Tres revoluciones (y otra pendiente). Una valoración cristiana

La palabra revolución (re-evolución) tiene una magia especial, positiva para algunos, negativa para otros. La Iglesia Católica moderna, en su conjunto, ha sido contraria a todas las revoluciones que se han venido gestando desde un fondo cristiano (y racional) a partir del siglo XVIII. Quizá ha llegado el momento de situarse mejor ante el tema.

En primer lugar, es preciso analizar la palabra y el símbolo básico. Revolución implica una “evolución rápida”, un cambio de paradigma o modelo de pensamiento y de acción. En ese sentido, está cerca de la conversión (meta-noia) del Evangelio y de la esperanza del Reino de Dios (que sustituye a los reinos de este mundo). Una y otra vez se ha dicho que Jesús fue un revolucionario (lo acaba de decir en España Cayo Lara), pero que los cristianos no le han entendido ni seguido. Es claro que esa afirmación debe ser matizada.

Por otra parte, el programa de San Pablo, que seguiremos analizando en este Blog, tiene elementos de “revolución antropológica”, en la línea de Jesús, quizá la más importante que se ha dado en Occidente.

He dicho ayer que el programa de Benedicto XVI para el año 2010 no me parecía revolucionario sino “reformista”, aunque puedo equivocarme en el diagnóstico. Por eso, para situarme con más claridad ante el problema, recogiendo las aportaciones de varios comentaristas, quiero evocar el tema de las “tres revoluciones” básicas del occidente moderno… para añadir que está pendiente la cuarta, que debía ser la primera, que (a mi juicio) puede y debe inspirarse en principios mesiánicos. Sin quizá saberlo estamos en el cráter de un volcán, en el centro de un torbellino.

El tema es extenso y tiene elementos sociales y económicos, militares y políticos etc. Pero aquí quiero presentarlo desde una perspectiva cristiana, como base para una posible reflexión que seguiré proponiendo esta semana. Buen trabajo a todos.


Introducción


Junto a la violencia que defiende el orden establecido (ancienne régime) de la Europa “cristiana y regia” ha surgido una violencia contraria, que se ha expresado en las tres grandes revoluciones sociales (francesa, rusa, americana) que han tenido una base o inspiración religiosa, queriendo ser liberadoras, aunque después, por la misma lógica de la historia, han podido convertirse en opresoras.

Occidente no ha exportado sólo al mundo el capitalismo y la ciencia, con el desarrollo racional del Estado, sino también unos ideales revolucionarios en los que la violencia (a veces con ribetes religiosos) ha querido ponerse al servicio de una paz mundial (de la libertad del hombre), con unos medios que algunos han comparado a las misiones (colonizaciones) cristianas de la Edad Media y Moderna, que empleaban la violencia para extender la fe (como suele decirse). La violencia se ha extendido y se sigue extendiendo ahora para promover un tipo de revolución.

1. La Revolución Burguesa (Frabcia)

se realizó de forma paradigmática en Francia, a finales del siglo XVIII, al servicio de la libertad de los ciudadanos y de los derechos del hombre (liberad, igualdad, fraternidad), a diferencia del antiguo régimen, de tipo jerárquico, que pretendía apoyarse sobre bases religiosas. Frente a la religión institucional cristiana, que habría estado al servicio de la opresión, muchos revolucionarios franceses (no todos) quisieron defender e incluso imponer un tipo de religión racional, con el culto a la diosa razón.
De un modo u otro, los países de occidente se han solidarizado con los principios y resultados de esta Revolución (a pesar de la gran violencia que ella puso en marcha, sobre todo en el período llamado del Terror, terrorismo de Estado), de manera que ella aparece, en algún sentido, como patrimonio de la cultura occidental (y mundial).

Sus ideales siguen siendo ejemplares para el conjunto de la humanidad, aunque tuvo que emplear un tipo violencia al servicio de la razón (con sus ideales de igualdad, libertad, fraternidad), para rechazar y destruir así a las oligarquías más o menos sacralizadas que controlaban el poder. En gran parte del mundo, la "buena" revolución burguesa, con sus ideales de religión racional, igualitaria, y de libertad universal, sigue siendo una asignatura pendiente, quizá necesaria, aunque su desarrollo implique un tipo de violencia. Sobre la revolución francesa, sobre todo en relación con la iglesia, cf. H. ARENDT, Sobre la revolución, Alianza, Madrid 2004; O. CHADWICK, The Popes and the European Revolution, Oxford 1981; A. LATREILLE, L'Eglise catholique et la Révolution française, Paris 1946; L. MEZZADRI, La Chiesa e la Rivoluzione francese, Cinisello Balsamo 1988.


2. La Revolución Social (marxismo)

ha tomado líneas distintas, pero que se ha expresado especialmente en la toma de poder de los marxistas rusos, el año 1917, al servicio del "comunismo", es decir, de una estructura económica donde no exista conpra-venta del trabajo (de vida) ni dominio del hombre sobre el hombre. En su forma soviética, esta revolución, que fue muy violenta y que alcanzó su cota más alta de dureza con el estalinismo, fue justificada por una parte considerable de la intelectualidad europea del siglo XX y todavía encuentra formas diversas de legitimación en diversos movimientos y partidos de izquierda que, de un modo u otro, justifican la lucha al servicio de la igualdad económica.

Esa revolución social ha tenido un fondo utópico, con rasgos religiosos que pueden remontarse a un tipo de judaísmo o cristianismo secularizado; pero externamente ha sido anti-religiosa, pues ha pensado que la derrota y olvido de la religión establecida suscitaría el surgimiento de una nueva conciencia y práctica social de tipo igualitario.

Ese "experimento" de lucha contra la religión ha fracasado (con la caída del sistema soviético del año 1989, aunque sigue vivo el experimento de China, con otras connotaciones), pero ella ha suscitado una conciencia positiva de las relaciones entre religión y justicia, entre cristianismo y libertad. Sobre religión y lucha de clases, cf. C. F. S. CARDOSO, El concepto de clases sociales, Ayuso, Madrid, 1977; J. GUICHARD, El marxismo, Desclée, Bilbao, 1975; F. BELO, Lectura materialista del Evangelio de Marcos, EVD, Estella, 1975; J. M. LOCHMANN, Christus oder Prometheus?, Furcher, Hamburg, 1972; J. GIRARDI, Amor cristiano y lucha de clases, Sígueme, Salamanca, 1975, 94-95; J. M. GARCÍA NIETO, «Fe cristiana y lucha de clases», en A. FIERRO y R. MATE, Cristianos por el socialismo, Verbo Divino, Estella, 1975, 83-104.


Algunos (dentro y fuera de la iglesia católica, sobre todo en la administración USA) han visto conexiones entre la "violencia" comunista y la teología de la liberación, acusando a sus partidarios de emplear una forma nueva de violencia religiosa al servicio de unos determinados intereses políticos. El tema sigue abierto. CF. R. GIBELLINI (ed.), La nueva frontera de la teología en América Latina, Sígueme, Salamanca 1977; J. J. TAMAYO, Para comprender la teología de la liberación, Verbo Divino, Estella 2000; J. J. TAMAYO y J. BOSCH (eds.), Panorama de la teología latinoamericana. Estella, Verbo Divino, 2001; L. C. SUSIN (ed.), El mar se abrió. Treinta años de teología en América Latina, Sal Terrae, Santander 2000.

Ha fracasado el marxismo soviético, el chino está cambiando de un modo intenso, pero los ideales del cambio social siguen influyendo en muchos pensadores y políticos. No sabemos cómo será su nueva estrategia, pero la mayoría de los partidarios de este tipo de revolución parecen ir en contra de la toma del Estado en la forma en que lo hicieron las dictaduras de los países comunistas y de esa forma intentan los errores anteriores. Este tipo de argumentos están sido utilizados, de modos diversos y a veces contrapuestos, por neo-marxistas de diverso tipo, desde el J. HABERMAS más clásico, Crítica de la acción comunicativa, Taurus, Madrid 1981, hasta el último A. NEGRI, Multitud. Guerra y democracia en la Era del Imperio, Debate, Barcelona 2004 (en colaboración con A. HARDT).

3. La Revolución Norteamericana (¿capitalista?,

vinculada a la independencia de los Estados Unidos, ha venido cargada con grandes ideales de libertad y democracia, inspirados en ideales cristianos (o, quizá mejor, religiosos), aunque sin vinculaciones a ninguna iglesia particular. En el fondo de la independencia y de la Constitución de USA hay un tipo de cristianismo universal (cercano a ciertas formas de masonería), con un Dios protector de los hombres libres.

Esta ha sido en principio una revolución no violenta, abierta a todo tipo de ciudadanos y pueblos, y ha ofrecido casa y patria a muchos expulsados de otras tierras y a otros que han querido asumir su proyecto de libertad, aunque son muchos los que dirán que la independencia de USA (con su Constitución modélica) no ha marcado una revolución, sino una simple toma de poder de algunos privilegiados (en contra del Rey de Inglaterra y en contra de las poblaciones nativas y negraas)

Sea como fuere, esta revolución (hecha en nombre de la libertad y de la universalidad sagrada) se ha vuelto portadora de violencia, tanto a través de la conquista despiadada de unos territorios que no eran suyo, sin tener en cuenta los derechos de los indígenas (en los siglos XVIII y XIX), como a través de la expansión también violenta de sus intereses e ideales sobre todo el mundo (siglo XX).


Estrictamente hablando, la revolución norteamericana no ha querido ser confesional; por eso ha declarado y defendido la libertad y no-violencia religiosa, en contra de los estados europeos que entonces (finales del siglo XIX) seguían todavía envueltos por luchas de legitimación religiosa. Pero luego, de hecho, los norteamericanos han interpretado su revolución nacional de un modo religioso, en línea cristiana (judeo-cristiana), de manera que se sienten avalados o legitimados por el mismo Dios para intervenir violentamente en diversos lugares del mundo, como si fueran soldados de una nueva cruzada al servicio de la libertad y de la democracia (que al final se identifica con sus intereses económicos y estratégicos).

Los norteamericanos han ofrecido una patria de la libertad para millones de personas. Pero luego, muchos de ellos se creen dueños y garantes de la democracia sobre un mundo, como nuevos judíos liberados de Egipto, representantes y adelantados de una nueva humanidad que sin ellos se volvería tiránico. Pero, al mismo tiempo, sus intereses y su política económico-militar han venido a convertirse en uno de los focos más fuertes de violencia para el mundo. Muchos norteamericanos identifican la libertad del hombre (de la humanidad en su conjunto) con sus propios intereses imperiales, de manera que su revolución por la libertad tiende a volverse dictadura (de tipo bonapartista). Cf. N. CHOMSKY, Nuevo orden mundial. La conquista interminable, Txalaparta, Tafalla 1991; La cultura del terrorismo, Popular, Madrid 2003; Los derechos después de Iraq, Txalaparta, Tafalla 2004; M. HARDT y A. NEGRI, Imperio, Paidós, Barcelona 2002; El trabajo de Dionisos, Akal, Madrid 2003; Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio, Debate, Barcelona 2004; F. J. HINKELAMMERT, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, DEI, San José de C. R. 1995; Crítica de la razón utópica, Desclée, Bilbao 2002; A. NYE, La paradoja del poder norteamericano, Taurus, Madrid 2003; G. PERRAULT (ed.), El libro negro del capitalismo, Txalaparta, Tafalla 2002.

4. Una reflexión

Estas revoluciones marcan la novedad de Europa (y de occidente), como lugar donde se ha desplegado la modernidad, para expandirse después al mundo entero. Sólo aquellos pueblos que asumen de algún modo los motivos (no las formas concretas) de esas revoluciones, o que reaccionan de manera racional a sus problemas, pueden formar parte de Europa (om nejor dicho, del proyecto occidental) , siempre que respeten su pluralismo de base (con la separación de Estado e iglesia) y no quieran convertirse en un único imperio sobre el mundo (si USA llegara a ser un imperio total dejaría de formar parte de occidente, tal como aquí lo entendemos). El despliegue de Europa parece inseparable de la libertad burguesa y de cierta economía de mercado, pero con una función social; en esa línea quiero añadir que, aunque fracasada, la revolución marxista, ensayada de un modo intenso a lo largo del siglo XX, constituye un punto de referencia necesario para entender el surgimiento y despliegue posterior de Europa.

Las viejas revoluciones de occidente no han logrado lo que pretendían: ellas se han desvirtuado y sus "beneficiados" defienden de hecho sus propios intereses económicos y militares. Por eso hemos hablado de una nueva revolución necesaria, no violenta y universal Quizá podamos añadir que el futuro de la humanidad depende de la capacidad que ella tenga de proyectar y realizar esta revolución (o mutación, por emplear un lenguaje que venimos utilizando en este libro). Pues bien, las reflexiones que siguen, y de un modo especial todo el capítulo tercero de este libro quieren ponerse en la línea de una revolución no violenta, que no aspire a la toma del estado, sino a la trasformación del hombre, que no busque el triunfo de un sistema, sino la comunicación universal.


5. ¿Podemos hablar de una revolución pendiente, una cuarta revolución?

En la actualidad, son muchos los que piensan que es necesario un cambio mundial, aún más intenso que los anteriores, una revolución distinta, que debería asumir algunos rasgos de las ya citadas (francesa, rusa, americana), apoyándose en unos principios "religiosos" más hondos, como serían la voluntad creadora de los pueblos sometidos y/o la fuerza de los recuerdos históricos de las religiones y utopías humanas, pero ya en línea mundial. No sería francesa, ni rusa, ni americana, sino simplemente humana.

Muchos afirman que esa "revolución universal", al servicio del hombre definitivo, no necesita ni debe tomar ya las armas, ni actuar desde la clandestinidad, pues el sistema de occidente ofrece suficiente libertad para su desarrollo. Sería la primera revolución no-violenta de la historia, en una línea que ha sido entrevista de algún modo por algunas religiones como el taoísmo, budismo y cristianismo. No sería ya una revolución burguesa al servicio de algunos privilegiados (en la línea de la New Age o Nueva Era mundial), sino humana, desde los más desfavorecidos del sistema. Ella puede y debe realizarse también en occidente, pero ya no será occidental, sino mundial y es muy posible que sus principales portadores no sean ya occidentales.

Esta nueva revolución, personal y social, no tendrá como finalidad la toma del estado, sino la liberación del hombre, como pretenden algunos neo-marxistas. Muchos suponen que toda revolución humanizadora sigue exigiendo un tipo de violencia, aunque no sea del tipo militar (en guerra de estados contra estados o de ejércitos contra ejércitos). En contra de eso, pienso que esta revolución, que se encuentra aún por hacer, y que exige una fuerte transformaciones ideológicas y religiosas (o humanistas), económica y social, se realizará de un modo político, pero sin violencia armada ni toma del estado. He desarrollado el tema en Violencia y diálogo de religiones. Un proyecto de paz, Sal Terrae, Santander 2004.


6. Apéndice. Otras revoluciones

Junto a las tres revoluciones citadas (francesa, rusa, americana) podemos recordar otras, aunque quizá no deberían llamarse revoluciones. Cito varias, pero pueden añadirse otras…, analizando la función que ejercen en nuestra sociedad.

1. La revolución científica, desarrollada con gran fuerza desde el siglo XVII, se centra en el uso de la matemática para el conocimiento y dominio de la realidad.

2. La revolución técnica e industrial, iniciada sobre todo en Inglaterra, en el siglo XVIII, aplica la ciencia a la organización del trabajo y a la producción de bienes materiales.

3. La revolución capitalista asume de algún modo los elementos anteriores y los aplica, ya en el siglo XIX, a la organización unitaria del trabajo y de la producción, al servicio de un mercado y de un capital mundial.

4. La revolución mediática… (el poder de los medios de comunicación, entretenimiento y manipulación)

5. La revolución sexual (W. Reich) (vinculada a la libertad individual y social en el plano del desarrollo de las relaciones humana, desde la perspectiva del placer).

6. La revolución biológica (vinculada a la planificación de la natalidad y de la educación)
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