La foto que no me atreví a sacar en Bangui

(JCR)
Hasta el último minuto no estaba seguro de si podría salir de Bangui para pasar mis dos semanas de vacaciones con mi familia en Madrid. El viernes 20 por la noche dormí en la oficina del Consejo Danés para los Refugiados, donde trabajo actualmente. “No sabemos si podremos

CENTRAFRICA-UNREST-FRANCE

llegar al aeropuerto por la mañana, ahora mismo hay combates en los barrios cercanos”, nos informó nuestro coordinador. Dos de mis compañeros centroafricanosque viven en esa zona se quedaron a dormir en el despacho. Tras una noche puntuada de disparos y breves ráfagas de ametralladora, finalmente a las seis de la mañana del sábado 21 de diciembre nuestro chófer nos sacó a toda velocidad a los cuatro cooperantes que teníamos el vuelo aquella mañana.

Nuestro ángel guardián tardó siete minutos en llegar al control de entrada del aeropuerto, donde la presencia de los soldados franceses nos hizo respirar aliviados. Por el camino, dos cadáveres en la cuneta, grupitos de rebeldes de la Seleka peligrosamente armados merodeando Dios sabe con qué intenciones, y blindados del ejército francés tomando posiciones. “Bangui la coquette le desea un feliz viaje”, reza el cartel situado a la entrada. Desde marzo de esta año la gente llama a la capital centroafricana “Bangui la roquette”, con un juego de palabras entre dos vocablos franceses que significan “coqueta” y “cohete”, y no precisamente de verbena.

Revisando estos días las fotos que he sacado en Bangui, me doy cuenta de que hay una imagen que me falta, simplemente porque no me decidí a sacarla. Recuerdo que varias veces me he encontrado con la misma dolorosísima escena en la calle, dudé y al final opté por no sacar la cámara: un grupito de personas viene empujando una carretilla en la que hay un ataúd, o tal vez una gran bolsa de plástico si no han tenido ni el dinero para pagar a un carpintero. Dentro hay un ser querido muerto por las balas que han matado a algo más de 1.100 centroafricanos durante las últimas dos semanas y media. Según llegan más cerca, sus caras expresan una tristeza infinita. En algunos casos, el parvo tamaño de la caja deja adivinar que se trata de un niño. Podría haberme acercado discretamente y musitar una petición de permiso con todo el respeto del mundo: “Disculpe, trabajo como periodista… ¿me permite que les saque una foto? Y les acompaño en el sentimiento?” Seguramente me habrían dejado. Bangui está lleno de periodistas y la gente se ha acostumbrado a ver a blancos circular cámara en ristre filmando. Y a la gente les parece de perlas que –por fin- sus problemas sean conocidos en los medios de comunicación internacionales.

Siempre con el debido respeto al dolor ajeno, y sin caer en lo escabroso, cuando uno trabaja en países en conflicto hay veces en que hay que ajustar el objetivo de la cámara y retratar el sufrimiento humano ante la muerte violenta de un ser querido para que el mundo sepa lo que ocurre. Pero uno tiene sus límites, o tal vez su timidez que le marca la frontera. Por eso hoy recurro a algo que no suelo hacer casi nunca: buscar esa foto en Google. Aquí la tienen. Imaginen esta escena multiplicada por 1.100, y eso sólo en Bangui. En el resto del país, en el interior de sus pueblos en las inmensas selvas centroafricanas, muchísimo más. Todo un pueblo traumatizado viendo morir a sus familiares, y no sólo por efecto de la violencia de hombres armados, sino también por efecto del hambre y las enfermedades.

Uno de los últimos días que pasé en Bangui presencié una escena que habla por sí sola. En una de los cruces entre dos calles, una muchacha de veintitantos años se desplomó en la acera. Acudimos varias personas para socorrerla y alguien quiso llamara a un taxi para llevarla a un hospital. La chica acertó a balbucir unas palabras, entre lágrimas y con una voz débil, a su buen samaritano: “No me llevéis al hospital, no estoy enferma. Es que hace cuatro días que no como”.

No suelo hacer llamamientos a realizar donativos en este blog sobre África, pero en estas fechas próximas a la Navidad pienso en los triste que será para los habitantes de Bangui vivir estos días y me permito hacerles una sugerencia: busquen en sus bolsillos y entreguen algo de su dinero a los misioneros combonianos para ayudar a los miles de personas desplazadas a las que ayudan en su parroquia de Nuestra Señora de Fátima, en uno de los barrios más conflictivos de Bangui. Pueden llamar a su comunidad de Madrid, al 914152412 y allí les informarán de cómo hacerlo. Les aseguro que hasta el último céntimo de lo que entreguen servirá para ayudar a algunos de los 200.000 infelices que siguen desplazados en las parroquias y otros lugares de la capital. Por mucho que estemos en crisis y que en España tengamos nuestros serios problemas, por lo menos aquí no nos caemos por la calle después de cuatro días sin comer ni empujamos el cuerpo de un miembro de nuestra familia en una carretillla hacia el cementerio. Que en nuestra Navidad brille una pequeña luz de solidaridad hacia alguien a quien no conocemos en el corazón de África y cuya vida tal vez salvaremos con nuestro gesto.
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