Soy católico porque soy cristiano… en diálogo/disputa con los protestantes

Ayer publiqué una primera versión de esta “entrega” con el título “soy católico porque soy cristiano”. Varios “amigos” me han escrito en privado diciendo que tiendo a mantenerse en el plano de los principios generales, que concrete, si puedo, las diferencias entre católicos y protestantes. Es lo que haré hoy, manteniendo el “grueso” del post de ayer, pero añadiendo una introducción, que tendré que desarrollar en días sucesivos. Quiero precisar en ella los puntos de “disputa” (discusión, diálogo) entre católicos y protestantes, desde el comienzo de la Reforma. Ésta es una disputa buena y necesaria, y aquí presentaré algunos de sus puntos importantes.

En otro tiempo, esta disputa se hizo con guerras como la de los Treinta Años y con inquisiciones y muertes, de un lado y de otros... Ha sido una historia de disputas sangrientas, que en España llevaron a la "muerte" de los "herejes", hasta hace muy poco tiempo. ¡Verguenza ha de darnos... y vergüenza me da!. Pero, gracias a Dios (pidiendo a Dios perdón por el pasado, y también a los hermanos perseguidos y/o asesinados), quiero presentar hoy algunos rasgos de esa disputa, en gesto familiar de amistad, de solidaridad, de búsqueda compartida...

No quiero tener de antemano la razón, a no ser en el diálogo, desde Jesús (su mensaje de Reino, su entrega hasta dejarse matar no matando, por amor a los pequeños...). Para ser fiel a mi tradición (y a mi manera de entender la fe) quiero dialogar, ofreciendo mi experiencia a los protestantes. Éstos son algunos de los puntos que ellos ponen de relieve, estos son los temas que tendremos que poner sobre la mesa (una mesa con pan para todos, incluídos los más pobres, sean o no cristiano):


Siete puntos discutidos, siete momentos para el diálogo

1) Sólo la fe (sola fides), no las obras. Los protestantes dijeron que los católicos ponían (poníamos) el principio de salvación en las “obras” (méritos…), no en la gracia de Dios que se manifiesta en Cristo. Los católicos seguimos defendiendo el valor de las obras (de la libertad, de la cooperación) de los hombres. Es evidente que tenemos diferencias, pero no creo que sean insalvables. El tema de las "indulgencias", tan importante en tiempo de Lutero, hoy nos parece secundario, a la mayoría de los católicos y de los protestantes... aunque sigamos teniendo diferencias (los católicos destacamos más la comunión elesial, como solidaridad creyente, de salvación).

2) Sólo la gratia (sola gratia), no un tipo externo de devociones y sacramentos. Los protestantes dijeron que los católicos ponían (poníamos) las devociones y sacramentos (un culto externo) por encima de la gracia de Dios. Los católicos aceptamos también el principio de la gracia, pero pensamos que ella se expresa también de un modo intenso en gestos y signos sacramentales (pues pensamos que la experiencia mesiánica de Jesús no es sólo una vivencia de fe, sino también de conversión que se expresa y concretiza en signo de celebracíón comunitaria). Tenemos diferencias, podemos seguir dialogando.



3) Sólo Cristo, no más santos (ángeles, Virgen María…). Los protestantes ponen de relieve la mediación salvadora de Cristo y dicen que los católicos hemos difuminado su figura, poniendo a su lado a la Virgen María, con muchos ángeles y santos a quienes de hecho veneramos como mediadores. Buena me parece la “protesta” protestante, pero pienso (con muchos católicos) que el “sólo Cristo” no va en contra de la experiencia de solidaridad y presencia salvadora de los “santos” (dentro de la comunión eclesial); pienso que la Virgen María ha podido ser a veces un signo menos cristiano (cuando es manipulada de forma partidista), pero estoy convencido de que ella puede ser y es una expresión de la "plena encarnación" de Cristo. En esa línea, los dogmas marianos de la Iglesia Católica (inmaculada, ascensión) pueden y deben entenderse en clave eclesial y antropológica, como quiso el Vaticano II. Sobre la intepretación de los relatos de infancia (con el signo del nacimiento virginal de Jesús) ya no hay diferencias básicas entre católicos y protestantes. De todas maneras, el signo mariano sigue siendo un lugar de diferencia y de posible encuentro.

4) Sola la Escritura, no a las tradiciones… Los protestantes dicen a veces, con cierto humor, que ellos colocan la Biblia (como Palabra de Dios) en el lugar donde los católicos ponemos una vela a la Virgen o nos sometemos a ciertas “tradiciones” posteriores de la Iglesia. Buena y muy buena me parece la protesta protestante, pero creo que la Escritura no se pude entender en el vacío, sino que su lectura y aplicación se inscribe dentro de una historia (de una tradición) eclesial que debe reformularse y recrearse en cada caso. Gran parte de nuestro diálogo futuro ha de hacerse sobre la base de una lectura de la Biblia (en diálogo con el judaísmo, que es guardián y portador de la Escritura de Israel, nuestro Antiguo Testamento, y con el mismo Islam, que ha puesto de relieve elementos importantes de la Escrigura judeo-cristiana).

5) Sólo el creyente ante Dios… Así quieren los protestantes que cada cristiano sea su obispo y su papa, en pie ante Dios, dialogando con él… Esa postura me parece admirable, pero pienso que ella no va en contra de una “comunión” de los creyentes, con lo que eso implica de mediaciones ministeriales, incluido un “ministerio” de unidad, que puede estar simbolizado por el Papa. Aquí seguimos teniendo grandes diferencias. A pesar de ellas pienso que es bueno y necesario mantener (muy reformada), desde una vertiente paulina y joanea, un tipo de ministerio petrino, siempre en comunión de iglesias. No estamos simplemente “solos” ante Dios, sino en comunidad…

6) De la justificación por la fe… a la justicia social (al amor mutuo….). Ésta me parece la mayor disputa. Lutero y los primeros protestantes pusieron de relieve la “justificación por la fe” (no por las obras…)... y en este campo discutieron unos y otros. De todas formas, en los últimos años, católicos y protestantes en general hemos llegado a un acuerdo básico. De todas formas, el problema sigue, tanto para los católicos como para los protestantes… Es evidente que, si hay Dios y hay Cristo (es decir, hay salvador de Dios en la historia), el Dios el que “nos justifica” (nos hace justos/santos). Pero nosotros debemos “expandir” y reflejar su justicia salvadora en forma de gratuidad y solidaridad humana, en gestos concretos de servicio mutuo (de amor a los pobres, de transformación social).

7. Finalmente, católicos y protestantes somos seguidores del Hijo del Hombre, es decir, de aquel que quiso ofrecer un camino de Dios para el conjunto de los hombres, superando unas barreras especiales de "ley" (o de confesiòn social y religiosa) aislada. Por eso, nuestra tarea hoy es el diálogo con la cultura humana en su totalidad, con todas las religioens, en búsqueda de justicia y salvación para todos. En este campo ha sido ejemplar (y peligrosa) la tradición filosófica protestante... y un tipo de apertura católica a las diversas culturas... Pero unos y otros (todos los cristianos) tenemos una tarea comunión de misiòn y comunión. En aquí, en esta tarea común, donde debemos dialogar, desde las fuentes del Dios de Jesús (no en contra de otros, sino para todos los hombres y mujeres del mundo, desde nuestra propia y pequeña identidad ¡no tenga miedo, pequeño rebaño...!).

Éstos son, a mi juicio, algunos de los temas pendientes en el “post” de ayer, que ahora “transformo” y que dejo colgado con el nuevo título: «Soy católico porque soy cristiano… en diálogo (disputa familiar) con el protestantismo». No quiero convertir esa disputa en campo de agravios mutuos, ni en lucha contra nadie, sino en camino de búsqueda común. Para mí, como católico, en este momento, si no hubiera protestantes tendría que inventarlos… pues ellos me permiten buscar la verdad, caminando juntos… En ese sentido digo que ellos, los protestantes, son una bendición para mí (católico)… y pienso que nosotros, los católicos, podemos ser una bendición para los protestantes… de manera que podamos dialogar y buscar juntos, sin tapar las diferencias, sin convertirlas en motivo de insulto o descalificación, sino de gratuidad y búsqueda de Reino.



Post de ayer (24. 06. 10) (Algo disminuído).


Ayer publiqué una reflexión diciendo “por qué soy católico”.

Entre los comentarios, en general bondadosos, me ha sorprendido uno de G., que me decía: soy “católico” para servir de esta manera, que me parece la más apropiada para mí, al cristianismo y a todas las personas de las demás confesiones y no-confesiones, con las que espero comulgar un día en la Iglesia de Jesucristo Universal (Católica) en sentido pleno». Gracias, G., en esa línea quiero seguir, matizando el sentido de Jesucristo, el Hijo del Hombre.

También me ha sorprendido uno de A.C, que preguntaba si se puede ser “católico” (y decir que Jesús es Hijo de Dios) sin aceptar la "la virginidad” (biológica) de Maria y diciendo que Jesús tuvo más hermanos (biológicos). La respuesta es “sí (se puede)”, como lo decía el mismo J. Ratzinger, actual Benedicto XVI, en su libro Introducción al Cristianismo, afirmando que la filiación divina de Jesús (en un plano eterno) no se opone al hecho de que él hubiera tenido un padre humano (y otros hermanos).
En esa línea digo que ser católico implica afirmar que Jesús de Nazaret es presencia (Hijo) de Dios, siendo Hijo de Hombre, esto es “Cristo”, es decir, “humanidad universal”, principio de comunión y esperanza para todos los hombres. El católico no niega otras fuentes de Unidad humana y Presencia de Dios (de salvación), pero, para él, en concreto, el principio fuerte (definitivo) de comunión y salvación se ha expresado por Jesús, que es el Cristo de Dios (y de la humanidad), no con el hacha de guerra, sino con una "cruz" que es signo de entrega personal (amar es servir a los demás, ser capaz de sufrir por ellos) y de comunión (abierta a los cuatro puntos cardinales de la vida), en esperanza de resurrección (es decir, de culminación gozosa, pues la Vida de los hombres y mujeres tiene Sentido, es Bendición, promesa de Gloria).

Por eso digo que soy católico (quiero ser universal) porque soy cristiano, es decir, porque creo que Jesús (en su mensaje y vida) es signo/presencia de Dios y fuente de Unidad y Plenitud (es decir, de Salvación) para la humanidad.
Siendo cristiano-católico no sé responder a todos los problemas, ni en política ni en economía, ni en ecología ni en cuestiones laborales, afectivas o familiares… pero creo que tengo una buena “herramienta” para ir abriendo puertas y comprendiendo mejor las que están abiertas, en un mundo amenazado como el nuestro, un mundo en el que ayer mismo leía que, en su línea de expansión-depredación actual, a la especie humana le podían quedar poco más de dos siglos de vida en este planeta.

Desde ese fondo quiero presentar mi visión de la historia y de la actualidad del cristianismo, comenzando un debate que seguirá abierto (si lo estiman los lectores). Buen fin de San Juan a todos.

1. HISTORIA.

El surgimiento del cristianismo, tal como ahora lo conocemos, empieza a finales del siglo II d. C. Hasta entonces, las iglesias cristianas constituían una exigua minoría, casi insignificante y marginal, no sólo dentro del gran Imperio romano, sino dentro del judaísmo. Desde el siglo IV las iglesias cristianas empiezan a ser la entidad más significativa del imperio romano. Después se han extendido a todo el mundo, básicamente (en nuestra tradiciòn occidental) a partir del imperio romano , en su forma oriental (Bizancio, ortodoxia) y occidental (Roma, catolicismo occidental luego protestantismo). Como religión vinculada de un modo especial a la historia de occidente, el cristianismo se ha extendido luego a casi todo el mundo.

De todas maneras, el cristianismo sólo ha penetrado de una forma masiva en los lugares donde había religiones o culturas menos avanzadas o donde la presencia occidental ha sido más intensa (África y, sobre todo, América). En zonas o regiones donde había una religión más elaborada o culturas tradicionales más firmes (India, China, Japón) su presencia ha sido más escasa. Por otra parte, las iglesias cristianas cristianismo han “perdido” en manos del Islam amplias zonas de influjo cristiano: en el Norte de África y en todo el cercano Oriente, desde Egipto hasta Persia.


2. ELEMENTOS BÁSICOS


Se han configurado en los tres primeros siglos de su historia, suscitando así lo que llamamos el “cristianismo occidental”, que es el único que se ha desarrollado hasta ahora de un modo triunfal. Otros tipos de cristianismo “no helenista ni romano” (como los del Egipto copto, Etiopía y Siria aramea) han sido o han terminado siendo minoritarios. Éstos son los elementos que han conformado el cristianismo occidental, desde su principio.

a. Diálogo con el judaísmo.

Hubo un momento, hacia al año 150, en que diversos grupos de tipo semi-gnóstico, entre ellos el de Marción, intentaron separar el cristianismo de sus bases israelitas. La Iglesia en su conjunto reaccionó de una manera ambivalente.

(1) Por un lado, ella defendió su origen israelita: ratificó la Escritura de Israel como Antiguo Testamento y asumió muchos elementos sacrales de la estructura sacerdotal de Jerusalén (o de las tradiciones israelitas), siendo en ese sentido más judía que la misma sinagoga rabínica (que no acepta de hecho la estructura sacerdotal del judaísmo antiguo, pues no existe ya el Templo de Jerusalén donde se realizaban los sacrificios).

(2) Al mismo tiempo, ella destacó su independencia respecto al judaísmo: introdujo en su Escritura algunos textos propios (Nuevo Testamento) y organizó su vida y liturgia de una forma que en principio era independiente del judaísmo. Ciertamente, el cristianismo conserva su raíz judía, pero la re-interpreta de un modo peculiar, destacando los aspectos más sacrales de la jerarquía y del culto de Jerusalén, que se aplicarán a los obispos (como nuevos sacerdotes) y a la eucaristía (como expresión nueva de los sacrificios del templo).

b. Cultura helenista.

En contra de los judíos rabínicos, los cristianos aceptaron el griego (y el latín) como lengua común y en ella leyeron su Biblia (la traducción que habían hecho los judíos alejandrinos: los LXX) y elaboraron sus doctrinas teológicas y religiosas. Hasta el día de hoy, para bien (y también para mal, por la limitación que ofrece toda cultura concreta) la iglesia cristiana ha tendido a pensar en forma helenista, en gran parte platónica: así ha transmitido en occidente la cultura y filosofía griega.

Sólo en ese contexto helenista se puede entender la nueva organización jerárquica de la iglesia, que aparece, por ejemplo, en las Cartas de Ignacio de Antioquia, a mediados del siglo II d. C., que ponen de relieve la importancia de los obispos como representantes de Dios Esta visión jerárquica de la realidad era imposible dentro del judaísmo rabínico, que había situado a Dios en su pura trascendencia, destacando así la igualdad religiosa de todos los hombres. Pero se hizo posible y, en algún sentido necesaria, para el cristianismo helenista, hasta el día de hoy.

c. Orden romano.

En contra de los judíos rabínicos, los cristianos “renunciaron” a establecerse como «nación» religiosa (sagrada) dentro del imperio romano. Hubo sus dificultades, pero la Iglesia en su conjunto se integró en el orden romano, sin renunciar a su diferencia. Los judíos rabínicos, reconocidos como nación por Roma pudieron conservar sus instituciones propias (sin dejarse “contaminar” por el entorno). Por el contrario, a lo largo de dos largos siglos de resistencia no violenta (frente a la violencia de Roma) y de creatividad clandestina, los cristianos acabaron creando unas instituciones que, de un modo lógico, recibieron el influjo máximo de Roma: al no tener unas propias, ellos estaban expuestos a tomar y recrear las de Roma.

Eso significa de los cristianos desarrollaron unos rasgos muy cercanos a los del Imperio de Roma, pues tanto la Iglesia como Roma buscaban un tipo de universalidad social. En esa línea se pudo hablar de dos «poderes» vinculados y supremos: (1) Un Estado universal (Roma). (2) Una religión universal (la Iglesia). Esto lo había formulado ya, como alternativa, el Apocalipsis. Esto es lo que se fue expresando después, pero como alternativa de alternativa, sino a modo de conflicto y al final de colaboración, cuando el Imperio empieza considerando al cristianismo como religión lícita (emperador Constantino) y después como religión oficial (emperador Teodosio, a finales del siglo IV).


3. SITUACIÓN ACTUAL. LA PARADOJA CRISTIANA.


Aquel primer cristianismo, que empezó tomando rasgos judíos, helenistas y romanos, ha venido a convertirse de hecho en la religión de Europa, vinculándose así a los últimos siglos de historia occidental, con sus valores y riesgos (colonización, desarrollo científico, dominio político y secularización etc.). Desde esa perspectiva podemos hablar de una paradoja cristiana, vinculada a los países del occidente europeo y a los Estados Unidos de América. Superando grandes crisis y llevando al culmen un proceso de secularización que parece derivar del cristianismo, esos países han desarrollado esquemas de democracia formal que, al menos teóricamente, ofrecen a todos los ciudadanos (con independencia de raza o religión) unos mismos derechos y deberes, en igualdad garantizada por la ley.

Pues bien, fundándose en palabras de igualdad, libertad y fraternidad, ellos han impuesto sobre el mundo un duro régimen colonial (siglo XIX, primera mitad del XX), para seguir dominando después sobre esos pueblos antes colonizados, por medio de una nueva dictadura económica de tipo capitalista. De esa forma, el mismo cristianismo que debía presentarse como liberador ha venido a ofrecer rasgos de dominio político, de imposición económica y de colonización cultural. En algún sentido se puede decir que las potencias “cristianas” no sólo han impuesto un tipo de dictadura económica en el mundo, sino que han contribuido a la crisis religiosa de los países con los que han entrado en contacto, haciéndoles perder su religión anterior sin ofrecerles una mejor. Pues bien, desde ese fondo se pueden trazar algunos elementos básicos de lo que podría (y debería ser) la presencia del cristianismo (y de las religiones monoteístas) en el mundo actual.

a. Experiencia de gratuidad.

Miradas en perspectiva cristiana, las religiones no deben actuar directamente con medios económico-políticos, convirtiéndose en estados, sino que deben inspirar el surgimiento y despliegue de formas super-estatales (afectivas, humanitarias, gratuitas y gozosas) de comunicación racional, al servicio de todos los humanos. De esa forma superan los modelos actuales de estados, naciones y clases, no para negar la identidad y cultura de los pueblos, sino para impedir el dominio de unos y la opresión o exclusión de otros.

Por eso deben promover medios racionales (económico-sociales) de cooperación igualitaria, sin apoderarse de los mecanismos del estado ni volverse sistema. Más de una vez, ellas han sido propensas a ofrecer e imponer sus discursos, como si tuvieran solución a todos los problemas y derecho a la obediencia y sumisión de sus creyentes. En este contexto, debemos recordar que Jesús no ha buscado la ventaja y victoria de su grupo sino el Reino universal.

b. Amor encarnado.

La iglesia es, en principio, comunidad de amor, institución de libertad, grupo de personas que celebran y expanden el anuncio de Cristo con gozo y gratuidad. Pero muchos parecen entenderla como instancia de control afectivo y social. Más que impulso de amor en libertad, ella corre el riesgo de ser organismo de cautela moral, al servicio de las seguridades sacrales. Ciertamente, la Iglesia pide a los hombres y mujeres que se amen libremente, pero a veces ha creado un terrorismo de conciencia, dictándoles aquello que han de hacer, con inquisiciones, presiones sociales y miedos de infierno. Pues bien, el cristianismo sólo podrá ser lo que es (experiencia mesiánica) si vuelve a crear formas de comunicación y comunión liberadora y gozosa entre los hombres.

c. Iglesia.

Su fuente de unidad no ha de ser el dictado de una jerarquía, ni la imposición de unos expertos, ni la uniformidad de una ley, ni la supremacía de un centro sobre la periferia, ni el dinero sagrado, ni la burocracia, sino el amor mutuo de aquellos que dialogan entre sí, desde diversas opciones y caminos, buscando cada uno a Dios en el bien de los demás y compartiendo todos el pan concreto de la vida, desde el Cristo. El sistema (económico, social o sacral) tiende a cobrar autonomía y sustituye a las personas, que aparecen como fichas movibles e intercambiables de un gran 'juego' que se sacraliza con diversos nombres (razón de estado, libertad capitalista etc). Por el contrario, el cristianismo es una comunión libre y gratuita de personas.

Por eso, frente al capital, empresa y mercado (que tienden a volverse instituciones autónomas, sobre las personas), la iglesia es ha de ser siempre una estructura de comunión concreta: lugar donde los hombres y mujeres puedan encontrarse y tocarse, mirarse y admirarse, acogerse y engendrarse, comiendo y bebiendo juntos en grupos concretos de conversación y amor que se van vinculando y concurren, en un camino abierto, hasta abarcar en libertad (no en imposición de sistema) a todos los humanos.

En el momento en que una posible institución se sobre-pone, como espíritu objetivo, por encima de ese encuentro, imponiendo su norma exterior (sacral y/o social) sobre la relación personal de amor caminante de unos con otros se diluye y destruye la iglesia cristiana. Por eso decimos que ella es una realidad paradójica: no se busca a sí misma ni emerge sobre los creyentes, para sustituirlos, sino que desaparece como tal al actuar, como el fermento que una mujer pone en la masa (cf. Lc 13, 21).

d. Una religión de la vida.

Jesús ha rechazado la sacralidad de templos y sacerdotes, sus ritos de separación y sus tiempos sagrados. Él identifica religión y vida, desplegada en humanidad, acogida en amor, al servicio de los pobres. Todo en el cristianismo es profano, del mundo o pueblo concreto de humanos (= laical), siendo a la vez totalmente sagrado, cercano a Dios, expresión de su misterio.

Por eso, la misión cristiana no es crear un tras-mundo de sacralidad, sino hallar y cultivar la vida de Dios en este mundo. Le basta la Palabra y el amor mutuo al estilo de Jesús, de manera que todos sus fieles escuchen y digan la Palabra, la compartan y celebren, compartiendo el Pan. No exige capital, ni grupos de activistas bien organizados como empresa de opiniones, ni propagandas que vienen de fuera, conforme a los principios del mercado de noticias o 'valores', sino que le basta la vida de los simples fieles, que la viven y expresan a contrapelo del gran Todo, como buena nueva de libertad y alegría compartida, dentro de la misma historia, sin instituciones sacrales separadas.

La Palabra cristiana se expresa en la comunicación personal, mano a mano, voz a voz, partiendo de los pobres, superando el Todo de sistema que tiende a dominar a todos, de manera que cada uno de los hombres y mujeres se sientan amados y sean responsables, no miembros de una 'secta', que se impone sobre las conciencias. Ella no dice cosas que puedan añadirse a la vida, sino que expresa y expande la misma Vida de Dios que actúa en cada hombre y mujer de la tierra.

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