(JCR)
“Dios sabe que este mundo está lleno de desgracias”, “Jesús cargó con
la cruz en un mundo de miseria”. Así empiezan dos himnos religiosos en lengua acholi, del Norte de Uganda. Hay muchos más de parecido tono. Cada vez que los he oído cantar no he podido evitar un estremecimiento difícil de describir, quizás porque durante 20 años he visto muy de cerca lo triste que puede ser la vida para quien cada jornada está tejida de un entramado de carencias y frustraciones y se vuelve a Dios para encontrar respuestas o por lo menos algo de consuelo.
Si la Biblia está llena de referencias a la religiosidad de los pobres poco extraña que en lugares como África la gente con menos medios muestre una gran facilidad para desarrollar un sentido religioso que ya de por sí abunda en casi todas las culturas africanas. Aquí, sin embargo, hay que matizar bastante: hay pueblos de África que tienen creencias monoteístas bastante marcadas, aunque parecen que son pocos los que creen en un Dios personal que se preocupa por los seres humanos. En muchos casos, entre Dios y las personas hay toda una nube de espíritus y antepasados que son el verdadero centro de los rituales, ceremonias que por otra parte en muchos casos sólo se ponen en práctica cuando hay algún problema concreto que resolver, ya sea una enfermedad, una muerte en la familia o cualquier otra contrariedad. En el caso de la religión tradicional de los acholi del Norte de Uganda, la creencia en un Dios creador no debía de estar muy bien definida cuando los propios misioneros –lo mismo católicos que anglicanos- no tuvieron muy fácil encontrar un nombre adecuado en lengua local para referirse al Dios que predicaban.
Al final, en África como en cualquier lugar del mundo donde resonó por primera vez el mensaje del evangelio, presentar a un Dios que se hace hombre en Jesús de Nazaret y que es condenado, muere y resucita, es algo novedoso que cambia la manera de ver el mundo y de relacionarse entre los seres humanos. En algunos aspectos de la vida, las culturas africanas mostrarán una mayor cercanía natural al evangelio, y en otros seguramente menos. En cualquier caso, cuando la gente que come una vez al día, tienen dos camisas raídas y a menudo tienen que abandonar sus casas por una guerra, se encuentran con un Dios que sufre como ellos y que les promete estar a su lado, esa relación se manifiesta en muchos aspectos de su vida cotidiana que en las sociedades occidentales están cada vez más teñidas de laicidad.
Por eso en tantos lugares de África casi nunca se empieza una reunión del tipo que sea sin una oración, ya sea cristiana o musulmana, y la gente reza antes y después de cualquier comida, cuando van al campo, cuando empiezan un viaje, un negocio y hasta un partido de fútbol. Y a los niños se les da un nombre africano que significa “Dios me ha librado”, “Dios es generoso”, “Dios me da la vida” y un largo etcétera (qué pena me daba cada vez que me pedían que bautizara a un Kevin Costner, a un Bill Clinton o a una Shakira). Y por ese mismo sentido religioso muchas familias africanas cristianas terminan el día rezando el rosario alrededor del fuego en su poblado y muchos hombres y mujeres en África lucen rosarios, cruces y medallas sin ningún complejo.
Es posible que en algún caso haya algo de superficialidad en todo esto, pero cuando ves gente muy pobre para los que la fe cristiana significa respetar a la mujer, sacrificarse por sus vecinos, perdonar a los que les han hecho daño y vivir serenamente en medio de sus sufrimientos sin desesperarse, te das cuenta de que la religiosidad en la vida cotidiana es una riqueza que para los más pobres es un patrimonio que les sostiene a diario y de la que tenemos tanto que aprender.