El secreto para orar sin desfallecer en nuestra vida cotidiana La práctica de la oración centrante mantiene la oración continua

"Nuestra práctica orante es una práctica continua. Hacemos todas nuestras tareas diarias buscando estar centrados de corazón en la presencia divina"
"La mente es muy dispersa y entonces tendemos a irnos rápidamente en historias, en imaginaciones, en recuerdos, en conflictos, en una cosa y otra"
"El asunto es que yo sepa unificar todo lo que soy y de esa manera vivir mi práctica con todo lo que soy. Esa oración constante es una constante presencia divina"
"Los invito entonces a hacer nuestra práctica, sentarse y asumir la palabra sagrada a ritmo respiratorio"
"El asunto es que yo sepa unificar todo lo que soy y de esa manera vivir mi práctica con todo lo que soy. Esa oración constante es una constante presencia divina"
"Los invito entonces a hacer nuestra práctica, sentarse y asumir la palabra sagrada a ritmo respiratorio"
“¿Cuando regrese el Señor, encontrará esta fe en el mundo?”. La fe a la que se refiere el Maestro es esa capacidad de confianza. Capacidad de confianza en la práctica espiritual que nos ha regalado, la de la oración constante sin desfallecer, como la de esta viuda que insistía una y otra vez ante este juez para lograr su petición.
Nuestra práctica orante es una práctica continua. Hacemos todas nuestras tareas diarias buscando estar centrados de corazón en la presencia divina; de tal modo que cada acto que realicemos sea un acto en la presencia divina que está latiendo en mi corazón. Ese es el arte de nuestra práctica.
Nosotros buscamos llevar una vida normal. Todos tenemos tareas por hacer; todos tenemos responsabilidades, todos tenemos mucho por realizar, con seguridad, pero no podremos hacerlo simplemente por hacerlo, sino que estamos llamados a vivir nuestra práctica como un acto orante.

Hagamos lo que hagamos un acto orante. Si nuestra vida se centra, si nuestra vida emerge de lo profundo, nuestra cotidianidad emerge de nuestra oración, en ese sentido haremos que, no solo Dios se mantenga presente en nuestra existencia, sino que las obras que realicemos sean obras emergidas de Dios en nosotros, a través nuestro.
La mente es muy dispersa y entonces tendemos a irnos rápidamente en historias, en imaginaciones, en recuerdos, en conflictos, en una cosa y otra. El arte de la contemplación busca que yo sepa evadir esos ruidos interiores más allá de los ruidos exteriores, porque los ruidos exteriores o los sonidos exteriores muchas veces son inevitables. Incluso algunos de los sonidos exteriores, como la lluvia, el viento, el canto de las aves pueden ayudarnos a hacer una práctica más sosegada, más seria, más profunda. No serían el problema.
El asunto es que yo sepa unificar todo lo que soy y de esa manera vivir mi práctica con todo lo que soy. Esa oración constante es una constante presencia divina. Lo hacemos también en lo que llamamos los ejercicios de atenta presencia. En la vida cotidiana facilitan hacer, por ejemplo, el aseo del hogar, lavar los platos, organizar nuestra habitación, etc., lo más centrados posible; conscientes de y atentos a lo que estamos realizando. Todo se vuelve oración. Los ejercicios del cuerpo orante, que son esos ejercicios corporales que realizamos al ritmo respiratorio atados a la repetición continua de la palabra sagrada, son por lo mismo, oración.
Si todavía usted en su práctica cree que solamente los ejercicios de oración son como una gimnasia especial, no ha entendido. Es la necesidad constante de hacer los movimientos de mi cuerpo con conciencia de la presencia divina. Porque si yo ato la palabra sagrada, que es mi oración, a la respiración y los ejercicios, los movimientos, las acciones las realizo con esa conciencia, necesariamente el movimiento o la tarea se convierten en oración. Lo haré hasta que sea tan consciente, que la práctica crea un profundo silencio detrás de los sonidos y detrás de mis acciones.
Podré incluso estar hablando con mis amigos, riendo, pero siempre tengo presente un trasfondo silente y profundo. No es que debo dejar de hablar con mis amigos, ni debo dejar de reír, o deba dejar de hacer mis tareas, para ponerme a orar. Se trata de ir integrando la existencia, de tal manera que la existencia misma se descubra como una práctica orante.
Centro mi atención a cada movimiento; atención a mi respiración, atención a la conciencia del acto que estoy realizando. Al comienzo puede ser un poco difícil, porque me confundo, se me olvida, o me distraigo. Eso es normal. Ningún arte se aprende a desarrollar en unos pocos días. Es necesario una ejercitación continua hasta que se haga de tal manera que todo sea oración.

Quienes han hecho el retiro de Introducción a la Contemplación saben que buscamos hacer esta práctica incluso mientras dormimos. Me voy a dormir, estoy cansado y me voy a dormir, no es ningún problema. tengo que dormir, pero la entrada a ese dormir ha de ser un momento orante, de tal manera que incluso durante el sueño se pueda sostener una práctica orante al respirar, al descender la palabra sagrada al corazón y al hacer de mi descanso nocturno un momento orante.
Decía el Santo Cura de Ars: “Señor, si mis palabras no pueden decirte cuánto te amo, que al menos mi corazón lo repita mientras respiro”. Y el salmo dice, “Mientras yo duermo, mi corazón vigila”; mi corazón ora, mi corazón está unido a la presencia divina hasta que todo se haga muy natural; tan natural que incluso una persona que no conoce de estas prácticas no se va a dar cuenta. Porque dirá estamos haciendo lo mismo que todos.
Trabajamos, hablamos, reímos, de modo normal; pareciera que no está pasando nada. Pero el practicante que ha desarrollado el arte de la contemplación siempre tiene un trasfondo de silencio, de presencia orante, de conciencia de la Presencia divina. Por eso hacemos nuestra práctica de las sentadas hasta que se ancle en nosotros esa palabra sagrada. Como la viuda que insiste ante el juez: “atiéndeme… atiéndeme…”. Claro está, de que aquí no se trata de atender solo una petición de alguna necesidad particular; no, no se trata de eso. Se trata de decir: “es necesario que estés presente todo el tiempo en mí; de modo consciente en lo que soy y hago. Por eso te llamo a través de mi palabra sagrada: necesito que estés consciente en mí”. Por eso, a través de mi palabra sagrada, te invoco constantemente hasta que yo mismo descubro esa presencia consciente de Dios en mi existencia y en todo lo que hago.
Vamos pues, a hacer nuestra práctica; vamos a unificarnos. No olvidemos que quien se mantiene constante en la práctica llega en algún momento a anclar la palabra en el corazón, hasta que el corazón practica y repite la palabra solo; y con el paso del tiempo cada movimiento se convierte en oración. Solo es que sea consciente de cada movimiento.
Los invito entonces a hacer nuestra práctica, sentarse y asumir la palabra sagrada a ritmo respiratorio.
Video anexo:
Meditación SALMOS: El secreto de poder orar sin desfallecer en nuestra vida cotidiana. - YouTube
Etiquetas