Los hermanos de Jesús. Tres hipótesis, con una tesis clara

El pasado 16, con ocasión de la lectura del domingo (centrada en Helí, sacerdote de Silo y el nuevo "profeta" Samuel) se ha planteado entre los comentaristas (Galetel, Sofía, Anuncia, Xabi, Gonzalo Haya...) la cuestión de los "hermanos" de Jesús en perspectiva biológica y religiosa.

No quise entrar en el tema, desarrollado con gran hondura por los mismos comentaristas, a quienes agradezco su interés y su dominio del tema. Ahora, con algo de distancia, debo confesar que yo tampoco sé resolverlo, aunque he debido estudiar la historia de las interpretaciones.

Expongo pues la tes hipótesis clásicas, conocidas en las iglesias desde hace más de 1700 años. Al final ofrezco la tesis clara de los evangelios. Éste es un resumen del tema, tal como lo he desarrollado en mi libro "La Familia de Jesús".


1. Un tema de "biología". Tres hipótesis

Este tema ha sido (y sigue siendo) muy discutido dentro de la Iglesia, como atestigua San Jerónimo, en siglo IV d.C., distinguiendo tres hipótesis, a la que añadimos una cuarta:

1. Hermanos carnales, hipótesis de Helvidio. Ha sido dominante desde una perspectiva exegética, siguiendo el sentido normal de la palabra adelphos en lengua griega. Conforme a esta visión, Jesús habría sido hijo de José y María, naciendo y creciendo dentro de una familia numerosa, con los valores y problemas que ello implica, como seguiremos indicando al insistir en su vinculación con Santiago, que asumió y recreó su obra mesiánica en Jerusalén. En esta perspectiva, más extendida en la primera Iglesia, Jesús habría nacido en una familia normal, numerosa, como otros muchos galileos de su tiempo; su nacimiento virginal debería entenderse en un contexto simbólico profundo.


2. Hermanastros, hijos de un matrimonio anterior de José (Epifanio de Salamina). Según esa hipótesis, que se ha vuelto mayoritaria en las iglesias de oriente, a partir del siglo IV, Jesús habría nacido por obra del Espíritu, como hijo de María, siempre Virgen. Por eso, sus “hermanos”, entendidos en sentido extenso, habrían sido hijos de un matrimonio anterior de José, que era viudo y que se habría casado con María siendo ya anciano, como esposo virginal, para protegerle a ella y para dar una familia “oficial” a Jesús (que no era hijo suyo, en sentido biológico). Según eso, los hermanos de Jesús eran hijos que su padre adoptivo había tenido con una mujer anterior.

3. Primos, hijos de una hermana de María (Jerónimo). Ésta es la respuesta más común de la Iglesia occidental latina. Según ella, el término griego “hermano” (adelphos) se emplearía aquí (en Mc 6, 3) en un sentido extenso, lo mismo que el término hebreo equivalente (‘ah), que puede significar “primo” o pariente, miembro de la tribu… Los llamados hermanos de Jesús serían en realidad hijos de una de las hermanas de su madre, muy vinculada a Jesús por su origen y su itinerario posterior. En esa línea, aceptada por la mayoría de los católicos antiguos, los exegetas han desarrollado y siguen desarrollando una inmensa erudición.

4. Hermanos de madre, pero no de padre, nacimiento irregular. Algunos exegetas modernos, en la línea de lo ya dicho al comentar la denominación “metronímica” (¡el hijo de María!), afirman que Jesús habría hijo de María y de un padre desconocido (quizá a través de una violación). Jesús habría nacido así de un modo “anómalo”, siendo después reconocido por José, que se casó con María, y tuvo con ella otros hijos, que serían sus hermanos.

Una tesis clara: Todos son mis hermanos

La tradición ortodoxa y católica, insistiendo en la virginidad “perpetua” de María, ha defendido con toda razón, como es normal, la segunda y/o tercera hipótesis, pero desde un punto de vista histórico, con los datos que tenemos, el tema resulta más complejo. Por eso lo dejamos aquí abierto, sin precisar tampoco el sentido “dogmático” de la virginidad de la madre de Jesús (que algunos entienden de manera no biologista). En ese contexto podemos introducir aquí, dos nuevas visiones del tema, de tipo eclesial y mesiánico, que destacan el sentido simbólico profundo de la fraternidad, y la aplican de un modo eclesial y/o universal.

‒ Línea eclesial, hermanos de Jesús son sus seguidores (cristianos). La palabra hermano tiene un sentido figurado muy extenso, como ha puesto de relieve la segunda y tercera hipótesis (de Epifanio y Jerónimo). Hermanos son no solamente los “primos y parientes” (en línea genealógica), sino los integrantes de la comunidad o grupo de Jesús, y así lo hemos podido destacar comentado otros pasajes de Marcos (3, 31-35 y 10, 30). En ese contexto, hermanos de Jesús son todos sus seguidores, la gran familia de la Iglesia, en la línea de Mt 23, 8-9: “Uno sólo es vuestro maestro, uno sólo vuestro padre, y todos vosotros sois hermanos”.

‒ Línea universal, hermanos son los más pequeños. Ampliando el sentido del término, conforme a la dinámica del mensaje y de la vida de Jesús, hermanos del creyente son todos los necesitados, es decir, aquellos por los que Jesús proclama su mensaje y entrega su vida, empezando por los marginados sociales. En esa línea, Jesús puede hablar de sus hermanos más pequeños, los hambrientos y sedientos, los exilados y desnudos, los enfermos y encarcelado (Mt 25, 31-45), abriendo así una fraternidad que se extiende al mundo entero, a partir de los necesitados.

Ciertamente, tiene su importancia el tema de los “allegados físicos” de Jesús (hermanos de sangre, hermanastros, primos, parientes…). Pero más importante es todavía para el evangelio y para el conjunto de la Iglesia el tema de sus “allegados mesiánicos”, tanto en línea de humanidad (todos los pequeños y necesitados) como de iglesia (todos los creyentes). En esa perspectiva, lo que importa es hacerse hermanos, compartiendo el camino de Jesús y ayudando a sus hermanos más pequeños. Éste es el dogma clave del evangelio, el lugar donde se define la familia cristiana.

PD. Una nota de J. Ratzinger

(A modo de postdata ofrezco unas páginas del trabajo de J. Ratzinger sobre la FRATERNIDAD EN EL NUEVO TESTAMENTO. El texto original, publicado en DSp 5(1964)1141-1167 ha sido traducido y editado en Castellano en Obras Completas I, BAC, Madrid 2014, 543-583. Para las páginas que siguen 546 ss).


1. La idea de fraternidad en la Escritura

1) Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento llama comúnmente hermanos a los compañeros de religión (Ex 2, 11; Lev 10, 4; Dt 15.3.13; Jc 14, 3; Sal 40, 20; Jr 22, 18-19; cf. STRACK/BILLERBECK, Das Evangelium nach Matthäus, München 1922, 276). Más aún, la comunidad de religión parece tener en la conciencia de los israelitas más importancia que la comunidad de sangre, que viene dada por la pertenencia al mismo pueblo. Así, cuando se quiere hablar simplemente de un compatriota se prefiere utilizar la palabra prójimo, plhsƒon. Con frecuencia, los rabinos distinguen expresamente ambos términos (cf. textos citados por H. VON SODEN en ¢delfÒj, TWNT I, 145). Sin duda el ejemplo más bello de una ética de fraternidad lo ofrece en el Antiguo Testamento el Salmo 133 (LXX 132): Los hermanos que habitan juntos en concordia son como los dones preciosos que dan frescura, el aceite oloroso y el rocío de verano que reanima la tierra reseca.
Aunque primitivamente este salmo se aplicaba a los hermanos de sangre, que vivían juntos sobre la herencia común, sin haberse dividido todavía, la tradición posterior de la plegaria israelita, que se ha concretizado en el conjunto de salmos que llevan el título de Cantos Ascensionales (graduales), ha trasformado esta visión, aplicándola al pueblo entero de la alianza, que habita unido en una comunidad fraterna y que recibe así la bendición de Yahvé, la vida eterna . Más tarde, los miembros de la secta de Qumrán se consideraron unos a otros como hermanos (cf. 1QS II, 24-25; VI, 10; VII, 4-6). Hay que destacar, sin embargo, que esos textos de Qumrán ponen un acento más fuerte en las distinciones jerárquicas (cf. 1 QS VI, 8).
Según eso, la idea de fraternidad se encuentra ante todo limitada a la comunidad del pueblo de Dios; sin embargo, gracias a la realidad común de la fe, ella contiene una amplitud y una apertura interior que no puede desvelarse sólo por un simple estudio del vocabulario. Dado que el fundamento de la fraternidad en el Antiguo Testamento no es como en Platón esa madre mitológica constituida por la tierra de la patria, sino la voluntad de elección de Dios que ha creado todo el mundo, la fraternidad adquiere otro sentido. El Dios de Israel no es un Dios comunal de la nación, ni una divinidad local, sino el Dios de los dioses (Sal 82 [81]).
El hecho de que Israel sea su hijo primogénito (Ex 4, 22) no impide que los otros pueblos sean también, de un modo análogo, sus hijos (cf. Dt 32, 6 ss). Por otra parte, el hecho de que Israel sea el «primogénito» no se funda en algún tipo de relación corporal, sino en el libre movimiento del amor de Dios, que se dirige precisamente hacia ese hijo que es suyo, su creatura Israel (cf. sobre todo Ex 16). Fundándose en esta fe, Israel ha podido conseguir una conciencia de sí cuya apertura interior se mantendrá despierta sin cesar a través de los profetas: En efecto, a través de sus palabras, los profetas amenazaban a los israelitas con la posibilidad de ser rechazados por Dios, y con sus oráculos de salvación les enseñaban constantemente a dirigir su esperanza hacia la salvación del mundo entero.
Hay que añadir otra cosa. Israel conocía no sólo la unidad de Dios, sino también la unidad de la humanidad. Israel sabe que todos los hombres descienden de un solo Adán, que ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1, 26-27; 5, 1-2). La unidad de los hombres se expresa también por medio de la figura de Noé. En el fondo de la tabla genealógica de Gen 10, que quiere presentar en detalle el origen de todos los pueblos a partir de Noé, se encuentra no solamente la afirmación de la unidad de todos los hombres, sino también la idea de la alianza universal de Dios, que se manifiesta en el arco iris, y cuya providencia se extiende a todos. La alianza particular con Abrahán ha estado precedida por la alianza universal con Noé, por la que Dios es y permanece padre de todos. Por esta razón, Israel ha conocido desde siempre la existencia de santos paganos (cf. J. DANIÈLOU, Les saints païnes de l’ancien Testament, Paris 1956; versión cast. Los Santos paganos del Antiguo Testamento, Lohlé, Buenos Aires 1961), y ha podido presentar en el libro de Jonás el envío de un profeta de Israel al mundo pagano.
También es significativa, en fin, para la idea de fraternidad en el Antiguo Testamento la existencia de aquel fenómeno que podría llamarse de parejas de hermanos. Los doce hermanos, a partir de los cuales ha crecido la comunidad fraterna de Israel, han estado precedidos por otras parejas (Ismael-Isaac, Esaú-Jacob) cuyos destinos se han entrecruzado de un modo característico. Habían sido ya chocantes los destinos de los hermanos Caín-Abel, Caín-Set (cuyos árboles genealógicos son en parte idénticos) y Abrahán-Lot. La manera cómo se entrelazan los destinos de los gemelos Esaú-Jacob, los acontecimientos increíbles de su historia, y la responsabilidad que le corresponde a Jacob-Israel, todo esto deja traslucir un trasfondo muy particular. Sin duda, aquí se trata ante todo de representar simplemente la libertad de la elección de Dios; sin embargo, las cosas deben considerarse también desde el punto de vista del origen del pueblo elegido de Dios: Israel sólo es uno de los dos hermanos. Quedará para el Nuevo testamento la tarea de desvelar el hecho de que, a pesar de las apariencias exteriores, el amor paternal de Dios no ha olvidado jamás del otro hermano.

2) Nuevo Testamento

1) El uso de la palabra por Jesús

Por lo que toca al empleo de la palabra hermano por Jesús, pueden distinguirse tres grupos de textos

a) En algunos casos, conforme al uso recibido del judaísmo, el término ha de ser entendido simplemente en el sentido de compatriota y correligionario (Mt 5, 22, 24, 47; 7, 3-5; Lc 17, 3). Naturalmente, es difícil determinar en cada caso aquello que proviene de la lengua posterior de la comunidad cristiana, que entenderá el término hermano en el sentido de cristiano, alguien con quien se comparte la fe. Sea como fuere, la cosa resulta al menos clara para Mt 18, 15-16, donde una palabra del Señor, que primitivamente era sin duda mucho más simple (cf. Lc 17, 3), ha sido transformada en una regla expresa de la comunidad o, si se prefiere en una primera regla del derecho canónico (cf. W. TRILLING, Hausordnung Gottes, Düsseldorf 1960).

b) Un segundo grupo de textos está constituido por pasajes en los cuales Jesús designa a sus discípulos con el nombre de hermanos, o les llama sus hermanos. Así en la palabra dirigida a Pedro: Tú, pues, vuélvete en primer lugar a tus hermanos y fortaléceles (Lc 22, 32). Y también en las dos primeras palabras del resucitado: Id y anunciad a mis hermanos que ellos deben partir para Galilea, a fin de verme allí» (Mt 28, 10), y «vete a mis hermanos y diles: yo subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y a su Dios (Jn 20, 17b).
El hecho de llamar a los discípulos hermanos se vincula formalmente a la terminología de los rabinos, que se designaban mutuamente con el término de hermanos (cf. STRACK/BILLERBECK, Das Evangelium nach Markus, Lukas und Johannes und die Apostelgeschichte, München 1924, 766; SCHELKLE, Brüder, col. 635). Pero, al mismo tiempo, la última palabra de las citadas nos lleva más allá de una concepción de tipo «colegial», como la de los rabinos, porque ella fundamenta la fraternidad del Señor y la de los discípulos sobre la paternidad común de Dios, conforme a la cual Cristo precede a los suyos y va a preparar unas moradas para toda la familia de Dios (cf. Jn 14, 2). Es también posible que en estas palabras del resucitado resuene un eco del pensamiento de Pablo, que ve en el Cristo, precisamente en cuanto resucitado, el primogénito de una multitud de hermanos (cf. Rom 8, 28; Col 1, 18).
El nuevo sentido que la comunidad de discípulos de Jesús atribuye a la palabra rabínica (hermano) aparece especialmente visible en la famosa sentencia de Mt 22, 8: Pero vosotros no os dejéis llamar rabí, porque vosotros sólo tenéis un Maestro, y todos vosotros sois hermanos . Todas las distinciones de este mundo pierden su sentido ante la presencia de aquel que es el único verdaderamente grande, verdaderamente distinto: Cristo. Los discípulos de los rabinos esperaban convertirse finalmente en maestros, de manera que pudieran elevarse por encima de la multitud, para ser tratados un día con respeto, con el títulos de rabino; por el contrario, en la escuela de este Maestro no se termina jamás de aprender: todos son y siguen siendo siempre alumnos, todos y siempre siguen siendo también hermanos.
Por otra parte, en relación con esos textos, hay que recordar que ni la conciencia que Jesús tiene de sí coincide con la forma en que los rabinos se comprenden a sí mismos, ni la concepción que él tiene de sus discípulos se asemeja a la idea que los rabinos tienen de los suyos. En Mt 5-7, Jesús no se considera como un rabino, un intérprete de la ley, sino como un nuevo Moisés, más grande que Moisés, como uno que es también legislador. Por su parte, los Doce aparecen como la réplica de los doce patriarcas de Israel, como el punto de partida de un pueblo nuevo y más grande. En la persona de los doce está representado el nuevo Pueblo de Dios, que aparece designado como un pueblo de hermanos, como una nueva gran fraternidad, destinada a reemplazar y a sobrepasar la antigua comunidad fraterna de Israel.

c) Los textos que acabamos de analizar nos conducen ya claramente hacia un tercer empleo de la palabra, aquel que es ya propiamente cristiano. Ese empleo aparece principalmente en tres pasajes.
Mc 3, 31-35 muestra cómo el Señor, a quien han anunciado la visita de su madre y de sus hermanos, dice a los que están sentados en círculo, a su alrededor: Éstos son mi madre y mis hermanos. Aquel que cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre . La unidad de espíritu creada por la sumisión común a la voluntad de Dios hace nacer el más íntimo parentesco, la verdadera fraternidad.
Aún más fuerte es la comunidad misionera que aparece caracterizada en Mc 10, 29-30: aquel que abandona su familia terrena y sus bienes a causa de mí y a causa del Evangelio recibirá en retorno el ciento por uno ya en este mundo, aunque en medio de persecuciones. El misionero que renuncia a todos los lazos terrenos, a causa de la palabra de Jesús, no quedará sin patria y sin hogar, sino que encontrará una nueva familia ‒ madre, hermanos, hermanas ‒ en la comunidad de aquellos que comparten su fe.
Finalmente, hay que recordar la palabra del juicio, en Mt 25, 31-46, que sobrepasa en importancia y profundidad a todos los textos anteriores. El Juez del universo se identifica formalmente con los necesitados del mundo y les llama sus hermanos más pequeño (25, 40). Nada nos autoriza a suponer que aquí se alude solamente a los cristianos (como hace Mc 9, 41 par.). Por otra parte, tampoco se puede concluir sin más que el juez del universo quiera designar como hermanos suyos a todos los hombres, y entre ellos a los «más pequeños . En la interpretación de este pasaje es preciso tener ante los ojos que Jesús se sabe representado de un modo totalmente universal por los pobres y los pequeños. En otros términos, los pequeños son, en cuanto tales, los hermanos del Maestro que se ha hecho el más pequeño de los hombres; ellos representan al Señor, sin que se tenga en cuenta su valor moral, simplemente por su pequeñez y por la llamada al amor de los otros que esta pequeñez debe suscitar.
Sólo a partir de este pasaje se puede comprender cómo la pregunta de Lc 10, 30-37 (¿quién es mi prójimo?) encuentra una respuesta completamente diferente de aquella que le había dado el judaísmo. Porque si, en efecto, según la voluntad de Jesús, no hubiera más que una fraternidad nueva de tipo espiritual, que habría reemplazado a la fraternidad antigua nacional de Israel, en ese caso, prójimo sería ahora únicamente el correligionario, como lo había sido antes el compatriota. Pero Jesús quiere más: el prójimo es el primer desgraciado a quien uno encuentra, aquel que siendo simplemente lo que es, hace presente al Maestro. El último entre los hombres es hermano de Maestro, y es mi hermano.

2) Utilización de la palabra en el resto del Nuevo Testamento.

a) Textos como Hch 2, 29.37; 7,2; 13, 15.26; 22, 1.5; 28, 17, muestran que el uso judío, que consiste en llamar hermanos a los compatriotas y correligionarios, continúa empleándose al principio en la comunidad primitiva. El paso a un empleo específicamente cristiano de la palabra, que consiste en dar por analogía el nombre de hermano a aquel que comparte la fe cristiana, se va desplegando en la medida en que la Iglesia, en vía de formación, se separa de la comunidad racial de Israel y adquiere una entidad independiente y completa en sí misma.
La duda entre los dos empleos diferentes del término se percibe todavía claramente cuando Pablo dice en Rom 9, 3, en referencia a los judíos: pro fratribus meis, qui sunt cognati mei secundum carnem, qui sunt Israelitae (cf. SCHELKLE, O.c. col 637). Por lo demás, en las cartas de san Pablo, la separación de los cristianos se ha cumplido ya completamente: hermano es para Pablo la palabra que designa de un modo evidente a aquel que comparte la fe cristiana, mientras que pseud£delfoj (cf. 2 Cor 11, 26) constituye un neologismo paulino por el que se enuncian las experiencias de tipo negativo que él ha experimentado en la nueva comunidad de los hermanos.
El efecto de esta utilización de la palabra ¢delfÒj en el sentido de «co-cristiano es doble:
‒ Al interior de la nueva familia espiritual, esa utilización ha tenido la consecuencia de superar las barreras de separación entre los creyentes y de arraigar profundamente la conciencia de la unidad espiritual que vincula, por encima de todas las fronteras humanas, a aquellos que se han vuelto hermanos por la fe en Jesucristo. Recuérdese Gal 3, 27-28.

Todos vosotros, bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo: ya no hay más ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer; porque todos vosotros os habéis hecho uno en Cristo Jesús (cf. el pasaje semejante de Col 3, 10-12).

El significado muy real de esta idea resulta visible en la carta a Filemón: El amo cristiano debe reconocer en el esclavo a su hermano (verso 16); a la inversa, los esclavos recibirán después la exhortación de no menospreciar a sus amos bajo pretexto de que son hermanos (1 Tim 6, 2).
En esa línea debe tenerse igualmente en cuenta la regla moral contenida en Mt 18, 6-35 y en 23, 8-11. Estos dos pasajes pretenden ante todo inculcar un sentido de servicio en los que ejercen un cargo eclesiástico, a fin de enseñarles que también ellos son «solamente» hermanos. Esta regla moral básica encuentra su expresión condensada en el término por el que la Iglesia se designa a sí misma: ¢delfÒtej (1 Pedro 2, 17; 5, 9, término que permanecerá largo tiempo en uso en la época de los Padres.
‒ Por otra parte, la conciencia de ser hermanos conduce a los cristianos a una cierta separación con respecto a «los de fuera» (oƒ œxw), que es como se llaman ahora los no cristianos (1 Tes 4, 12; 1 Cor 5, 12-13; Col 4, 5; para ejemplo de expresiones análogas en el mundo precristicano, cf. W. BAUER, Griechish-Deutsches Wörterbuch, Berlin 21958, 552). La cosa queda clara cuando en las exhortaciones morales se distingue entre la conducta que se debe seguir en relación a los miembros de la comunidad y en relación a los de fuera.

Así, Gal 6, 10 ( practica el bien con todos, y sobre todo con los hermanos en la fe ) y 1 Ped 2, 17 ( honrad a todo a todos, amad a vuestros hermanos ). En esa perspectiva, la palabra filadelf…a se empleará exclusivamente para evocar la moral dentro de la comunidad (cf. Rom 12, 10; 1 Tes 4, 9; Heb 13, 1; 2 Ped 1, 7). En relación con aquellos de fuera se recomienda expresamente actuar con sabiduría (Col 4, 5); el cristiano no comparte nada con ellos (2 Cor 6, 15); él debe tender a la mayor independencia posible respecto a ellos (cf. 1 Tes 4, 11; 2 Tes 3, 12 y Ef 4, 28), permaneciendo en general tan apartado de ellos como sea posible (2 Cor 6, 17; cf. Ef 5, 6).
Pues bien a pesar de eso, el cristiano no está menos obligado a amar a cada hombre con un verdadero amor de servicio (Rom 13, 8; 1 Tes 3, 12; 5, 15; Tito 3, 2; cf. 1 Cor 9, 19), a orar por todos los hombres (1 Tim 2, 1) y a respetar también a la autoridad no cristiana (Rom 13, 1-2; Tito 3, 1; cf. 1 Tim 6, 1-2; Tito 2, 9; Ef 6, 5; Col 3, 22-23; 1 Ped 2, 13-18). En todo su comportamiento, los cristianos deben mostrarse como verdaderos bienhechores del mundo (Flp 2, 1516; Rom 12, 17; 2 Cor 8, 21; 1 Tes 4, 12; 5, 22; Rom 15, 2).
Las cartas de san Juan son las que marcan con más fuerza este movimiento de separación (el evangelio de San Juan sólo emplea en dos ocasiones el término hermano fuera del círculo del parentesco carnal: en 20, 17, donde se pone en la boca del resucitado; y en el capítulo anejo, en 21, 23; Juan prefiere el término f…loj). Resulta sorprendente el hecho de que, en el evangelio y en las cartas, Juan exhorte siempre al amor fraterno, es decir, al amor de los cristianos, los unos por los otros, mientras que, por el contrario, él no hable nunca del amor de los hombres en general. A las comunidades, que tendían sin duda a un cierto tipo de exclusivismo, se les recuerda aquí la exigencia de amarse mutuamente (entre unas comunidades y otras), de manera fraterna (2 Jn 1-3); sin embargo, al mismo tiempo, su separación respecto de los no cristianos se supone aquí como algo obvio.

b) El Nuevo Testamento no ha expuesto de un modo explícito el fundamento teórico de la fraternidad cristiana, pero ofrece un material que puede situarse en esa línea, así por ejemplo en Rom 8, 11-17.29, donde se pone de relieve la común filiación adoptiva de todos los cristianos en relación a Dios Padre, cuyo Espíritu les hace gritar Abba , y atestigua que ellos son hijos, herederos de Dios y coherederos de Cristo. Una afirmación aún más clara sobre la paternidad de Dios, que se abre a todos los cristianos, por el hecho de su justificación, se encuentra en Hebr 2, 11: Porque el santificador y los santificados tienen todos el mismo origen. Por esta razón, él no se avergüenza de llamarles hermanos .
Por lo demás, Pablo retoma aquellas dos representaciones que son como puntos de partida contrapuestos de la noción de fraternidad en el Nuevo testamento, la de Adán y la de Abrahán, pero de tal manera que ellas dejan de estar en tensión, enfrentándose mutuamente. La idea de Adán remitía de hecho a la unidad de todos los hombres; y la idea de Abrahán expresaba la posición especial de Israel. Pablo muestra ahora que todos los creyentes son hijos de Abrahán y para ello transforma la enseñanza referente a Adán en una teoría de los dos adanes. Lo que surge con los cristianos no es solamente un nuevo Israel, sino una nueva humanidad; los cristianos no pertenecen ya simplemente a la raza de Adán, porque el viejo Adán ha muerto en ellos, y con ellos comienza algo nuevo.
Por último, es importante resaltar en este contexto el hecho de que ni Pablo ni, por otra parte, ningún otro autor del Nuevo Testamento haya fundado la fraternidad cristiana sobre un nuevo nacimiento, en la línea de las religiones de los misterios. De aquí brotan consecuencias importantes tanto para el vocabulario como para la realidad significada. En lo referente al vocabulario, ese hecho muestra que el título cristiano de hermano proviene del lenguaje religioso de Israel, y no de los cultos de los misterios. Por lo que toca a la realidad significada ese hecho arroja una luz particular sobre la conciencia que la joven Iglesia tiene de sí misma: Ella no se concibe a sí misma como una sociedad de tipo mistérico, como un colegio o asociación de derecho privado, sino como el nuevo pueblo de Dios, por analogía con el pueblo de Israel e incluso con la humanidad (cf. lo que se acaba de indicar sobre Adán; a esto se deben añadir los dos árboles genealógicos de Jesús en Mt 1, 1-17 y en Lc 3, 23-38, de los cuales uno expresa la conciencia de Israel y el otro la conciencia de la humanidad).
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