Que vienen los Reyes: Un atrio para dialogar con los gentiles (P. Zabala)

Oro (para llenar las arcas vacías y cambiar la economía),
Incienso (para que la vida pueda ser gozosa, perfumada, gloriosa)
y Mirra (para aprender a querer [perfume de enamorados] y a morir [unción y bendición para los muertos]).
La Biblia no les llama reyes sino “magos”, y ese nombre es mejor: Son buscadores de estrellas, astrónomos sabios, y han descubierto una Estrella Mejor (no las tantas de USA o las tantas de Europa), que es la del Rey de los Judíos, a quien encuentran en una casa marginada de Belén.
Hablé de esa Estrella el día 24 de Diciembre, con mi felicitación de Navidad. Hoy quiero recordar que ella se encuentra en la cripta de la Iglesia de Belén, donde según la tradición llegaron los magos de Oriente.
Vienen de fuera, del mundo de los gentiles (de Irán, de la India, de China), para abrir las puertas del Santo Israel a la Verdad y Justicia de todos los hombres, pero el Israel de Herodes y de los sacerdotes del templo no quiso recibirles. Hoy, dentro de la Iglesia, debe ser distinto: Necesitamos abrir un atrio donde dialoguemos judíos y gentiles, un atrio que, en el fondo, es la esencia del Templo que Jesús quería.
Ahora necesitamos que lleguen nuevos “magos”, es decir, nuevos reyes que nos digan dónde está la Vida, ofreciéndonos un camino de “dones” regalos, para comer (oro, dinero), para entender la vida y animarnos (incienso) y para vivir y dar la vida con dignidad (mirra). Pero muchos no parecemos dispuestos a recibirles, llenos como estamos de otros intereses, como Herodes del Grande, como los Grandes Sacerdotes del Templo.
En este contexto quiero publicar un trabajo de P. Zabala, que trata del “atrio” de los gentiles, un lugar que Benedicto XVI ha concebido como espacio de encuentro de “magos y reyes” de fuera, con sacerdotes y reyes de dentro. Un lugar de Epifanía, para hablar y compartir, espacio de diálogo universal, al servicio del buen oro, del buen incienso y de la buena mirra (que oro, incienso y mirra pueden pervertirse, y están hoy en día muy, muy pervertidas, al servicio de unos pocos)
Gracias, Pedro,
con este trabajo que me has mandado, y que pongo como introducción a la Epifanía, quiero situar el tema de la Fiesta de Reyes, que es ilusión para niños, pero que ha perdido su sentido originario, que es el trasformar a los mayores, creando espacio de diálogo abierto, en un plano social y cultural, religioso y económico (¡De ese diálogo depende en realidad la ilusión de los niños! Ése es el mayor regalo que podemos hacerles).
En la imagen, los "magos persas" llegando a Belén, como los que había en la Iglesia de la Natividad de Belén, hoy perdidos (la representación que ofrezco es de Ravenna, del mismo estilo).
En la actualidad, los magos persas de Iran no pueden llegar a Belén, pues se dice que andan a líos o a tiros con (por) los judíos y yanquis, por los mísiles y el control del paso de Ormuz.
Unos mosaicos "persas" como esos, y la iglesia de Belén fueron lo único que dejaron en pie los persas antibizantinos, cuando conquistaron la tierra de Israel, el 614 d. C., destruyendo gran parte de los símbolos cristianos. Ellos respetaron unos mosaicos como éstos, porque representaban a los buenos persas antiguos, viniendo a "dialogar" con el Rey de los Judíos, en eso que hoy pudiéramos llamar, con P. Zabala y Benedicto XVI, el Atrio de los Gentiles.
El Atrio de los Gentiles (P. Zabala)
En el templo judío de Jerusalén se conocía con este nombre el patio exterior donde los paganos podían adorar a Yahvé, pues el acceso al interior les estaba vedado a los no judíos. Es en ese atrio donde se desarrolla la escena evangélica, según la cual Jesús arremetió contra los cambistas, pues habían profanado la casa de su Padre que era lugar de oración.
Recogiendo esa denominación, el papa Ratzinger ha puesto en marcha una iniciativa tendente a crear un espacio de diálogo entre creyentes e increyentes. ¿Es esto posible?. Algunos dudan de la posibilidad misma del diálogo entre quienes difieren en creencias básicas de la vida humana. En estos casos, la incomunicación intolerante suele ser frecuente.
Pero ya en su época de teólogo en Ratisbona, apostaba por el diálogo, pues entendía que "tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno, la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro, mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre".
Habermas, propone comprender la secularización cultural como un proceso de doble aprendizaje que obligaría tanto a la tradición secular como a las tradiciones religiosas a reflexionar acerca de sus respectivos límites. El mismo Benedicto XVI sugiere una recíproca limitación de la razón y la religión, a través del Logos, una razón amplia que permite controlar tanto los excesos de la razón sin vínculos morales ni antropológicos, cuanto los de la religión que, cuando prescinde de la racionalidad, incurre en el fanatismo y la superstición.
Comentando este tema, Sánchez de Toca afirma que, "a veces, es más importante la distinción entre ateos pensantes y no pensantes que entre creyentes y no creyentes", lo cual es cierto si la referimos también a la brecha entre creyentes pensantes y no pensantes. Todos sabemos que hay quienes afirman su no-fe como un apriori indubitado, como una decisión irreflexiva que niega toda posible fisura, en la que se encuentran cómodamente instalados.
Distinto es el caso de quienes intentan razonar su no-creencia, muchas veces nacida o condicionada por la conducta o afirmaciones de los creyentes que conocieron en su época de formación o que siguen viendo con posterioridad. Los que se declaran agnósticos, suelen ser personas que proclaman su duda y no se consideran en condiciones de responder afirmativa o negativamente a la cuestión de la trascendencia.
Por el lado de los creyentes, cada vez es más clara la brecha entre los que no han abdicado de su capacidad de pensar por cuenta propia y los que se limitan a repetir infantilmente lo que aprendieron en su niñez o las consignas que les llegan de la jerarquía. Aquello de que "doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder" del viejo catecismo lo han interiorizado totalmente. Esto les incapacita totalmente para el diálogo, tanto hacia el exterior de la Iglesia, como dentro de ella.
Acusan a los creyentes librepensadores de herejes y quisieran que la jerarquía les declarara como tales. Creen que la Biblia es revelación literal de Dios al que consideran como de su propiedad y creen que su esencia está encerrada y bien delimitada en las definiciones dogmáticas. Y juzgan cualquier manifestación de increencia como una ofensa a los sentimientos religiosos.
Enarbolan la bandera de la libertad religiosa para ellos, cuando se creen que se les oprime, pero no ven que ellos mismos pueden incurrir en esos atropellos con los que no piensan como ellos y desgraciadamente han incurrido y siguen incurriendo en estas opresiones con demasiada frecuencia. (Aunque en honor a a la verdad, es de justicia reconocer que hoy no es, ni mucho menos, la Iglesia católica la que encabeza el ranking de la intolerancia). Pero resulta destacable y sorprendente la capacidad de las creencias religiosas para ser fuente o de odios, violencias y guerras, legitimando a los poderosos o, por el contrario, de liberación y esperanza para los oprimidos...
La interrogación que a toda persona consciente suscita la "tiniebla luminosa" en que vivimos respecto a la Realidad última proporciona la posibilidad y la necesidad hoy urgente del diálogo entre personas pensantes, que se consideren así mismos como creyentes no, aunque no es extraño que, como dice L. Levèque: "todo creyente lleve dentro de día a un ateo y todo ateo lleve dentro de sí a un creyente".
En un clima de respeto y aprendizajes mutuos podemos avanzar titubeantes hacia el "Misterio tremendo y fascinante", que se nos revela principalmente a través de las lágrimas que surcan el rostro de las víctimas. Enjugar esas lágrimas es la tarea común de las personas de buena voluntad a las que los ángeles de Belén anunciaban la Paz...