La experiencia mística de Jesús (Gonzalo Haya)

Me ha escrito Gonzalo, a quien mis lectores ya conocen, por sus libros El Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles, Sec. Trinitario, Salamanca; Lo que creo que creo: http://www.bubok.es/libros/194991/Lo-que-creo-que-creo…), y por sus aportaciones en Atrio y en este blog. Ahora me manda el texto base de una conferencia que ha pronunciado en Alcalá la Real, teniendo como fondo (dice) mi comentario de Marcos.

Ha leído mi comentario de Marcos, y lo ha mejorado, en línea de mística y experiencia activa de evangelio ¡Gracias, Gonzalo! Le han pedido que oriente un grupo interesado en conocer al Jesús de Galilea, partiendo de Marcos (con mi comentario y otros: Pagola, M. Navarro, Gnilka, J. Marcus, Mateos, S. Santos…). Le deseo buen trabajo, estoy seguro de que lo logrará…

Hola, Gonzalo, gracias de nuevo. Sólo me queda decirte que me gustaría formar parte de ese grupo de Buscadores de Jesús en Galilea, y que pido los lectores de mi blog que se sumen (si están cerca de Madrid) a tu proyecto, poniéndose en contacto contigo (quizá a través de los comentarios en este mismo post). Tolo lo que sigue es tuyo.




La experiencia mística de Jesús (Alcalá La Real 22.06.13)

Siento que muchos cristianos, muy cumplidores, apenas han tenido un contacto directo con Jesús, apenas han leído despacio el evangelio. Creo que se debe a que el bosque no nos deja contemplar el árbol, a que las prácticas religiosas –el credo, la misa dominical, los mandamientos- nos han preocupado más que el conocer al enviado de Dios y su mensaje. Como los necios del proverbio oriental, en vez de mirar a la luna, nos hemos quedado mirando el dedo que apuntaba hacia ella.

Hoy quiero compartir con vosotros dos reflexiones: Cómo podemos volver al Jesús de los evangelios y cuál fue el mensaje que él recibió en su gran experiencia mística.


Volver al evangelio. Volver a Galilea

Jesús es el gran referente para la vida de un cristiano, pero no solemos hablar de Jesús como un místico porque pensamos que al ser Dios ya no tiene sentido hablar de una experiencia mística.

No nos hacemos la idea de que Jesús fue un hombre como nosotros. La aureola divina, la preexistencia “En el principio era el Verbo... y el Verbo se hizo carne” nos deslumbra y no podemos ver a Jesús como “totalmente hombre” (“Perfectus Deus et perfectus homo” Símbolo atanasiano); “en todo igual a nosotros excepto en el pecado” (Hebr 4,15).

Vemos a Jesús como un extraterrestre, con una misión en este mundo y deseoso de volver a “mi casa”. ¿Esta imagen del Verbo encarnado es un modelo que podamos seguir? ¿Nos dice algo para nuestra vida diaria? Un catequista explicaba cómo Jesús soportaba los sufrimientos de la Pasión a causa de nuestros pecados; un niño le contestó: para él era muy fácil, porque él era Dios y sabía que iba a resucitar.

Nos hemos quedado “mirando al cielo” como los apóstoles en la ascensión de Jesús (Hch 1,12).

Este deslumbrarse comenzó con los primeros escritos cristianos de Pablo. Él no conoció a Jesús; era un celoso fariseo perseguidor de los discípulos de Jesús, al que consideraba como un falso Mesías. De pronto la caída del caballo y una visión de Jesús. Su carácter activo y fogoso se vuelca ahora en proclamar a Jesús como Mesías y Señor; pero sigue sin conocer a Jesús. “No consulté a nadie... pasados tres años subí a Jerusalén para ver a Pedro... pero no vi a ninguno de los demás apóstoles, excepto a Santiago” (Gal 1,13-19). A Pablo, celoso fariseo, le interesa destacar el cumplimiento de la Promesa hecha a Israel y ahora extendida a todos los pueblos.

Marcos, treinta años después de los escritos paulinos, reacciona. No basta con exaltar la excelencia del Mesías, cree necesario conocer la vida humana de ese Mesías, hijo de Dios. Marcos es el primero que recoge las tradiciones orales o escritas sobre la vida de Jesús y escribe la prima biografía de Jesús, el primer evangelio.

El evangelio de Marcos no cuenta las apariciones de Jesús resucitado que luego añadirán los otros evangelistas. Su evangelio termina con el sepulcro vacío y el mandato de que sus discípulos vuelvan a Galilea. Los discípulos que le habían abandonado en el momento en que prendieron y ejecutaron a Jesús, deben volver a Galilea, deben volver al lugar en que Jesús desarrolló su vida, y deben aprender a seguir ese camino.

Todo el evangelio de Marcos es el cumplimiento de este último mandato de Jesús, volver a Galilea, volver a la vida de Jesús. Para Marcos es muy importante el reconocimiento de Jesús resucitado, pero quiere que no olvidemos la vida humana de Jesús en Galilea que es donde se comportó como Hijo de Dios, y nos mostró cómo debemos comportarnos los hijos de Dios.

Marcos nos dio un ejemplo tangible de Jesús, y Jesús nos da una imagen comprensible de Dios, porque él, con su vida terrenal, es “el rostro humano de Dios”. ¿Cómo sería nuestro cristianismo si sólo conociéramos las cartas de Pablo y no conociéramos los evangelios?

Una pequeña anécdota puede ayudarnos a ver la diferencia entre una teología del Cristo glorioso y una sencilla narración de los acontecimientos terrenos.

Pablo, en su carta a los corintios, presenta el testimonio de las apariciones de Jesús: “Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido... que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto” (1Cor 15,3).

Marcos narra los hechos: “Transcurrido el día de precepto, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo. El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro ya salido el sol... Y ahora, marchaos, decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: «Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho» (Mc 16,1-8). San Juan Crisóstomo reconoce la importancia de esta misión y llama a María Magdalena “apóstol de los apóstoles”

Cuenta una antigua fábula que un hombre inventó el fuego y, lleno de entusiasmo por las posibilidades que le proporcionaba, reunió a toda la aldea para enseñarles cómo hacer fuego. Se marchó a recorrer otras aldea para facilitar a todos los beneficios del fuego. Al cabo de unos años regresó a su aldea y vio que habían llevado el fuego a lo alto de un monte, le habían construido una cabaña, y cada día se acercaban para adorarlo.

Jesús empeñó su vida entera para traernos un mensaje, pero nosotros nos preocupamos más de adorar a Jesús que de poner en práctica su mensaje. Como los fariseos, nos consideramos justos porque cumplimos la ley, pero esquivamos cumplir su mensaje. ¿Cuál es ese mensaje?


El mensaje de Jesús y su experiencia mística


Jesús, en una gran experiencia mística, recibió de Dios el mensaje que debía transmitirnos. Un mensaje que superaba y, en parte, contradecía
el mensaje que hasta entonces había revelado por medio de Moisés y los profetas.
No pensamos en Jesús como místico, porque no acabamos de imaginarlo como hombre. Pensamos que Jesús pasó por el mundo representando un papel, que se sabía el guión completo, muerte y resurrección, pero Jesús no nació sabiendo: “el niño crecía en edad y en sabiduría delante de Dios y de los hombres” (Lc 1,80).

Cuando se hizo adulto trabajó como carpintero, quizás en Séfora, ciudad helenista cercana Nazaret, en la que se estaba montando una incipiente industria de salazón de pescado. Jesús era un judío piadoso, buen conocedor de las Sagradas Escrituras. Le llegaron rumores sobre su primo Juan que bautizaba en el desierto llamando a la conversión. Jesús dejó su casa y se fue al desierto como discípulo de Juan. Algo sin embargo perturbaba su conciencia; especialmente aquello de que Dios ya tenía el hacha aplicada a la raíz del árbol que no diera frutos de penitencia.

Poco a poco, o en el momento de salir del bautismo en el Jordán, tuvo una vehemente experiencia mística: sintió que Dios es su Padre, y que todos los hombres son sus hijos. Que Dios es como aquella madre de Nazaret que salía cada día al camino a ver si regresaba su hijo de Séfora. El día en que éste volvió, porque se había gastado todo su herencia y malvivía como un mendigo, ella lo abrazó y organizó un banquete con el cordero mejor cebado.

Jesús se retiró a meditar en el desierto y comprendió que Juan, con su amenaza del hacha, preparaba el Reinado de Dios; pero Dios le pedía a él proclamar que el reino del amor estaba ya presente. Y eso es lo que hizo en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-22).

Abrió el texto de Isaías y leyó: “El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al sacristán y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él y empezó a hablarles: -Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado”. (Lc 4,18-22)

Al cerrar el libro Jesús había omitido el final de la profecía de Isaías que terminaba diciendo “y el día de la venganza de nuestro Dios”. La gran experiencia mística del Jordán le permitió la audacia de alterar el texto sagrado, la palabra de Dios, porque sentía profundamente que la venganza era incompatible con el amor de Dios Padre.

He contado a mi manera la gran experiencia mística del Jordán, pero es que no hay una versión única porque una experiencia mística no puede transcribirse en palabras, sucede más allá de los conceptos y de las palabras. Sólo puede contarse acudiendo al lenguaje tradicional de las teofanías, el lenguaje que los libros sagrados han empleado para contar las grandes manifestaciones de Dios: apertura de los cielos, voz tronante, palabras pronunciadas por Dios. Y cada narrador tiene que adoptar algunas de esas expresiones para contar lo indecible de la experiencia mística.

Marcos entiende esta manifestación del Jordán como una experiencia personal de Jesús: es Jesús quien ve el cielo abierto y el Padre se dirige a él “tú eres mi hijo”; para Mateo fue una manifestación dirigida a todos “este es mi hijo”; para Juan, es el Bautista quien recibe este testimonio.

Yo la he unido con la presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret y con la parábola del hijo pródigo, porque ambas muestran que su experiencia no fue solamente sentirse Hijo de Dios, sino sentir el amor de Dios por todos sus hijos –Padre nuestro- y su misión para liberarlos de toda opresión.

Igualmente durante su vida pública, Jesús no sólo se atreve a mutilar la palabra de Dios, sino que se atreve a superar las tradiciones de Israel y el mismo mandato divino. “El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado”. La salud humana está por encima de los preceptos de la Ley de Dios.

La ley mandaba apedrear a la mujer sorprendida en adulterio. Los fariseos se lo recuerdan a Jesús. Jesús sale del paso diciéndoles que “quien esté libre de pecado tire la primera piedra”; los fariseos se escabullen; pero Jesús estaba libre de pecado y la ley le mandaba apedrear a la mujer.

La experiencia de Dios Padre autoriza a Jesús a perdonar a la mujer adúltera. Y nos autoriza a todos a poner por delante la misericordia a los preceptos de la ley o al culto divino: “si yendo a presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

Este es el mensaje de Jesús: Los excluidos –huérfanos, viudas, inmigrantes, enfermos, pecadores- son la piedra de toque del Dios de Jesús y de los seguidores de Jesús (Pikaza).
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