El duro destino de ser niño en África (II)

(AE)
Siguiendo con los diferentes desafíos con los que la infancia africana

tiene que luchar, habría que mencionar el tráfico de niños, el cual muchas veces crece a raíz de promesas de estudio y de un mejor bienestar para los más jóvenes. La gran mayoría de las veces, el tráfico ilegal se nutre de situaciones de miseria (orfandad, familias monoparentales, desempleo, incapacidad para sustentar al niño, enfermedad) y surge como respuesta a una situación de demanda de mano de obra inexperta y barata en los más diversos campos: desde el sector del turismo (prostitución) como en el del servicio doméstico, el crimen organizado, la economía sumergida, (por ejemplo minería: niños son ideales trabajadores para las minas debido a su reducido tamaño) o incluso como soldados en diferentes milicias y grupos armados, en los cuales son entrenados como verdaderas máquinas de matar. La sociedad todavía no cuenta con mecanismos efectivos de protección de la infancia. El nombre de Sudán se menciona con frecuencia sobre todo asociado a temas como la esclavitud, donde niños del Sur del país han sido raptados de sus familias y han sido llevados a otros lugares por parte de mercenarios y de grupos armados que se aprovechan de la situación de impunidad y de indefensión en la que podían actuar por lo menos hasta hace algunos años. Aunque en este país se hayan reducido estas actividades desde el acuerdo de paz, no se puede todavía cantar victoria, ya que en mucho otros países, el tráfico continúa o se incrementa cada año, siendo la tercera clase de comercio criminal más importante después del tráfico de armas y de drogas. .

A esta situación se añade el problema añadido del abuso sexual, común entre estos sectores de población. Cuando uno lleva varios días sin comer, no es tan descabellado el aceptar promesas de comida o de unas monedas a cambio de favores sexuales. Según las estadísticas el abuso sexual y la prostitución de menores puede estar afectando al 30% de las niñas en algunos distritos costeros de Kenia, adonde van cada año miles de turistas, los cuales demandan servicios sexuales de toda clase sin grandes tapujos confiando en la impunidad que les da su poder económico. Toda una industria se ha levantado en los distritos costeros de Mombasa, Kilifi, Malindi y Kwale, donde hasta 15.000 niñas ofrecen diariamente sus servicios a turistas. Lo peor es que las familias de muchas de estas niñas no terminan de ver mal estas actividades, ya que pueden ser altamente remuneradoras para las mismas; la cantidad pagada por un “servicio” sexual podría perfectamente ser equivalente a la cesta de la compra de una familia para toda una semana.
Fuera de estas zonas turísticas, el abuso sexual no afecta a todos los niños de la misma manera. Barrios de chabolas (los llamados slums), asentamientos de miles y miles de personas, donde cada familia se hacina en pocos metros cuadrados, son caldos de cultivo ideales para este tipo de actividades. Según estudios hechos en la región, el tipo ideal del abusador sexual es hombre (98% de los casos), vecino o familiar (casi siempre tío) de la víctima (21%) o padre (6%). Otros grupos son las personas extrañas (8%), profesores (6%) o compañeros de clase (5%).

Cuando hay casos de estos, la gente no se fía de las fuerzas de seguridad. La policía sigue siendo uno de los cuerpos más corruptos por lo menos en Kenya, hasta el punto que no se sabe exactamente las cifras de personas afectadas por abuso sexual ya que muchas veces ni se preocuparán de denunciarlo para ahorrarse unas diligencias no pocas veces molestas, embarazosas y estériles, ya que luego este tipo de crímenes no se toma seriamente en las comisarías.

Continuará...
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