Ecumenismo solidario en Lesbos

No es que a los refugiados de Lesbos todas las horas se les vayan entre lamento y suspiros, pero tampoco los que viven son precisamente días de vino y rosas. Sus lejanas tierras de Oriente Medio se han quedado atrás entre escombros y sembradas de minas anti-personas, pero el desencanto ante el lóbrego futuro que ahora mismo se dibuja en el horizonte ha determinado que su espíritu acabe minado por la desesperanza y con el alma por el suelo.

El papa Francisco, que no solo es un buen hombre, sino un hombre bueno incluso en el literal sentido machadiano de la palabra bueno, quiere poner fin a ese tremendo desahucio que es la emigración originada por la guerra. Casi nada. Él precisamente, que está metido hasta el solideo en la operación limpieza de los albañales de la pederastia y de otros pútridos etcéteras dentro de la misma Iglesia, pretende ahora frenar la descomunal limpieza de la emigración que se proponen llevar a cabo algunos países de la vieja Europa, que parece que la hubiera mirado un tuerto.

Dejar como nuevas las sandalias del pescador echándoles tacones y medias suelas, tiene tarea, pero en cuestión de finanzas algo se empieza a percibir: el Vaticano «deja de ser un paraíso fiscal». El perdón, que siempre modifica el pasado, y el propósito de enmienda, que corrige el futuro antes de que llegue, pueden hacer el milagro, máxime en un Año de la Misericordia.

¿Cómo olvidar los escándalos más recientes, desde el lavado de dinero de la Cosa Nostra hasta el contrabando de divisas de algún monseñor? Ahora están saliendo a relucir hasta sotanas del armario, ya que los tiempos opacos acaban por ser transparentes.

¿Qué puede hacer el buen papa Francisco, que no esté haciendo ya, él, que no se cansa de convocar comisiones cardenalicias para que arrojen luz en tan oscura operación de saneamiento? La fe mueve montañas, pero es difícil que mueva las fronteras, y ahora mismo Grecia, como tantos países de la vieja Europa, está más para ser compadecida que para compadecer. El historial de los escándalos vaticanos no es fácil de borrar, aunque el admirable papa Francisco diga que los pastores deben tener olor a oveja. Lo dificultoso es quitar el persistente aroma al pelo de la dehesa. Y bastante hará si consigue que aspiren al buen olor de Cristo.

En la paz te pueden proscribir, pero en la guerra te pueden suprimir. Esta parece ser la consigna de los refugiados. Como se ve, austera de palabras y honda de preocupaciones. Pero si al vivir que son dos días, le añadimos no hay mal que cien años dure, tendremos el refrán más ajustado a la dura realidad, que no invita sino a jugárselo todo a una sola carta. Pero eso es como jugar a la ruleta rusa.

Francisco, en cualquier caso, no se para en barras y tan capaz es de bajar hasta el barro, que de lavar los pies a jóvenes refugiados de la periferia de Roma, o a plantarse en Lampedusa y ahora mismo, dentro de unos días, en Lesbos. Todo para denunciar, «desde la misericordia y la alegría del Evangelio», una solución ramplona y sin piedad, la de políticos que ni se ganan el sueldo, amigos solo de llenarse bolsillos y estómago a cambio de poner a miles de refugiados lo más lejos posible de las mesas de comer europeas, donde tantos epulones de turno se están dando a su costa el gran festín.

Bueno sería saber si este viaje lo emprende Francisco de motu proprio, o a iniciativa de Bartolomé. El Gobierno griego dice que ambos estarán acompañados durante la visita por el primer ministro griego, Alexis Tsipras, y el arzobispo de Atenas y toda Grecia Jerónimo, y ya, arrimando el ascua a su sardina, que con este viaje «los líderes de ambas Iglesias quieren honrar los esfuerzos de los griegos en la gestión de la crisis». En el comunicado, se hace saber además que Francisco y Bartolomé han puesto repetidamente de relieve «la necesidad de mostrar solidaridad y han mostrado su rechazo a políticas xenófobas e inhumanas de fronteras cerradas». Durante el reciente mensaje de Pascua, Francisco criticó duramente a quienes no asisten a los refugiados, condenó el terrorismo y deseó que la esperanza vuelva a Siria y a las personas que sufren en ese país.

El de la Santa Sede es más escueto. También más claro: «Acogiendo –dice- la invitación de Bartolomé, y del presidente de la República Helénica». Asimismo, que en la isla, Francisco, Bartolomé I y Jerónimo II «mantendrán un encuentro con los miles de refugiados que allí están». Los comentaristas aclaran que el Papa argentino, hijo de inmigrantes italianos, es sumamente sensible al tema y desde su elección en marzo del 2013 ha manifestado su cercanía con los inmigrantes de todo el mundo, que arriesgan la propia vida en pos de otra mejor o que han tenido que huir por el hambre y los conflictos.

La dimensión humanitaria del viaje resulta, en definitiva, evidente. Francisco, por su parte, tampoco dejará de insistir en su carácter pastoral. Y después, habrá todavía quien saque punta a otros posibles perfiles. Sin mucho esfuerzo cabe de lleno, por ejemplo, el ecuménico y, una vez ahí, la Declaración conjunta de La Habana.

Dada su resonancia, Bartolomé I no podía quedarse impasible viendo que el patriarca ruso Kirill le comía el tarro en protagonismo. De modo que ha procurado retomar su papel de patriarca ecuménico poniéndose junto a Francisco en una acción que, sobre ser sobremanera humanitaria, es asimismo ecuménica. Al menos en su ejecutoria. Si Francisco ha puesto en circulación lo del ecumenismo de la sangre, ¿por qué no abogar también por el ecumenismo de la caridad? Lo ejerció la beata Madre Teresa de Calcuta (o de los pobres, como algunos ahora prefieren). Y tantas otras figuras de mi reciente libro Apóstoles de la Unidad, San Pablo, Madrid 2015.

Si el ecumenismo de La Habana fue a dos bandas, este lo será a tres: Francisco, Bartolomé y Jerónimo. Cuantos más líderes religiosos se suban al carro de la unidad, tanto mayor será su denuncia ante los políticos. De no ser así, podría reducirse todo a un ecumenismo de postureo: ¡que también se da!
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