El club de la miseria

(JCR)
Hoy quisiera recomendarles un excelente libro que acaba de ser publicado

en castellano. Aunque en sí mismo no es de tema africano, el 95% de lo que su autor escribe es sobre este sufrido continente. Se trata de “El Club de la Miseria”, del economista británico Paul Collier, profesor de Oxford y antiguo oficial del Banco Mundial. Su planteamiento de base no podía ser más certero: hay que distinguir entre “países en vías de desarrollo” y aquellos que están estancados y no crecen. Los primeros –como India, Brasil, China y otros antiguos integrantes del “Tercer Mundo”- están levantando cabeza y sus habitantes tienen la convicción de que sus hijos van a vivir mejor que ellos (como pasaba en Europa hace 50 años). Pero queda un grupo de 57 países, casi todos ellos en África, que forman parte de este peculiar “club de la miseria” en el que están integrados mil millones de seres humanos.

Esta distinción es importante, porque no hay que olvidar que desde 1980 la pobreza mundial ha disminuido por primera vez en el mundo y países antaño pobres hoy están dejando de serlo. Pero en los malauis y las etiopías del mundo, enormes masas de seres humanos no se encaminan hacia ningún futuro mejor, sino que van a la deriva, mueren antes de los 40 ó los 50 años y sus niños padecen desnutrición crónica.

¿Por qué estos 57 países, la mayor parte de ellos africanos, no consiguen salir de este estancamiento? Para Collier, la respuesta está en las trampas. “A base de trabajo, ahorro e inteligencia, una sociedad puede salir de la pobreza… siempre que no se quede atrapada en uno de estos cuatro cepos: conflictos violentos, recursos naturales valiosos, falta de salida al mar y mal gobierno”.

No es casualidad que la mayor parte de las guerras se ceben en sociedades pobres, donde la vida en sí no vale mucho y los jóvenes reclutados por ejércitos rebeldes salen baratos. Collier cita el caso del antiguo Zaire, donde el líder rebelde Joseph Kabila dijo a un periodista que lo único que le hacía falta para hacerse con el poder era “diez mil dólares y un teléfono satélite”. En Zaire todo el mundo era tan pobre que con esa cantidad no era difícil contratar un ejército. ¿Y el teléfono? Con él Kabila cerró infinidad de tratos con empresas extractoras de recursos antes de ocupar la capital Kinshasa.

Y es que, paradójicamente, los recursos naturales valiosos son la segunda trampa mortal para estas sociedades. Ejemplos como los de Nigeria, Chad, Guinea Ecuatorial y Angola, grandes productores de petróleo, muestran que a menudo la dependencia de estos recursos favorece la autocracia y el clientelismo en la política. Lo mismo se podría decir del coltan en la República Democrática del Congo o de los diamantes en Sierra Leona. Muy distinto es el caso de un país como Botswana, gran exportador de diamantes que sin embargo ha sido siempre un ejemplo de prosperidad y buen gobierno, o de Mauricio que ha convertido el turismo en una fuente de ingresos que el gobierno invierte en buenos servicios para la población, aunque por desgracia estos dos casos en África no son sino la excepción que confirma la regla.

También algunas circunstancias geográficas, como la falta de salida al mar, tienen importancia y se convierten en la tercera trampa, aunque esto depende de los vecinos que el país en cuestión tenga. ¿Por qué Uganda es pobre mientras que Suiza es rica? Porque el acceso de Suiza al mar depende de las infraestructuras de Alemania e Italia, mientras que el acceso de Uganda al mar para garantizar sus suministros o para exportar sus productos depende de las pésimas carreteras de Kenia.

Por último, poco hay que explicar sobre cómo el mal gobierno –la cuarta trampa- puede destruir un país que empezó bien a una velocidad de vértigo. Así ha ocurrido en Zimbabwe, que bajo la dictadura de Mugabe se ha hundido en la miseria más absoluta.

¿Es posible abandonar este poco apetecible club de la miseria? Según el autor, hay que acabar con la tendencia a culpar al colonialismo de todos los males porque hace creer a los más pobres que no pueden solucionar sus propios problemas. Es difícil salir de este estancamiento, pero no imposible. Algunas de las salidas pasarían por la diversificación de sus exportaciones, el desarrollo de sectores como el textil y la agricultura a gran escala y, en el caso de África, organizarse alrededor de federaciones regionales. En un ámbito más global, Paul Collier apuesta también por realizar cambios en las normativas internacionales y en las políticas comerciales. Y-no se lo pierdan- en algunos casos en mejor favor que se podría hacer a estos países sería intervenciones militares puntuales. No se echen las manos a la cabeza tan pronto, acuérdense del genocidio que tuvo lugar en Ruanda en 1994 y piensen si no se podría haber evitado enviando tropas extranjeras de forma rápida y con un mandato claro. Que se lo pregunten si no a los sufridos habitantes de Sierra Leona, donde la que fue posiblemente la guerra más cruel de toda África terminó a primeros del año 2002 tras una intervención decisiva del ejército británico que deshizo a la guerrilla del Revolutionary United Front (RUF) y obligó a los pocos que quedaron a aceptar acuerdos de paz con el gobierno. La cuestión en un caso así sería no por qué se hizo, sino por qué se tardó tanto en hacerlo, dado que la guerra empezó en el año 1991 y dejó cientos de miles de muertos, miles de niños secuestrados y una ingente legión de mutilados. Lo malo es que este tipo de intervenciones raramente se realiza por motivos verdaderamente humanitarios. ¿O es casualidad que las principales compañías que tienen concesiones para las minas de diamantes en Sierra Leona sean británicas? Una vez más, la trampa de los recursos.
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