La falta de decisiones en la Iglesia en África. Una enfermedad crónica

(JCR)
Durante las últimas semanas, cada vez que acudo a la casa provincial de los misioneros combonianos en Kampala me encuentro con el padre Egidio, que espera con paciencia que las autoridades de la diócesis del Norte del país, donde lleva 30 años trabajando, resuelvan su caso. Dotado de una paciencia infinita, este sacerdote y médico que pasa ya de los sesenta sabe que no puede hacer sino esperar, rezar e intentar mantener la calma ante un caso difícil cuya decisión depende de un obispo especializado en dar largas.

Egidio es director del hospital de Kalongo desde 1989. Antes de esa fecha trabajó en una leprosería en otra diócesis y aquel año sus superiores le pidieron que se ocupara de este hospital situado en una zona aislada a causa de la guerra. De hecho, en 1987 el ejército obligó a todo el personal misionero y sanitario a evacuar el lugar, temerosos de que la guerrilla se abasteciera de víveres y medicinas. Dos años después, el gobierno dio permiso para volver a abrirlo y Egidio hizo un esfuerzo titánico por conseguir recursos, volver a organizar la escuela de enfermeras, traer a médicos, y hacer que se diera una atención médica de calidad a una población cuya esperanza de vida no pasa de los 30 años, en un lugar donde falta de todo y donde cada dos por tres los frecuentes ataques de la guerrilla han sembrado el desconcierto y la incertidumbre.

Les hago esta introducción para aclarar que el hombre se ha dejado la piel en levantar el único hospital que existe para una población de alrededor de medio millón de habitantes, en una zona muy peligrosa, y que obviamente no lo ha hecho por dinero ni por prestigio social. Y sus esfuerzos se vieron recompensados con un buen número de organizaciones humanitarias, embajadas y ONGs que durante los últimos años han aportado numerosos fondos para que el hospital tuviera mejores instalaciones y ofreciera mejores servicios. Naturalmente, esto ha sido posible porque se fían de un hombre que –entre otras cosas- entrega regularmente impecables cuentas auditadas e informes bien hechos.

Y hete aquí que un buen día –a principios de este año- llegan las autoridades del distrito y empiezan a decir que puesto que el hospital misionero está en su territorio, por lo que ellos tienen derecho a que todas las donaciones que llegan para el hospital de Kalongo pasen por sus oficinas, con cobro de comisiones por supuesto que para eso son ellos los encargados, y que serán ellos los que canalizarán los fondos. Y Egidio y los responsables del hospital responden que en todos los años de existencia del hospital –desde finales de los años 50- el dinero va directamente de los donantes a los beneficiarios, y que no tiene no entienden por qué ahora tiene que pasar por sus oficinas, etc, etc. Y los políticos del distrito se enfadan y ya se pueden imaginar el resto de la historia: cartas acusatorias, una campaña de difamación, hasta que el buen Egidio no puede más, y se marcha de vacaciones anticipadas en el mes de junio antes de que la tensión arterial le suba por las nubes, dejando el asunto en manos de sus superiores y esperando que para cuando vuelva en octubre el asunto se haya arreglado.

Pero llega Egidio en octubre, y todo sigue igual. Su superior provincial ha contactado repetidas veces al obispado, propietario y responsable último del hospital. Y le ha pedido que escriba un documento dirigido a los jefes del distrito en el que se diga simplemente que la política de la diócesis es que todas las donaciones que recibe van directamente a sus instituciones, y de esta manera se exonera al director, y punto. Y el obispo sonríe, dice que lamenta mucho todo lo que está ocurriendo, que hay que trabajar por la reconciliación, y que hará lo posible por que “todo termine bien”.

Eso sí, el obispo no firma ningún documento porque seguramente no se quiere pillar los dedos, desea mantener a toda costa buenas relaciones con los políticos responsables del desaguisado, y quiere mantener una existencia sin posibles amenazas ni conflictos que le acarreen problemas ahora o en el futuro. Una de las plagas que afectan más a la Iglesia en África es el miedo a tomar decisiones, a la confrontación, algo que tiene mucho que ver con patrones culturales, pero que no resulta muy evangélico. Y mientras tanto, Egidio no puede volver al hospital porque los políticos siguen manipulando a la gente para que no le acepten. Y, como es previsible, los donantes empiezan a perder confianza en que las cosas funciones hasta que no se aclaren las cosas, faltan los fondos, se dejan de pagar salarios, se resiente el mantenimiento, disminuyen las medicinas, y los pacientes –que dependen del hospital para sus cuidados sanitarios- terminan pagando el pato.

Pienso en todo esto y concluyo que es una pena que en África obispos y demás dignidades eclesiásticas acudan a Europa o Estados Unidos cuando están enfermos. Si también ellos dependieran de sus propias instituciones sanitarias cuando les falla un riñón o les duelen las articulaciones por la artrosis, a lo mejor tomarían decisiones con más rapidez e impedirían que se desarrollaran situaciones absurdas que sólo conducen al colapso de servicios puestos en pie durante muchos años y con mucho sacrificio.
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