‘Red Contemplar’, comunidad internacional de monjes urbanos Formación de ‘Monjes Urbanos’: místicos para el siglo XXI

Escuela Salmos
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"Se adentran en la exuberancia de la creación, perdiéndose en las nubes que cubren las montañas andinas del centro del país, simbolizando con ello la inmersión en La Nube del No Saber, de la experiencia de Dios"

"El monje urbano sabe que está llamado a la experiencia mística; aquella que le restaura la unidad de su ser, por la unidad con el Ser"

"La formación como monje urbano es exigente, diligente e integrativa. Ninguna dimensión humana se queda por fuera de esta mística de ojos abiertos"

"El monje urbano no es aquel de la ‘fuga mundi’, ni aquel que cae en la tentación de ser una isla, -mucho menos- justificando en su ‘encuentro con Dios’, el abandono de sus responsabilidades sociales"

Ellos preparan con anticipación este encuentro: dejan organizadas y cumplidas sus responsabilidades hogareñas, laborales, sociales, ecológicas y económicas, y luego, emprenden juntos el camino hacia la montaña. Comparten solidariamente el transporte para ahorrar costos, combustibles y contaminación ambiental. Crecen manteniendo diálogos fraternos y estrechando sus vínculos en atenta y mutua escucha sobre sus responsabilidades, anécdotas familiares o situaciones personales dolorosas, de las que no están huyendo, sino tomando sabia distancia para comprenderlas e integrarlas con la luz y la fuerza del Espíritu. 

Se adentran en la exuberancia de la creación, perdiéndose en las nubes que cubren las montañas andinas del centro del país, simbolizando con ello la inmersión en La Nube del No Saber, de la experiencia de Dios, a la que son llamados continuamente: una inmersión en la experiencia del Espíritu, que supera existencialmente los discursos teológicos y dogmáticos. Los viajeros son acogidos por otros Itinerantes en la Espiritualidad Integral; hacen de su sede rural la casa de encuentro en la que, como los discípulos de Emaús, reconocen a su Maestro al partir el Pan y los panes: del estudio, de los ejercicios corporales, del alimento, del descanso, del encuentro mutuo entorno al fuego, de la oración, del silencio y de la contemplación, entre otros. La mística es experiencia; da fundamento e indica el verdadero sentido del discurso de la fe.

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Un retiro para la formación de monjes urbanos requiere de la pericia para imprimir ritmo a sus existencias, de tal modo que sepan retornar a sus quehaceres sin mayor sobresalto, pero sí, anclados en la profundidad del Espíritu, que es Quien guía sus pasos en la cotidianidad urbana. Ante todo, el retiro se desarrolla, aunque con tono fraterno, en un ambiente de silencio, que permite ir más allá del silencio de los labios cerrados, de las palabras no encontradas y de la realidad inefable, para adentrarnos en el silencio como origen del Logos: el silencio de Dios, que permitió a la Palabra encarnarse. Esa es la cuna del místico. 

El monje urbano sabe que está llamado a la experiencia mística; aquella que le restaura la unidad de su ser, por la unidad con el Ser; de la unificación de los elementos que hacen parte de su condición encarnada, por la unidad con la creación; de la unidad con los hermanos que hacen parte de la familia humana, por medio del compartir fraterno, serio y profundo con esta comunidad de quienes caminan a ser monjes urbanos. La mística no es un discurso imperativo de buenas intenciones sociológicas, por más lenguaje teológico con el que se le quiera adornar, la mística de un monje urbano requiere de una Espiritualidad Integral, con una perspectiva que aborde todas sus realidades, partiendo de una serie de encuentros, prácticas y experiencias.

La formación como monje urbano es exigente, diligente e integrativa. Ninguna dimensión humana se queda por fuera de esta mística de ojos abiertos. El ambiente urbano está cargado de demasiadas distracciones; jalonan demasiados compromisos sociales, los cuales hay que ir discerniendo para quedarse con aquellos que permitan entregar con plenitud el corazón: que sean servicio al otro y que aporten a la transformación social, en medio de una ciudad que parece cada vez más una carga que un espacio para la realización personal. Los jardines, balcones o rincones en los que siembran con entereza pequeños huertos caseros, el cuidado de sus mascotas, el mejoramiento de las dietas y la búsqueda de espacios y momentos para los ejercicios del cuerpo orante, ponen de relieve el hábito ecológico de los monjes urbanos.

Se estudia y practica aquello que han dejado en herencia la tradición mística judío-cristiana en las escrituras Sagradas, los grandes místicos, los sabios ancestrales y contemporáneos, pero también los avances en la psicología, el estudio de las experiencias espirituales, las lecturas interculturales e interreligiosas antropológicas, y todo se va verificando en la propia existencia. La mística no se sustenta en creencias, en densos textos de teología o en deseos grupales, se requiere de un justo equilibrio; el desarrollo de manualidades, artesanías y la propia inteligencia artística hacen parte de este itinerario.

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El monje urbano se caracteriza por la vivencia de un conjunto armónico de prácticas que le permiten mantener unificada su existencia, integrados sus vínculos con los demás seres humanos, compartidos los dinamismos de la sociedad y la cultura, unidad abierta a la sabiduría de la creación y experiencia de comunión profunda con Dios, en su propio contexto. Es a la vez, mística, teología, ecología, ecosofía, antropología, fenomenología, hermenéutica y sociología, con sabor a la fe compartida fraternal y calurosamente, que los lleva a desarrollar actividades de servicio social en diversos voluntariados.

El uso de las tecnologías no los separa de la realidad, por el contrario, se han convertido en herramientas de encuentro para compartir la iluminación de la Palabra que emerge del silencio contemplativo, en sesiones de transmisión virtual a la madrugada, desde distintas partes del país – y fuera de él- porque ya es más amplia la ‘Red Contemplar’, como comunidad internacional de monjes urbanos, cuya experiencia de Dios se hace simultanea a la experiencia comunitaria, ecológica y personal.

El monje urbano no es aquel de la ‘fuga mundi’, ni aquel que cae en la tentación de ser una isla, -mucho menos- justificando en su ‘encuentro con Dios’, el abandono de sus responsabilidades sociales. El monje urbano es un ser humano integral, que camina en una continua formación integrativa de todas sus dimensiones, manteniendo los ojos abiertos a la evolución de su existencia, como participación de la evolución en la que se expande la humanidad. Solo su progreso en continuas y estables experiencias místicas le permiten descubrir el mayor horizonte al que está llamada la humanidad -y de la que él se hace símbolo-, como punta de lanza, disparada por la fuerza del Espíritu.

Una nueva misión que emerge para abordar las periferias de la humanidad, pasa necesariamente por ayudar a hombres y mujeres del presente siglo a saber vivir con profundidad la existencia. Esa es la misión de .S.A.L.M.O.S. Espiritualidad integral, que se ha convertido en Escuela de Contemplación, Escuela de Monjes Urbanos, para formar cristianos místicos para el siglo XXI.

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