(JCR)
“En la escuela de don Bosco no hay lugar para el bastón!” Con suavidad pero con decisión, el padre Jonson Paulraj quita el palo al maestro sudanés que parece hacer valer
su autoridad con métodos poco convincentes mientras enseña a un grupo de niños a la sombra de un árbol a las afueras de Juba y lo tira lejos. El sacerdote indio sonríe mientras explica que en sus años de trabajo en este país entiende que la guerra haya dejado en sus habitantes una impronta de agresividad, pero no obstante su posición es firme: “Estos niños necesitan cariño y acogida, bastantes palos han visto y han recibido ya en su vida”.
Cuando los niños del arrabal de Gumbo, a las afueras de Juba, terminan su clase, corren por la explanada tras un balón. El extenso terreno apenas tiene unos cobertizos, y varios albañiles se afanan por levantar unos muros que servirán de residencia al padre Jonson, su compañero Dominic y dos jóvenes voluntarios de Eslovaquia. Los habitantes del barrio que viven en las proximidades han regresado a sus poblados de origen tras concluir la guerra en 2005, pero no han encontrado nada que les ayude a tener una vida mejor. Mientras en la capital del Sudán meridional se construyen hoteles (a 200 dólares la noche) y modernos edificios de hormigón y cristal para las oficinas del gobierno semi-autónomo la gente que ha vuelto de muchos años de exilio en las vecinas Uganda y Kenia no encuentran servicios a su alcance como educación y sanidad. El alcoholismo y la exclusión social hacen estragos en estos nuevos asentamientos donde la gente saca unas monedas vendiendo haces de leña y de hierba seca. El plan de los salesianos es construir un gran centro de educación: “En esta parte haremos la escuela primaria, allí la secundaria y en aquel lugar la escuela técnico-profesional”, señala con convicción el padre Jonson, quien sueña también con ver después de algunos años unas aulas donde se impartan cursos de informática y unas pistas de deportes. En un salón multiusos cuya construcción ha concluido hace poco esperan proyectar muy pronto películas para que los jóvenes tengan un lugar para actividades de ocio.
Unos kilómetros más al norte de Gumbo, en el poblado de Mori a orillas del río Nilo, los salesianos construyen también aulas para que los niños que acuden a la escuela primaria tengan algo mejor que el actual chamizo de juncos que amenaza con derrumbarse en cualquier momento. Sorprende el entusiasmo con el que trabajan, y sobre todo la visión de cómo puede cambiar la vida de los niños y jóvenes en este lugar. La mitad de la población de Sudán tiene menos de 15 años, y todos ellos han conocido sólo la guerra, que empezó en 1983 y utilizó a muchos de ellos como niños soldado. Este detalle salta a la vista cuando visito la comunidad salesiana de Tonj, varios cientos de kilómetros más al norte. Allí, en sus aulas también a medio construir, visito clases de primaria donde muchachos de algo más de 20 años se sientan en pupitres junto a niños de 8 ó 9 años mientras escuchan las explicaciones de sus profesores, la mayoría ugandeses ya que en Sudán hay una enorme carencia de maestros locales ya que no hay ni siquiera escuelas de magisterio. El conflicto que se ha vivido hasta hace muy poco, y que se mantiene con una gran fragilidad, no ha permitido a casi nadie tener oportunidades para estudiar. El padre John Peter Savarimuthu me explica que en 1986 su congregación tuvo que evacuar esta escuela, fundada en 1953. Uno de los salesianos que decidió quedarse, el padre James Polika, fue secuestrado por los rebeldes del SPLA, quienes le liberaron al cabo de 18 meses.
En Tonj hablo con James Nor, un joven estudiante de 19 años que está a punto de terminar el ciclo de primaria y quiere ser periodista. Durante la guerra vivió en un campo de refugiados en Uganda junto con sus padres. Volvió hace tres años y le gusta la escuela de los salesianos porque aquí puede jugar al fútbol, que es lo que más le gusta.
Los salesianos en África son 1.200, que ejercen su labor educativa y pastoral en 42 países, donde dirigen 117 escuelas, 123 centros juveniles y 103 parroquias. En Sudán, además de Juba y Tonj, están también presentes en Jartum, Wau y El Obeid. En Wau acogen a 400 niños que han escapado del infierno de la guerra en Darfur y estudian en su colegio. En la capital, Jartum, llevan a cabo una interesante experiencia: todos los días acogen en dos turnos a un nutrido grupo de jóvenes que cumplen condena en un correccional juvenil. Todos ellos acuden por su propio pie y vuelven al centro de internamiento cuando terminan sus clases.