"La verdad de lo que soy" (J. Zazo, Homosexualidad en la Iglesia)

Publiqué en este portal hace unos meses (20.05.15) una primera "impresión" sobre este libro (J. Zazo, La verdad de lo que soy. Adolescentes y homosexualidad, Sec. Trinitario, Salamanca 2015, imagen , y preparé una lectura más extensa, para publicarla en una revista especializada.

Ha pasado el tiempo y pienso que, este Sínodo sobre la Familia ofrece una buena ocasión para volver a la letra y tema de ese libro, que no trata sólo de la homosexualidad y la pastoral de los adolescente, sino del tema de la homosexualidad en la iglesia católica, y lo hace de una forma seria, ejemplar (aunque no todos estén de acuerdo con sus postulados y consecuencias).

Sobre el autor y mi vinculación con él hablé en la postal anterior. Sobre temas de homosexualidad, misión clerical, familia y cristianismo se vienen publicando en estos días noticias "inquietantes" que no deberían ser noticias. Entre ellas la de teólogo Krzysztof Charamsa, de la Congregación para la Doctrina de la fe (de quien ha venido hablando en estos días todo el mundo)y la del también teólogo David Berger, de Alemania (https://www.facebook.com/limouiogd 11, 10, 15)

Digo que no deberían ser noticias de primera página, pues el tema es mucho más sencillo y debería resolverse en intimidad y respeto mutuo, sin rupturas eclesiásticas, ni ministeriales, sin salidas de tono de algunos, sin represiones y "expulsiones" de otros.

(cf. https://www.facebook.com/jorge.zazo.3 )
Si una Iglesia como la católica acepta y "honra" a los homosexuales que lo ocultan... y expulsa de sus ministerios y trabajos oficiales a quienes dicen que lo son (como al Sr. D. Berger y a K. Karamsa) es que algo no funciones en la verdad de lo que ella es, en la verdad de lo que tienen que ser sus ministros y todos los fieles cristianos cristianos

Por eso me alegro de poder presentar este tema y este libro, con respeto y libertad (como verá el lector he cambiado algo el título de la postal, que no corresponde totalmente al del libro).
No acepto varias tesis del autor, mi visión del ser humano y de la Iglesia es algo diferente de la suya. Pero me alegra poder publicar hoy mi recensión de su obra, en este momento importante de la vida de la Iglesia.

LA VERDAD DE LO QUE SOY. ADOLESCENTES Y HOMOSEXUALIDAD
(Jorge Zazo Rodríguez), Sec. Trinitario, Salamanca 2015, 233 páginas.


Jorge Zazo es presbítero de la diócesis de Ávila, autor de una notable tesis doctoral titulada El Encuentro. Propuesta para una teología fundamental, Sec. Trinitario, Salamanca 2010. Ha coordinado también una obra conjunta titulada La juventud, una reflexión necesaria, PPC Madrid 2011 (con ocasión de las jornadas de la JMJ, Madrid 2011).

Es un hombre de gran cultura y profunda capacidad de reflexión, en contacto inmediato con la juventud, y dedicado a la enseñanza, como director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Ávila. El libro que ahora presentamos tiene dos partes principales que son, a mi juicio, de valor desigual.
La primera parte (págs. 21-138) consta de tres capítulo y trata de la vivencia homosexual, insistiendo en posibles causas culturales de un tipo de inclinación homosexual que se da en muchos adolescentes que son en sí heterosexuales, ofreciendo unos consejos prácticos que ayudan a descubrir la propia orientación sexual, cuando hay jóvenes (chicos y chicas) que dudan de ella. Sin coincidir al cien por cien con lo que expone J. Zazo, he de confesar que me ha gustado su presentación del tema, pues ayuda a superar muchos tabúes y a entender algunas formas de conducta de la juventud actual.

(a) J. Zazo tiene razón cuando afirma que existe actualmente mucha manipulación sobre el tema de la homosexualidad, y piensa que estamos asistiendo a una especie de gran “propaganda interesada” (movida por algunos) a favor de ella, como si fuera no sólo un tipo de orientación normal, sino superior a la hetero-sexual. Por lo que yo sé, no parece que exista un “lobby homosexual” estrictamente dicho (tomado de esa forma, en general), pero puede existir y extenderse una cultura de relativismo antropológico, sin unos valores personales y sociales, una situación en la que todo parece equivalente, con evidente peligro y riesgo de deterioro para muchos jóvenes.

(b) J. Zazo distingue entre una tendencia cultural que inclina a ciertos jóvenes hacia una búsqueda de experiencias homosexuales, que son simplemente ocasionales, y una homosexualidad constitutiva, vinculada a la propia personalidad del chico o de la chica. En el primer caso procura ayudar a los que “padecen una situación de ese tipo”, para que descubran y cultiven su identidad heterosexual de fondo, liberándose a sí mismos de una carga afectiva y cultural que les hace daño. En esa línea él aparece como abogado de una liberación sexual, dirigida en línea heterosexual, porque (a su juicio) ella responde mejor a la constitución bisexual de la naturaleza humana.

(c) En el caso de que los jóvenes sean homosexuales “de verdad”, no por simple barniz o curiosidad cultural, J. Zazo les valora y respeta, y lo hace de una forma honesta, cosa que sus lectores deberán agradecer, aunque no sé cómo por un lado dice que la naturaleza es bisexual, añadiendo por otro que hay un tipo de homosexuales por naturaleza. Eso implica un tipo de “rasgadura” en la misma naturaleza, lo que quizá debería llevarnos a buscar la verdad del ser humano (hombre y mujer) en otro plano, en el nivel de lo personal, más allí de un tipo de “ley” impuesta desde fuera. Todo nos permite pensar que Jesús abrió un camino en esa dirección, y que Pablo lo exploró en su teología, sacando las conclusiones pertinentes (aunque él no las aplicó a todos los casos).

(d) En la línea anterior, no parece clara (ni quizá conveniente) la respuesta y solución que L. Zazo ofrece a los homosexuales de verdad (a los que él llamaría “homosexuales por naturaleza”). Es como si Zazo se compadeciera de ellos, diciéndoles en el fondo “que se aguanten”, es decir, que se sacrifiquen y que ofrezcan al Dios que les ha creado así su "cojera" afectivo-sexual, sin darles más solución que un tipo de represión y la abstinencia (cosa que, en principio, no parece humanamente suficiente, ni cristianamente válida). Es aquí donde yo encuentro el mayor riesgo del análisis y propuesta de es libro. Es como si dijera a los homosexuales que acepten su destino (como si fueran cojos o mancos, ciegos o enfermos incurables), de manera que Dios les salvará “por su penitencia” (en unión con la cruz de Cristo).

(e) A lo largo de todo este libro, el autor parece ir suponiendo que los homosexuales de verdad (por naturaleza) son hombres o mujeres deficientes, en la línea de aquel dicho famoso, de fondo aristotélico, de Santo Tomás de Aquino, cuando afirma que, en relación con el varón, la mujer es una realidad “deficiente y ocasional” (per respectum ad naturam particularem femina est aliquid deficiens et occasionatum: Summa theologica, Ia., q. 92, a. 1, ad 1um: “considerada en relación con la naturaleza particular, la mujer es algo imperfecto y ocasional. Trad. BAC, Madrid 2001). También los homosexuales serían por su naturaleza seres deficientes. En esa línea, da la impresión de que J. Zazo condena a los homosexuales de verdad a “someterse” a su deficiencia, como si no hubiera para ellos otra solución que la de vivir en situación de inferioridad respecto a los heterosexuales.

Aquí surge la pregunta: ¿No podrá hallarse para los homosexuales una palabra distinta, que les lleve, más allá del plano de una supuesta naturaleza inferior, al nivel de la persona, nivel en el que se definen y encuentran su verdad varones y mujeres, homo- y heterosexuales? Ciertamente, me parece buena la “cruzada” de J. Zazo, cuando quiere liberar a los falsos homosexuales, para que puedan vivir de verdad su condición heterosexual. Pero ¿qué hacer con aquellos homosexuales que lo son de verdad, pero que, por circunstancias varias, han caído en la “trampa” o el armario de una situación contraria a su vivencia básica (como sería el haber contraído un matrimonio hétero-sexual).

Éste es el tema de la “pastoral cristiana”, en la línea del compromiso de Jesús y de su mensaje de Reino. ¿No se podría arbitrar para los homosexuales una respuesta de creatividad personal y de relación social distinta (propia de cada uno) que no pase simplemente por la “represión” sexual? ¿Cómo se les puede acompañar y ayudar para que salgan de su armario y asuman una tarea personal y creadora, en línea de humanidad? ¿O no hay para ellos más evangelio que el abrasarse sin remedio? ¿No sería aplicable para ellos la frase de San Pablo “mejor es casarse que abrasarse” (1 Cor 7, 8-9), interpretada en sentido activo, no meramente represivo?

La segunda parte del libro (págs.. 139-212) consta de dos capítulos de tipo más “teológico” o “canónico”: Uno sobre el “matrimonio” homosexual y otro sobre la postura de la Iglesia Católica ante la homosexualidad. Éstos me parecen los temas más significativos de esos capítulos.

(a) El tema del “matrimonio” entre dos homosexuales (al que J. Zazo se opone apasionadamente) me parece en el fondo (en sentido simplemente jurídico) de poca importancia, un tema que es casi de puras palabras. La Iglesia (por ahora) no llama matrimonio “canónico” al contrato esponsal de dos homosexuales, pero no puede impedir que, allí donde lo quiera, la sociedad civil lo acepte, y que ella (la sociedad civil) “celebre” y ratifique esa unión, en los términos y con las fiestas que la misma sociedad y el uso haya establecido. Hay más, aún en el caso de que la Iglesia (en la línea del CIS) no considere “canónica en sentido matrimoniao” la unión de dos homosexuales, ella debería alegrarse, en la medida en que esa unión ayude a los contrayentes a vivir en más gratuidad, en fidelidad de amor, en un gesto público de compromiso humano y afectivo.

Hay realidades que la Iglesia no considera sacramentos, y que sin embargo ella valora y celebra con un rito, como puede ser el la profesión religiosa . Pienso que J. Zazo debería haber dicho algo sobre esto, si quiere hablar y escribir como cristiano, alegrándose de todo lo que es humanamente positivo (¿no es mejor que dos se comprometan en público a vivir juntos en fidelidad que andar medio escondidos y sin compromiso humano en un armario?).

(b) El tema de la adopción de niños entre homosexuales resulta complejo y parece difícil arbitrar en este caso soluciones generales. Podemos partir del hecho de que es buena para el niño la figura complementaria de un padre y de una madre, por lo que ayuda a configurar su personalidad. Pero: (a) Hay cientos de niños que, fácticamente, dependen sólo de un “padre real” (especialmente de una madre), sin que la Iglesia pueda condenar sin más esos casos. (b) Por otra parte, quizá más que la diferencia natural de los sexos del padre y de la madre importa la diferencia personal y la complementariedad afectiva que existe entre ellos. De todas formas, éste es un tema complejo, y no quiero discutirlo aquí. Me parecen dignas de todo respeto las afirmaciones de J. Zazo, pero no para quedar en ellas, sino para seguir pensando.

(c) Lo que J. Zazo aduce como prueba de su postura partiendo del estudio de los homosexuales en la Biblia sirve sólo para empezar a pensar, pero al fin resulta algo simplista, tanto en lo que se refiere al AT como al NT. Ya sé que en un libro pequeño como es éste no se pueden tratar ni resolver todas las cuestiones. Pero la problemática de fondo es muchísimo más compleja, en un plano histórico, legal y personal, tanto en lo que toca a la homosexualidad condenada o no en el AT (que es prácticamente siempre de tipo cúltico), como a la homosexualidad de la que trata NT, donde no convence, en modo alguno, la interpretación que el autor ofrece de Rom 1 o Mt 8. Las cuestiones exegéticas y hermenéuticas de fondo son como he dicho mucho más complejas, como está mostrando la investigación bíblica, que es en este campo mucho más matizada de lo que supone J. Zazo.

(d) Por último me parece poco afortunada, tanto en un plano histórico como antropológico y teológico, la respuesta que el autor ofrece a la pregunta: ¿Puede un homosexual ser sacerdote o religiosa? (págs. 201-206). No quiero aplicar a estas páginas una “lectura de la sospecha”, pero después de haber leído todo lo anterior, con los mismos argumentos que ha ofrecido J. Zazo, se podrían sacar conclusión muy distintas de la suya, diciendo incluso que los mejores aspirantes para un tipo de clero o de vida religiosa deberían ser y son unos homosexuales dispuestos a “sacrificarse” (en el contexto actual del celibato ministerial).

En este campo, da la impresión de que el autor quiere probar a toda costa una postura que, a su juicio, parece haber sido tomada recientemente por cierto Magisterio Católico (que afirma que los homosexuales no puedan ser curas y monjas), pero, si así fuere, ese Magisterio no ha logrado encontrar razones suficientes para avalar esa tesis. Estoy convencido de que el tema puede y debe matizarse con mucho más cuidado, sin ofrecer respuestas generales; y para ello se debe apelar en cada caso a la identidad y trayectoria personal de los implicados (es decir, de los aspirante).

Pienso, por todo lo anterior y por otras razones, que J. Zazo (y con él un tipo de teología normal de la Iglesia Católica) tiene que pasar de un paradigma “naturalista” de la vida (hombre o mujer como naturaleza…) a un paradigma personalista, donde es importante ser hetero- u homosexual, para añadir inmediatamente que esa distinción no llega a la raíz del ser humano. Antes que hom- o hétero-sexual, el ser humano es persona en Cristo, en la línea de Gal 3, 28: “Ya no hay varón ni mujer, ni libre ni esclavo, ni judío ni gentil, ni homo- ni hétero-sexual, pues todos sois uno en Cristo”.

Desde ese fondo debería comenzar el diálogo. En esa línea, pasando de un registro a otro, de un paradigma de naturaleza a de persona, se pueden plantear mucho mejor los problemas. Ese cambio de registro o paradigma permitiría que este libro recupere su más hondo sentido, de manera que se pueda iniciar desde aquí la verdadera “pastoral de homosexuales” que, a mi juicio, y según mi experiencia, algo larga en este caso, podría incluir los siguientes pasos.

(a) Quizá lo mejor sería que no hubiera pastoral específica de homosexuales, pues ella debería estar incluida en la pastoral general, dirigida a todos los hombres y mujeres, en línea de liberación personal y de gratuidad en el amor, según el evangelio. Pero dadas las circunstancias actuales podría y debería quizá existir y programarse una pastoral específica de homosexuales, en los ambientes donde fuere necesaria, pero no dirigida no sólo a ellos sino a toda la sociedad cristiana, para que no discrimine, aparte o juzgue a los homosexuales (para que unos y otros, todos, podamos ser buenos cristianos).

(b) Esa pastoral debe incluir una “salida del armario”: Que nadie deba vivir encerrado en la cárcel de su identidad, ni por miedo propio, ni por juicio ajeno. Que cada uno pueda ser y sea lo que es, para así, desde aquello que es, pueda vivir y desplegar mejor la llamada cristiana. Ciertamente, no todo da lo mismo, como sabe bien el Sermón de la Montaña, pero a todos se les puede ofrecer, desde su propia condición (como dice Pablo) un camino de evangelio, no por pura misericordia (que también es importante, en un determinado momento), sino por justicia y humanidad.

(c) Es muy posible que haya, como dice J. Zazo, “falsos homosexuales” (homosexuales de ambiente, por mimetismo exterior), y que para ellos la mejor liberación consistiría en aceptar su verdadera identidad heterosexual, sabiendo que no es “mejor” en abstracto ser homo- ni hétero-sexual, sino que el buen camino es aquel que mejor se adapte a cada persona, para agradecer el don de Dios, para vivir el libertad y para amar en gratuidad a los demás, conforme a la experiencia y don de los dos mandamientos (amar a Dios y al prójimo).

En esa línea lo que importa para todos y para cada uno es vivir sin miedo y con agradecimiento su propia identidad, de un modo personal, libremente, para asumir y desarrollar de un modo fecundo la propia vida, en amor gratuito, siendo así buenos cristianos, según las bienaventuranzas de Jesús (que son para homo- y hétero-sexuales).

(d) Parece que estamos entrando en una nueva etapa de realización humana, en libertad, hombres y mujeres. Estoy convencido de que en esa nueva etapa el evangelio podrá abrirnos caminos fecundos de liberación personal y de amor, en plano personal y de pareja, social e institucional, no sólo para los homo-, sino también sino para los hétero-sexuales, no sólo para los casados, sino para los célibes, pasando así de las normas generales de una supuesta naturaleza humana que nos vendría impuesta desde fuera, a los principios y estímulos personales del evangelio.

Los que siguen apelando sin más a la “ley natural” deberían pensar que Santo Tomás (¡el más grande y generoso de los antiguos pensadores cristianos!) decía que la mujer era por naturaleza un ser deficiente, hecha para ayudar “desde su deficiencia” a los hombres. Sólo cuando empecemos a plantear estos temas desde el paradigma personal del evangelio podremos encontrar mejor salida para ellos, pues no se trata de “dar licencia universal” para que cada uno haga lo que le venga en gana, sino de descubrir y fomentar el potencial de amor del evangelio.

Y con esto termino mi juicio de este libro. Lo he leído apasionadamente, y así ruego que se lea, con gran libertad, no sólo por el tema, sino por la manera en que lo ha expuesto J. Zazo; lo he leído sin que sus conclusiones me convenzan; pero muchos de sus planteamientos son muy serios, dignos de tenerse en cuenta. Es un libro serio, inteligente, bien fundamentado en muchas partes, pero no dice todo sobre el tema, de manera que en algunos casos puede, y quizá debe, disentirse de las soluciones del autor.
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