escrutadores, con nombres numerosos y múltiples, con servidores, intérpretes y escrutadores del vuelo de las aves (el universo de las telecomunicaciones, de las opiniones, de las fórmulas reconocidas), las palabras de los dioses (textos, textos y más textos), las cenizas (la historia y la tradición) o las entrañas de las aves (conciencia, psique, emociones, etc.)? Lo bueno del evangelio es no poder-ser-pagano, es decir, poder llegar a decir que en realidad somos, tú y yo, semejantes a las diosas, o en sentido católico, a la Virgen, por muy mujer, madre del Mesías, inmaculada, virgen y asunta que sea, dado que cada uno de nosotros tiene también la definitiva palabra que ella misma posee: que el Padre está ya-entre todos por igual. No te pienses que no soy mariana, a pesar de mis palabras. Ella, la Virgen-Dama, es parte buena de la fe, porque nos muestra lo que todos somos en potencia, igual que la luna refleja la luz del sol.
¿Jesús fue mariólogo? Ulises y las damas/diosas
La mariología, parece recalar en la defensa de la Dama. Y creo que Jesús no es eso lo que pide, sino que acojamos el Reino, El Padre, que está entre nosotros, porque «quien me ha visto a mí ha visto al Padre» sin más sacralizaciones. En la Virgen María todo está en potencia de ser sacralizado, simplemente porque ella se ha convertido en símbolo universal generador de cualquier otorgación sacral, llámese antaño reina y emperatriz, como cantaba el Cancionero de Palacio del siglo XV-XVI, o ahora como pobre con los pobres. Y es que, en contraposición, el pobre nunca puede ser nimbado, siendo como es el centro del Evangelio. Puedes besar sus llagas a lo Francisco de Asís, pero no puedes darle un valor social de representatividad. Ya sabes que los bienaventurados pueden no saber que lo son ni querer serlo, y no obstante seguir siendo bienaventurados. La Virgen María parece saberlo por sí misma, estando como pobre, pero revestida de dignidad y poder. Porque como en alguna parte de tu blog ha escrito nuestro contertulio Joaquim: «queda la profunda radicalidad del Evangelio: y ¿quién es el guapo que se atreve con ella?».
Quizás lo que ha cambiado en nuestra sensibilidad religiosa -y respondo así a tu pregunta, Xabier-es nuestro realismo, que puede ser frágil ante las nuevas (pero viejas) ideaciones religiosas. Realismo frente al idealismo de ese mundo de jerarquías, misas y enormes estadios donde aparece la Dama, como el sol movible, para más tarde haber reyes, caballeros, escuderos,... y enemigos. Hay que insistir en la idea del Padre llamado así por algunos, como Jesús, y de otra manera por otros. Porque es ese Dios quien nos abre los ojos ante el inmenso sembrado donde crecen juntos el trigo y la cizaña, sin que podamos ni debamos intentar separarlos o cortarlos, intentando no doblar la caña que mecen los vientos. El Reino, la gran parábola del Evangelio, es el Padre, que ha acampado "entre" nosotros (¡ojito con la preposición!).
La tercera vía, que llamo "homérica" y a la que me refería al principio, está en navegar entre los mares, como Ulises, arrastrado o defendido por los dioses, que son las tensiones de la historia, luchando contra los monstruos de un solo ojo, que advierte de los cantos de sirena, de los lotófagos o que descansa con Circe. La barca es el propio Padre, como esas aguas, extrañas, bellas, aunque no exentas de peligro, sobre las que caminó Jesús. No es una idea mía, es del Evangelio. Está en Lc 17,21: El Reino (El Padre), que viene sin dejarse sentir, está ya-entre nosotros. Las nuevas indicaciones son un adverbio y una preposición: ya-entre. Hay que navegar o caminar ya-entre todas las cosas, como lo hizo el mismo Cristo, siendo quizás tan arriesgados, grandes y miserables como Ulises, pero sabiendo que se está de viaje, situación en la que todos nos convertimos en iguales (damas, vírgenes y tenorios), dentro de esa barca que es el viaje en sí: repito, el Padre.
No soy teóloga y a lo peor me he pasado tres pueblos. Te pido disculpas. Mi deseo más hondo sería vivir con realismo, superados ya los viejos tiempos de la idealización poética y literaria en general. Como diría Teresa de Ávila: «me he divertido harto». Sólo he intentado responder a tus preguntas y formular otras, mientras vamos de camino. Un beso.
Emilita