EL SUFRIMIENTO NO PUEDE SER MAQUILLADO

EL SUFRIMIENTO NO PUEDE SER MAQUILLADO

El sufrimiento y el dolor, la guerra y el hambre, la muerte de los seres más queridos y la injusticia más atroz, los desastres naturales y las masacres… hacen estallar una pregunta en forma de estupor y sobrecogimiento: ¿Por qué Dios permite el mal?...

Estas preguntas no son nuevas en la historia humana pero se recrudecen ante el sufrimiento humano y la muerte de los más débiles. Además, desde siempre estas preguntas han sido planteadas no sólo desde conciencias lejanas a la dimensión religiosa sino desde personas creyentes que han querido encontrar una respuesta válida desde su confianza en Dios. Pero hoy más que nunca, cuando el mundo de la filosofía en muchos frentes lanza la idea de que el concepto de Dios está agotado, el creyente quiere saber qué respaldo teológico tiene la queja contra Dios en el proyecto salvífico y el devenir histórico, cargado de tanto desastre y sufrimiento.

Es cierto que el sufrimiento deja sin argumentos convincentes muchos discursos teológicos pero no por eso en situaciones límites se reclama con más intensidad la existencia de un Dios que pueda hacer más llevaderos el llanto y el lamento, al tiempo que haga válidas sus quejas y rebeldías.
La Teología de la cruz da respuesta al sufrimiento y al dolor del inocente. Y la respuesta ante toda miseria humana es la resurrección de los muertos como un acto reivindicador de Dios que sale al encuentro del hombre, sobre todo del maltratado por la vida y las circunstancias. Esta esperanza en la resurrección y en el triunfo de Dios, anticipado en la Resurrección de Cristo, alienta a los creyentes a no caer en el desaliento y a luchar para transformar las estructuras a FAVOR del hombre y a trabajar para ayudar a las víctimas, aunque tiemble su interior con lágrimas fuertes. Como bien señala P. Plus: “El Cristianismo no inventó la cruz, sino el valor para soportarla”.
La respuesta ante toda miseria humana es la resurrección de los muertos como un acto reivindicador de Dios que sale al encuentro del hombre, sobre todo del maltratado por la vida y las circunstancias.
Esta esperanza en la resurrección y en el triunfo de Dios alienta a los creyentes a no caer en el desaliento y a luchar para transformar las estructuras a favor del hombre y a trabajar para ayudar a las víctimas, aunque tiemble su interior con lágrimas fuertes.

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