Lo que importa - 77 Carta abierta al señor Zornoza
El hombre, camino hacia Dios
Distinguido y apreciado señor:
Lo leído estos días, sobre todo en las páginas de Religión Digital, sobre lo que a usted le acontece, me ha conmovido hasta el punto de desearle suerte con unas palabras que pretenden, cuando menos, ser amigables, dictadas tanto por el perdón que como cristiano estoy obligado a prodigar como por el hecho de formar ambos, usted y yo, parte de una comunidad pretendidamente fraternal, la comunidad cristiana.
Le aseguro no es un espíritu de venganza, bien madurado y esperado, y muy gozoso por ello, lo que hoy me lleva a dirigirle estas líneas. Entiendo que, incluso, ni siquiera sería elegante por mi parte hablar de la satisfacción indudable que nos causa el cumplimiento de un atinado refranero cuando nos asegura que “a todo gocho le llega su sanfermín” o nos advierte sabiamente que “quien las hace, las paga”, por no mencionar otros de semejante talante. Insisto en que es un espíritu fraternal lo que me mueve a escribir esto como palabras amigas de “buen ánimo” frente a las adversidades presentes y a la oscura perspectiva que se cierne sobre su persona.
Ignoro – y nada me importa saberlo- si usted tuvo antaño problemas con la pederastia. Eso, usted lo sabrá, como debe de saber muy bien que las mierdas y las inmoralidades no prescriben ni se borran más que mediante una sincera y austera reconversión. Quiero decir que lo referente a la pederastia, por lo que a mí en particular se refiere, es solo tema de su conciencia. Si los ha tenido, ojalá valore todo lo que ahora le sucede como la dura penitencia que debe acompañar al arrepentimiento necesario para contrarrestar tanta mierda y reparar en lo posible tanto daño. Si no los ha tenido, dirija, por favor, una mirada de conjunto a su vida y valore lo que hoy le sucede como un serio correctivo a una “vida de mando” muy desenfocada, desplegada en beneficio propio, pues su oficio o vocación de obispo le demandaban prestar un servicio desinteresado a todos los demás, en vez del fatuo encumbramiento en el que parece que usted ha vivido siempre como señor feudal de su diócesis.
Le recuerdo, amigo, que el cristianismo que yo mismo propugno porque me parece el más pertinente para los hombres de nuestro tiempo, se me muestra como una gracia divina que nos ilumina para entender no solo que el hombre es el sacramento más preciado y eficaz de la presencia del Dios Abba de nuestra fe en este mundo, sino también el camino a seguir, al igual que dijo Jesús que él lo era, valorando la vida presente como un hermoso peregrinaje hacia la casa del “padre”. Ello me exige, obrando con coherencia, postular que dejemos en la sombra las atrevidas especulaciones ideológicas en las que hemos situado a Dios como si de una hornacina sagrada se tratara, para dirigir toda nuestra atención hacia la vida real de los hombres de nuestro tiempo, concediendo a cada ser humano el mismo valor teológico y dogmático que hemos venido atribuyendo a Dios. En otras palabras, que entronicemos primero al hombre para, así, poder entronizar realmente al Dios de nuestra fe. Y esto, que puede sonar a muchos oídos como radicalmente herético, me parece que no desentona en absoluto con las encomiendas y consignas evangélicas que predicaba el mismo Jesús al hablarnos de su misión y de su actitud en el juicio final.
Pues bien, amigo Zornoza, a la luz de esa forma de ver las cosas, lo poco que yo he podido saber de cómo usted ha gobernado la diócesis que le fue encomendada me lleva a colegir que su gobierno ha sido un auténtico desgobierno; que usted no ha servido a sus diocesanos, sino que se ha servido de ellos; y que las hornacinas en que debería haber colocado a sus sacerdotes y a sus fieles, las ha llenado con sus apetencias de señorío al encumbrarse a sí mismo y a sus acríticos adeptos. Créame, amigo, todo ello tiene un costo, alto y doloroso, que, me parece, le toca pagar a usted ahora. Ojalá que Dios le dé ánimos para afrontar dignamente la nueva situación y, en la medida de lo posible, reparar tanto daño. En un hipotético juicio, se lo aseguro, yo no le reclamaría el daño que a mí mismo me causó con el escándalo que su comportamiento me produjo. Por ello, deseo de corazón, como cristiano, que todo lo relativo a su posible pederastia no sea más que un bulo nefando, pues, de no ser así, me estomagaría pensar que por ahí pueda haber adultos que fueron traumatizados de niños para toda su vida.
Todo lo que precede, se lo aseguro, amigo, ha sido escrito sin rencor, con sincero perdón y con toneladas de esperanza. Nunca es tarde para corregir errores y reparar daños. A fin de cuentas, no deberíamos olvidar que el camino cristiano está plagado de calvarios y cruces.