Mis raíces

Cuando digo que soy de Coruña del Conde, rara es la vez que no me vuelven a preguntar: Y eso, ¿dónde queda? La respuesta me obliga a señalar el sur de Burgos, cerca de Aranda de Duero. Si logro, con un poco de suerte, que al interlocutor le suenen los Benedictinos de Silos, los Dominicos de Caleruega, patria chica de santo Domingo de Guzmán, y los Agustinos de La Vid, con su imponente Monasterio llamado el Escorial de la Ribera, procuro arreglármelas para que mi náufrago logre hacer pie.

Pero si con un poco de toponimia le atizo que soy de un pueblo junto a las ruinas de Clunia que tiene su castillo con un avión estratégicamente colocado junto a uno de sus torreones para recordar la gesta del pionero de la aviación mundial, Diego Marín Aguilera, y su iglesia tipo colegiata levantada gracias al valimiento de otro de sus hijos más insignes, el agustino y segundo obispo de Popayán (Colombia), fray Agustín de Coruña, hoy camino de los altares, y si hasta el azar –ese capricho de los dioses- quiere que mi oyente haya pasado alguna vez por la carretera de Aranda a Salas, entonces venimos a cuentas sin dificultad.



El municipio burgalés Coruña del Conde guarda, en efecto, estrecha relación con la famosa Colonia Clvnia Svlpicia, de la que recibe hasta el nombre, dado que deriva del Colouniocu arévaco, luego sucesivamente romano Clvnia, Cruña y, por fin, castellano Coruña (del Conde). Admirar sus mosaicos, contemplar su teatro, recorrer sus acuíferos en plena altura mesetaria, se hace agradable pasatiempo al turismo creciente de la zona. En su apogeo llegó a los 30.000 habitantes.

Personajes como Sertorio, Pompeyo, el emperador Galba (que otorgó al sitio el rango de Colonia romana y el epíteto de Sulpicia, ya que precisamente allí fue proclamado emperador para suceder a Nerón) adornan su historial. Por allí paseó también laureles, pues sometió la ciudad al Imperio romano, el general Lucio Afranio (célebre con Petreyo en la Guerra de las Galias). Todavía se conservan en el pueblo los dos puentes romanos sobre el río Arandilla por donde pasaban las tropas en sus desplazamientos, y concretamente la Legio VII Galbiana (de haberla creado Galba), durante siglos la única legión romana acantonada en la Península Ibérica.


Visité a menudo la ermita de Nuestra Señora la Virgen de Castro, ya muy posterior, que allí mismo se alza, y las excavaciones en las cercanías de la Casa N.1 (o Casa Taracena), donde de joven pude conversar a menudo con el catedrático Prof. Dr. Pedro de Palol y Salellas en sus campañas arqueológicas.


Clunia acabó cediendo su hegemonía a las invasiones musulmanas y al poderío cristiano. Hasta el lugar llegaron el Emir Abd-al-Rahaman III y el caudillo Almanzor, y Gonzalo Fernández levantó el castillo haciendo del Condado (de ahí Coruña del Conde) una villa amurallada en el siglo XV. Atrás ya lo visigótico y medieval del sitio, en el XVI los lugareños vieron alzarse la iglesia tipo colegiata de san Martín de Tours, hoy parroquia del municipio, gracias a su esclarecido hijo el agustino Fray Agustín de Coruña, estudiante de Salamanca y conventual con santo Tomás de Villanueva, misionero por tierras de Nueva España, donde llegaría ser el segundo obispo de Popayán (Colombia).



Que nunca se olvidó de su pueblo lo certifica la mencionada iglesia, donde fui acristianado, hice mi primera comunión, recibí la confirmación y canté mi primera misa. Querido por Felipe II, que sabía largo de su talento y de su virtud, y acérrimo defensor de los indios, por cuya razón tantas veces fue víctima de usureros y encomenderos, hasta de los historiadores amigos de jugar a la baja lo fue, pues se le estuvo haciendo muchos años gallego de La Coruña, sin advertir de este histórico pueblo castellano, su verdadera patria chica. Conviene, pues, poner las cosas en su sitio.

Coruña del Conde, por otra parte, figura también en los anales de la aviación española, gracias a otro esclarecido hijo suyo: Diego Marín Aguilera, precursor de la aviación mundial, por ser el primer hombre que voló. De ahí que el Ministerio del Aire decidiese colocar un cazabombardero de los usados cuando la Guerra de Corea en el torreón desde donde, según fuentes solventes, a sus 35 años se lanzó a volar en la inolvidable noche del 11 de mayo de 1794 con un artilugio por él ideado en sus horas de pastoreo. Hoy sus restos descansan dentro de la Iglesia parroquial, no lejos del púlpito. Pero su gesta quedó inscrita para siempre en la historia.



Muchas de estas cosas, y otras que dejo prendidas en el teclado, las fui conociendo desde niño. Los datos más significativos y eruditos, sin embargo, se los debo al paciente y riguroso estudio de mi hermano Alejandro Langa Aguilar, el cual, durante muchos años, con mano diurna y nocturna sobre documentos de aquí y de allá, fue sacando a flote una obra monumental en dos tomos, titulada Colouniocu, Clvnia, Coruña del Conde, Burgos 2009, prologada por el Marqués de Mondéjar, XX Conde de Coruña.

Totaliza 1.332 páginas y está ilustrada con 65 láminas y 860 imágenes, casi todas en color. Con motivo del segundo homenaje que a Diego Marín Aguilera se le rindió el 27 de septiembre de 1987, me pidieron un poema que recité junto a su monolito, y que mi hermano se dignó incluir luego en su obra (Tomo II, p.676). Cierren esta evocación de mis raíces sus versos finales:

Rendido ante el monolito
que rememora la gesta,
Coruña lanza hoy un grito
al socaire de la fiesta:
celebre la tierra entera
tu nombre y tu airosa hazaña,
Diego Marín Aguilera,
gloriosas alas de España.

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