Misión en la carretera

(JCR)
Otra vez cierro la oficina de la revista Leadership en Kampala por unos pocos días y me pongo en camino hacia el Norte de Uganda. Los 340 kilómetros que me separan de Gulu están jalonados de una sucesión interminable de baches que hacen del viaje una experiencia agotadora. Se requiere mucha prudencia, paciencia y saber dosificar las fuerzas. Al cabo de seis o siete horas, cuando lleguemos a nuestro destino sólo pensaremos en caer derrumbados sobre un colchón y recuperarnos del dolor de espalda.

Pongo en la parte trasera mi mochila, agua, una silla de ruedas que tengo que entregar a un chico que se quedó sin piernas al estallarle una mina hace pocos años, y paquetes de la revista que hacemos en Kampala, para entregarlas a las parroquias por donde pasaré. Antes, he llevado el coche al taller para que le hicieran el servicio y una buena revisión.

Cualquier misionero o cooperante en lugares remotos de África sabe muy bien que una buena parte de su tiempo lo ocupará en la carretera. Yo siempre he trabajado en parroquias donde había que visitar comunidades situadas a sesenta o setenta kilómetros de la misión central, lo cual quiere decir que había que recorrer cuarenta o cincuenta kilómetros por una pista jalonada de enormes baches, terreno arenoso o fango donde podías quedarte atascado, y hacer el resto del trayecto a pie por lugares más accidentados. Tendremos suerte cuando lo peor que nos pueda pasar es que se nos pinche una rueda. Peor es cuando hay bandas armadas que disparan a cualquier vehículo que se acerque. En este caso iremos con el alma en vilo, y muy pocos kilómetros se nos harán eternos.

Viajar por el África rural puede ser una experiencia muy gratificante, pero al mismo tiempo hay que darse cuenta de los riesgos y ser precavidos. La gente se mueve como puede: los pocos privilegiados como yo van en coche particular, muchos van en autobuses o camiones cargados hasta arriba, o en moto-taxi, en bicicleta o simplemente a pie. La gente camina muchísimo, y lo hace por pura necesidad. Tal vez lo que lo hace más llevadero es le hecho de que el viaje tiene sentido cuando vamos a encontrarnos con otras personas que nos acogerán y compartirán con nosotros lo poco que tienen. Esta experiencia se ha reflejado en algunas lenguas africanas, como el suahili, donde el verbo “kutembea” (caminar) está muy relacionado con el verbo “kutembelea” (visitar), es decir, caminar hacia una persona. Si en nuestro mundo occidental el viaje se hace por placer o por negocio, para realizar una actividad, en África aprendemos que el motivo principal de cualquier desplazamiento es encontrarnos con alguien con quien nos relacionamos.

Y África nos enseña también una verdad importante de nuestra fe cristiana: que en esta vida somos peregrinos, que vamos de paso, guiados por un Dios que se hizo nómada con el pueblo de Israel en su larga marcha hacia la libertad, por Jesús de Nazaret que se encaminó hacia Jerusalén para ser crucificado, y que nunca podemos detenernos por mucho que nos venza el cansancio. Cuando caminamos llevamos lo mínimo, estamos abiertos a las sorpresas que nos depare el viaje y agradecemos encontrarnos con otras personas que, como nosotros, se dirigen hacia alguna parte. Y ay de nosotros si un día nos asentamos, nos acomodamos y dejamos de lado nuestra vocación de caminantes.
Volver arriba