El niño pastor de leones. Pacerán juntos el lobo y el cabrito (Is 11, 6-9)

a) Hay una paz humana, que comienza desde el niño, que es el Emmanuel, Dios con nosotros... (el niño sagrado, el niño al que todos han de cuidar, el niño amoroso...). Estamos ante el signo/mito del niño gobernante, el Príncipe de la Paz, que traerá la concordia sobre el mundo.
b) Hay una paz política, que se expresa a través de los buenos gobernantes (dotados de los siete dones o espíritus citados ya en el post anterior). Pues bien, el signo de los buenos gobernantes es el niño pacíficador (al que se debe amar). Sólo es posible la paz si los niños pueden vivir y crecer en amor... En esa línea, Isaías presenta a los niños como forjadores de paz.
c) Hay una paz cósmica, es decir, del mundo en sí, y ella se expresa en los mismos animales salvajes que se vuelven hermanos: osos y leones, cabritos, panteras y corderos... todos juntos, pastando en paz aobre el campo... en dieta vegetariana de concordia. (El mito supone que no hay que matar para vivir, sino que hay que vivir de vegetales y plantas que nunca mueren, sino que nos dan sus "sobras", sus frutos y tallos).
d) Hay una paz de los hombres con los animales... Los hombres han de convertirse en protectores, "pastores", de animales, a los que enseñan a vivir en paz. En esa línea presenta Isaías al niño pastor de leones y panteras, que lleve a todos los animales a los buenos campos, para que puedan "pacer", hacer la paz comiendo juntos
Este relato es un mito, o si queréis, un sueño, porque el mundo ha sido y es distinto, pues los leones han comido y comen a los cabritos... Pero el poeta/profeta sabe que esa situación debe cambiar ya, si queremos hacer una tierra habitable. Por eso sueña y desea que surja un orden distinto, de reconciliación universal. Este es un mito bíblico (está en Isaías). Pero aspectos de ese mito aparecen en Grecia y en China, en África y en América, en casi todos los pueblos. La Biblia supone que los hombres tenemos la tarea de reconciliarnos y de reconciliar el mundo.
Para nosotros, hoy, año 2010/2011, esa vocación de "pacificar" el mundo no ees ya sólo un simple mito, sino una obligación sagrada. O llevamos la paz a as relaciones sociales y a la misma naturaleza o nos destruimos sin remedio. (Tomo como base lo que he dicho en Camino de paz, Khaf, Madrid 2010).
Éstos son los elementos que implica esa paz:
a) Paz del hombre con la naturaleza, a la que dejará de dominar de un modo violento. Esa paz de expresa en una dieta vegetariana: Sólo cuando los hombres dejen de sacrificar animales (de matarlos para vivir) podrán vivir en paz con su entorno.
b) Paz de los animales entre si. También ellos se volverán vegetarianos, de forma que podrán vivir unidos (juntos) el lobo y el cordero, el león con el buey, comiendo todos paja (hierba), compartiendo la vida del mundo (sin matarla).
Isaías nos ofrece uno de los “mitos” más hermosos de la historia religiosa de occidente, un mito que el cristianismo ha olvidado casi siempre. Es hermoso que la Biblia (y la liturgia) lo recuerden, como seguiré indicando.
Texto. Is 11, 6-9
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un niño los pastoreará.
La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño jugará con la hura del áspid,
la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago por todo mi monte santo:
porque está lleno el país de la ciencia del Señor,
como las aguas colman el mar.
Aplicación
Otro día trataré, Dios mediante, de un modo directo de ese texto de Isaías, destacando sus elementos míticos y sus aspectos más realistas, vinculando, además, el tema del “buen gobierno” (Is 11, 1-5) con el tema de la reconciliación cósmica, de los animales entre si y de los animales con el hombre (o, mejor dicho, del hombre con los animales).
Para destacar la importancia del tema quiero hoy presentarlo a partir de la primera página de la Biblia (Gen 1, 26-31)), donde se supone que en principio los hombres y animales son vegetarianos, están llamados a convivir en paz, sobre un mismo espacio (nicho vital). Pondré de relieve en ese fondo el valor originario de la dieta vegetariana
Texto: Gen 1, 26-31.
26 Entonces dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad (=domine) sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra". 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Los bendijo Dios y les dijo: "Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra". 29 Después dijo Dios: "Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer. 30 "Pero a toda bestia de la tierra, a todas las aves de los cielos y a todo lo que tiene vida y se arrastra sobre la tierra, les doy toda planta verde para comer". Y fue así. 31 Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del sexto día (Gen 1, 26-31).
Hombre y animales comparten un mismo nicho ecológico.
El hombre forma parte del sexto día de la creación, lo mismo que los vivientes que parecen superiores (fieras del bosque, animales domésticos y reptiles: Gen 1, 23-25). Así habita un mismo día (tiempo) y un mismo suelo (espacio) de un determinado tipo de animales. Este pasaje entronca al hombre en el lugar y tiempo de otros vivientes, que son los animales y las plantas.
Nosotros, herederos de la ciencia cartesiana, racionalistas orgullosos, hemos tendido a interpretar a los animales como cosas (Descartes pensó que eran puras máquinas biológicas) a las que podemos manejar, lo mismo que manejamos tornillos o ruedas.
Por el contrario, el autor bíblico concede autonomía a los animales de la tierra, poniéndoles sobre el mismo espacio humano, y los divide, de forma sorprendentes:
las fieras (que habitan en su propio ámbito de libertad),
los animales domésticos (compañeros de los hombres),
las serpientes misteriosas que recuerdan los poderes y miedos del subsuelo...
Pues bien, la Biblia pone a los hombres allado de los animales y quiere que la vida sea un equilibrio, sin violencia de unos animales sobre otros, sin derramamiento de sangre, sin imposición violenta del hombre sobre los otros vivientes. El hombre es pastor (cuidador y defensor) de los animales, no su dueño sanginario. Eso supone que en principio animales y hombres han de ser vegetarianos, de manera que leones y buenes coman hierba, y lo hagan juntos, en armonía originaria
Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza . Y domine sobre peces y aves, cuadrúpedos y reptiles (1, 26), es decir, sobre los cuatro tipos de animales antes señalados (cf. Gen 1, 20-25).
El hombre bíblico no es (como en la famosa película de propaganda occidental), un Rey León que impone su paz pretendidamente superior, pero hecha de violencia (que sus portadores llaman positiva) sobre otros animales que parecen sucios (hienas o ratas), sino un rey-amigo, que puede expandir una vida de amistad sobre la tierra, en la línea del Rey-Cordero enamorado de Ap 21-22. En esta utopía caben todos: los animales que parecen superiores y los que se toman como inferiores, sin jerarquía de poder, sin imposición de unos sobre otros. Ella abre un camino realista y exigente de transformación ecológica: quiere una vida en que todos convivan de una manera no destructora sobre el mundo, en gesto de donación mutua, pues cada uno de los seres (desde el aire hasta el agua, desde el trigo hasta la viña) sirve de alimento a los demás, sin tener que ser matados con violencia.
Una visión semejante aparece en otras culturas del entorno, como Grecia, con Artemisa, Potnia Therôn, Señora de los animales, y con Orfeo, que les amansa con su lira. El hombre es así rey: se eleva sobre los animales, en cuyo espacio habita, no para destruirlos, sino para organizarlos en armonía. Lógicamente, los pueblos del entorno (cananeos y egipcios...) han divinizado algunos animales (toro, cocodrilo...), para mostrar su parentesco con los dioses. En contra de eso, la Biblia es más sobria. Sabe que los animales son signo de Dios, pero añade que sólo el hombre es su imagen y semejanza pacificadora sobre el mundo .
Y les bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (1, 28).
No se lo dice al varón por dominador, ni a la mujer por materna, sino a los dos. En el principio de la vida y acción humana no existen jerarquías de rango: a los dos a la vez se les manda que crezcan y se multipliquen (atribuyéndoles la fecundidad); y a los dos se les pide que llenen la tierra y la sometan (atribuyéndoles dominio sobre el mundo).
La bendición de Dios se expresa según eso en la acción compartida de la fecundidad y del trabajo. El autor bíblico no ha previsto el posible problema posterior de la superpoblación; no está preocupado por el exceso de fecundidad, sino que tiene otra intención: quiere que el mundo se humanice, que varón y mujer puedan llenar toda la tierra, y no sólo un espacio breve de ella, con la bendición de su vida y su trabajo. De esa forma, siendo fruto de la palabra de Dios, la tierra debe presentarse como signo y expresión de una presencia humana. Lógicamente, el hombre (varón y mujer) ha de ser signo de Dios, fuente de bendición (no destrucción ni maldición) para la tierra.
La bendición de Dios debía haber pasado por los hombres al conjunto de la tierra; este era el destino que Dios quiso concederles: que fueran mediadores de su obra creadora. Pero de hecho ellos no han sido gozosa armonía de vida, sino transmisores de muerte. Hoy tendemos a percibir el camino del hombre sobre el mundo como despliegue de muerte y no de vida para muchas especies vegetales y animales. Pero la Biblia piensa que al principio no fue así .
Hombres y animales, compañeros de comida. La dieta vegetariana (1, 29-30).
La Biblia supone sin cesar que el hombre es, en medida intensa, lo que come. Pues bien, la comida primordial de hombres y animales deberían ser las plantas que dan fruto de un modo espontáneo, sin tener que morir para volverse alimento. Por eso, el hecho de que muchos animales sean carnívoros (alimentándose unos de otros, en proceso de violencia biológica), el hecho de que unos animales vivan matando a los otros es para la Biblia un rasgo derivado. En el principio no pudo ser así, ni podrá ser al final, como saben los profetas, pues se juntarán lobo y el cordero, alimentándose de hierba sobre el campo (Is 11, 2-9; 65, 25; cf. Ez 34, 25).
La Biblia no ha querido presentar aquí ninguna lección de biología, pues parece que muchos animales (y hombres) han sido desde el principio carnívoros, sino un proyecto de reconciliación final, en un nivel utópico. Pues bien, ella proyecta esa "paz utópica" hacia el principio simbólico (mítico) del tiempo, suponiendo que en su origen hombres y animales eran vegetarianos. Al presentar las cosas de esta forma, nuestro autor eleva la más honda protesta contra la forma de existencia actual de un mundo en el que hombre y animales viven de la muerte (matándose y comiéndose o aprovechándose unos de los otros). Así supone que la violencia de la vida (especialmente la humana) no proviene de Dios, ni forma parte de la realidad originaria, sino que es consecuencia del pecado. Al principio (en su verdad fundante) las cosas eran diferentes, como indica el tipo de comida: "Os entrego como alimento toda hierba que produzca semilla y todo árbol que produzca fruto".
Conforme a esta visión, el hombre originario debía ser vegetariano: comía tallos o semillas de plantas (de trigo, centeno...) o frutas de los árboles (olivo, palmera, higuera, manzano...). Vivía en paz sobre la tierra, recogiendo lo que ella le ofrecía como madre buena que regala su leche al hijo agradecido para que así crezca, sin tener que morir ella, sino todo lo contrario (el hecho de que el niño mame es bendición para la madre). También la tierra buena ofrecía su alimento a los vivientes de un modo maternal, sin perecer por ello, pues los hombres se limitaban a podar sus tallos o recoger sus frutos sobrantes (cf. Gen 1,11).
Es evidente que este pasaje no se debe entender en un sentido material, como si en un tiempo antiguo (antes de los cambios de la historia humana) leones y panteras, virus y bacterias hubieran sido vegetarianos. La vida que nosotros conocemos ha crecido siempre a expensas de otra vida y muchos animales han sido siempre carnívoros y no han comido sólo productos materiales o vegetales (como agua y sal, yerbas o frutos de árbol). Tampoco el ser humano ha sido jamás vegetariano. La Biblia se sitúa y nos sitúa en un plano distinto (protológico y escatológico), mostrando que la realidad debía haber sido diferente .
En este nivel, ella supone que la comida de carne (que implica el sacrificio y derramamiento de sangre de animales) lleva en sí un elemento de violencia: no implica señorío del hombre sobre los animales, sino dictadura; no es un reinado humanizador, sino un esclavizamiento. En ese aspecto, ella está cerca de mitos y símbolos de pueblos antiguos que postulan una edad de oro (no violenta) en el origen de la historia. Avanzando en esa línea, ella aplica ese régimen de paz vegetariana a los animales (leones y panteras, serpientes y lobos de Is 11, 1-9), de manera que todos los vivientes (cuadrúpedos, aves, reptiles) comerán la hierba verde, en paz con la vida de la tierra (Gen 1, 30).
Los mismos grandes animales (excluidos los peces, pues de ellos nada sabe o quiere decir nuestro autor, como tampoco sabe nada de virus o bacterias) aparecen así pacificados. Lobos y corderos, palomas y aguiluchos... vivirían en paz sobre la tierra, comiendo lo que ella produce, de forma espontánea, sin matar por ello. Dentro de ese régimen existe una diferencia significativa. Los animales comen en general hierba verde, esto es, los tallos de las plantas en estado natural. Por el contrario, los hombres se alimentan de semillas y frutos. El texto no lo dice, pero puede suponerse que los hombres pueden cultivar y cultivan esos frutos. Sea como fuere, unos y otros, hombres y animales, se alimentan sólo de aquello que los vegetales producen, sin tener que matarlos.
De esa manera, animales y hombres viven en fraternidad y abundancia pacífica de vida, como sabe en China el Tao. Tanto los chinos antiguos como los israelitas del Génesis pensaban que hubo (=debió haber) un tiempo feliz, una edad de oro en que los vivientes eran "hermanos". Otros pueblos del entorno mediterráneo han tenido un tipo de “sueño” semejante. Asumido de forma genial por la Biblia y situado en el comienzo de la creación, este sueño eleva su protesta frente al mundo actual, que es un campo de batalla en que se matan humanos y animales, de manera que sólo los más fuertes y/o adaptados perduran.
Históricamente, somos hijos de unos animales y unos hombres que han crecido y pervivido matando y comiendo (en sentido físico o simbólico) a otros animales y hombres. Pero las cosas no fueron, ni tienen que ser de esa manera para siempre. El camino del futuro, la verdadera ecología empezará en el momento en unos seres no tengan que matar a otros y en que todos (y en especial los más débiles) tengan posibilidades de existencia. Un mundo externamente hermoso, pero donde los hombres se maten entre sí, iría en contra de toda ecología humana, pues en su principio hallamos la exigencia de justicia interhumana .
A veces se ha supuesto que hombres y animales sólo se pueden pacificar porque transfieren su violencia sobre otros seres (sobre otros animales y hombres). Ese mismo esquema se aplicaría en el comienzo, pues los hombres transferían su violencia sobre las plantas. Pues bien, esa suposición es falsa. Conforme a nuestro texto, hombres y animales debían nutrirse del producto de las plantas, pero sin "matarlas"; comían los frutos sobrantes del árbol, el tallo de la hierba que vuelve a crecer otra vez. Árboles y plantas son signo de una vida sin fin, vida sin muerte, que se va generando a sí misma, apareciendo así como inmortal. También los hombres participarían de algún modo de esa inmortalidad de las plantas, en contra de lo que sucede actualmente, pero de un modo distinto, personal .
Aquellos vivientes no tenían que matar..., y sin embargo el texto supone que hombres y animales morían. No mataban por violencia, pero morían por vejez, cumplido el ciclo de la vida. De esa forma, el texto supone que el señorío de los hombres sobre los animales (y de hombres y animales sobre las plantas) no implica violencia. El hombre no se impone sobre el resto de los animales por el miedo o por la muerte, sino todo lo contrario; puede guiarles de una forma ordenada y positiva en el camino de la vida, ofreciéndoles un contexto de humanidad y de sentido, abierto a la alabanza de Dios. En este contexto se expresa y expande el gozo de Dios que se expresa en la bondad del conjunto de la creaturas: "vio Dios que eran en gran medida buenas" (1, 31). Así termina el día sexto, que es el día del hombre que realiza su tarea y expresa su equilibrio. Esta visión es hermosa, pero deja abiertos muchos problemas y, sobre todo, el de la muerte de los hombres.