La canonización que viene



Me refiero al beato Pablo VI, para cuya pronta subida a los altares se dice que le quedan dos telediarios. Vamos, que está al caer. Entonces será el momento de saber quién es quién. Sobre todo en la España que queda del viejo Régimen, muy poco fino él, la verdad, en el trato a este próximo santo de la Iglesia católica.

La Conferencia Episcopal Española y la Fundación Pablo VI le han querido rendir un homenaje de urgencia en Madrid los días 14 y 15 de octubre de 2016. A más de uno, sin embargo, le dio la impresión de que lo hacían aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o sea mayormente debido a los actos conmemorativos del 50º aniversario de la CEE. Porque lo cierto es que tampoco los predecesores de las actuales mitras hispanas, no pocos, se excedieron en la simpatía hacia aquel Sucesor de Pedro, probablemente por no desairar al inquilino de El Pardo, que era, después de todo, quien había manejado los hilos de las ternas con Nunciatura para que terminaran ciñendo la mitra.

La canonización del beato Pablo VI desborda con mucho, la cosa es de sentido común, el minúsculo reducto de España, ya que su inherente catolicidad hace que afecte a los cuadrantes todos del orbe. Algo insinué ya cuando su beatificación el 19 de octubre de 2014 con mi «Evocación de Pablo VI» (cf. equipoecumenicosabinnanigo.blogspot.com.es/2014/10/evocacion-de-pablo-vi.html).

Es indudable que hay muchas claves de interpretación, tantas por lo menos como puntos de vista. Todo depende de quién se ponga manos a la obra, de qué faceta del Concilio se trate y de qué ideología sea la pluma que escribe. Porque no es menos cierto que ella misma --la próxima canonización—va a resultar clave para entender otros hechos relativos a la Iglesia católica, al Vaticano II y al mismo pontificado del papa Francisco.

Andábamos estos decenios últimos al rebufo de lo que representó, y todavía supone, la figura de san Juan Pablo II, cuando hete aquí que a la Cátedra de San Pedro llega de pronto el papa Francisco con su aire bonaerense y su ademán porteño y pilla a media vecindad con el pie cambiado. Uno, que vivió sus años universitarios y de profesor en Roma, tuvo desde primera hora el presentimiento de que el nuevo Papa iba a guardar parecido con san Juan XXIII. El tiempo ha venido a darme la razón, cosa que agradezco vivamente, que el cumplido no quita para las formas.

Primero fue con la sabia iniciativa de canonizar juntos a los papas Roncalli y Wojtyla, algo que probablemente no acabó de sentar bien a los polacos, que ya se las prometían muy felices para organizar en solitario fiestas y homenajes a su paisano. Pero a todo vaticanólogo medianamente avezado al oficio aquello no le parecía suficiente. Los papas del Concilio fueron dos: Juan XXIII y Pablo VI, éste su verdadero arquitecto, y mira tú por dónde, era el que faltaba en el retablo.

Mientras tanto, Francisco seguía erre que erre con su nuevo estilo conciliar a tope, lo que le ha valido, dicho sea de paso, aguerrida oposición, generalmente de quienes nada saben, ni saber quieren, de por dónde sopla el aire del Vaticano II. Y aquí están comprendidas algunas mitras tan célebres como escoradas, por no decir romas. De modo que la noticia de la próxima canonización de Pablo VI ha venido a confirmar la consabida máxima: «Y lo que tenía que pasar pasó».

No es que Francisco quiera organizar en la Iglesia ningún cisco. Eso lo pueden decir los tontos contemporáneos de turno, que los hay, y los desposados con la necedad, que también los hay. Lo que de veras pretende, y bien a las claras está, es recuperar el Vaticano II de todo en todo, razón por la cual desea que brillen con luz propia en los altares y sirvan de paradigma sus dos papas, esto es: san Juan XXIII y ya pronto san Pablo VI, que, por cierto, lo bordaron.
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