Curiosa mañana que, dejando a un lado la cabeza como rectora de cuanto somos y hacemos, nos lleva hoy directamente, primero, al corazón y al estómago, para hacernos recalar, después, en lo sublime. Entre las categorías de seres que los escolásticos de la “angeología” se atrevieron a establecer con todo lujo de detalles, nosotros, los seres humanos, ocupamos el centro, pues no somos materia inerte ni espíritus puros, sino ambas cosas a la vez, entrelazadas y bien orquestadas. Tras una primera parada en el corazón y otra más en el estómago, la reflexión que nos pone en bandeja este desayuno, pretendidamente “espiritual”, nos conduce hoy a lo más sublime de la jerarquía del ser creado, a lo arcangélico en lo celestial, y a lo más logrado de la literatura española, al Quijote, en lo terrenal.

Poniendo carne al esqueleto que acabamos de mostrar, diremos que hoy se celebra el “día mundial del corazón”. ¡Ay, el corazón, qué mal las pasa en estos tiempos de tanta ceguera y contrariedad, tiempos en que el drama se convierte en el pan nuestro de cada día! Pero siendo una simple víscera, por lo general tan delicada y débil, no deja de ser una poderosa bomba de riego sanguíneo que requiere especiales cuidados. De ahí la razón para que, en el año 2000, la Federación Mundial del Corazón y la OMS propusieran esta celebración. Las enfermedades cardiovasculares causan unos veinte millones de muertes al año y las convierte, por ello, en la primera causa de muerte de los seres humanos. La insuficiencia cardiaca, la arritmia, la angina de pecho, la hipertensión, las deficiencias cardiovasculares y los infartos son contravalores que deben ser arrinconados seriamente por valores como una alimentación saludable, baja en sal, un ejercicio físico moderado y, a ser posible, la eliminación total del tabaco.

Es posible que, ante este panorama, algunos puedan pensar que es peor el remedio que la enfermedad, pero la verdad descarnada es que todo valor construye y enriquece la vida humana,  mientras que todo contravalor, cualquiera que sea su dimensión y su alcance, la empobrece y deteriora. Si no ingerimos lo debido ni sometemos nuestro organismo a la actividad física que su engranaje requiere, convertimos la mole que somos en una masa amorfa en la que nunca podrá sentirse a gusto el alma, por aquello de que la “mens sana” solo se acopla al “corpore sano”.

Pero, claro está, teniendo el corazón en su sitio y funcionando como es debido, es preciso inexorablemente que también lo haga el estómago. Ahora bien, siendo los humanos comunitarios y solidarios por naturaleza, no debemos olvidar que, en este momento, la Tierra tiene que alimentar siete mil quinientos millones de bocas, tarea harto difícil por su envergadura y, más, cuando son muchos los que comen hasta reventar y no pocos los que acaparan como si fueran a vivir siempre.

De ahí que la FAO (Food and Agriculture Organization) haya promovido la celebración hoy del “día internacional de la concienciación sobre la pérdida y el desperdicio de alimentos”, pues los alimentos son un bien escaso, sobre todo en los países en los que el índice de pobreza no hace más que aumentar. Los expertos hablan de que la Tierra, explotada como es debido, tiene capacidad para alimentar incluso al doble de su población actual, pero la realidad palmaria es que hoy, por causas que resultan escandalosas, mueren cada año, por falta de alimentos, muchos millones de seres humanos, sobre todo niños. Retengamos un dato que debería ponernos los pelos de punta: con solo la cuarta parte de la comida que hoy se desperdicia y se tira a la basura, lo cual crea además problemas añadidos, podría terminarse con el hambre en el mundo.

Afortunadamente, la humanidad es consciente de tan enorme problema y trata de ponerle remedio. A tal efecto, para asegurar la supervivencia en caso de cataclismos, ha creado el “Banco Mundial de Semillas” y ha puesto en marcha la “Agenda de Desarrollo Sostenible en el año 2030” para erradicar del todo el hambre en esa fecha, objetivo que desgraciadamente hoy más parece pura ilusión debido a la pandemia que padecemos y a la recesión que esta arrastra consigo. Mal vamos cuando un virus, que nos ha cogido por sorpresa, nos obliga a cruzarnos de brazos y a esperar, aburridos, que pase el tiempo hasta que algunos logren una vacuna que lo mande al cuerno.

Tras los retos que preceden en orden a cuidar como es debido el corazón y lograr que los estómagos cumplan su función, la mañana nos eleva a las alturas para contemplar la majestuosidad de los cielos a golpe de imaginación. Lo digo porque hoy celebramos las festividades religiosas de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Se trata de espíritus puros que han desempeñado un papel especial en el plan divino de salvación, los únicos, a excepción del rebelde Belcebú, a los que la Biblia les pone nombre.

Aunque, a las alturas de este primer tercio del s. XXI, los humanos no hayamos sido capaces de conocer más de un cinco por cien del universo del que formamos parte y que tenemos ahí delante, según dicen los entendidos, lo cierto es que, dando rienda suelta a la imaginación, los teólogos medievales no solo describieron con todo lujo de detalles la estancias del más allá (el cielo, el purgatorio, el limbo y el infierno), sino también dieron cuenta, tras escanear la Biblia, de las jerarquías y poderes que las ocupan, distinguiendo nada menos que nueve categorías de criaturas celestiales: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles.

La razón de la existencia de esas criaturas celestes es obvia: por un lado, desde el punto de vista racional, si hay seres que solo son materia (los materiales inertes y los que tienen vida vegetativa y puramente animal) y otros que son materia y espíritu (los seres humanos), es lógico que existan también seres que sea solo espíritu (los ángeles); por otro, desde el punto de vista revelado, la Biblia se refiere a ellos muchas veces e incluso les asigna funciones y misiones muy concretas. Como el lector puede apreciar, se trata de dos razones que a uno lo dejan de piedra, pues una trata de llenar un hueco y la otra hace solo una lectura muy peculiar de la revelación. Para su curiosidad, le diré que cuando, estudiando teología, nos tocó el tema de los ángeles, nuestro bueno y piadoso profesor se despachó a su gusto llenando cientos de folios de descripciones celestiales.

De cualquier forma, hoy celebramos las festividades de los tres más poderosos arcángeles, aunque la suya sea la penúltima de las categorías celestiales. No entretendré al seguidor de este blog con los méritos especiales de Miguel, Gabriel y Rafael porque, seguro, le son muy conocidos, pero sí lo invitaré a una reflexión cristiana que me parece muy necesaria: que en el cielo no hay ejércitos ni jerarquías y que Dios, siendo todopoderoso, se despoja de su condición para hacerse hombre y servir a los hombres, es decir, que el cristianismo no se alimenta de “adoraciones” ni de “prédicas”, sino de “amores” y de “dar trigo”.

Pero, además de las alturas celestiales, esas en que cada ser humano cuenta con un protector especial, un particular “ángel de la guarda” que lo acompaña a lo largo de toda su vida según las ensoñaciones de atrevidos pensadores piadosos, hay otras alturas, en nuestro caso las literarias, que son las que realmente alcanzó Cervantes con su “Don Quijote”. Me refiero no solo a la sublime grandeza de la lengua española, sino también la del ser humano, cualquiera que sea la lengua en que se exprese: las altas miras del espíritu humano. retratadas en don Quijote, y el sentido común, tan pragmático y directo, magistralmente plasmado en el ir y venir de Sancho Panza, son un perfecto reflejo de la materia y del espíritu de que los seres humanos estamos hechos.

Viene esto a cuento aquí porque fue un día como este de 1547 cuando nació Cervantes, es decir, que hoy es su cumpleaños y justo es tributarle un homenaje. Quizá no lo merezca por su turbulenta vida, aunque todos los grandes hombres se hayan forjado en el sufrimiento y la contrariedad, pero sí que lo merece por el legado que nos ha dejado. No es este el momento apropiado para sopesar los méritos literarios y humanos del Quijote, una de las mejores obras de la literatura universal y el libro más editado y traducido de la historia, excepto la Biblia, pero dejemos constancia, al menos, de que esa sola obra ha merecido para Cervantes el sobrenombre de “Príncipe de los ingenios” y que algunos hayan afirmado que la “lengua española” es la “lengua de Cervantes”. Pretendiendo ridiculizar los libros de caballerías, Cervantes llegó a construir una obra que refleja a la perfección no solo la sociedad de su tiempo, sino también el comportamiento humano, lo que le da perenne actualidad.

Interesante recorrido el que hoy nos ha servido de desayuno: partiendo de realidades tan crudas como son los corazones rotos y los estómagos vacíos, la imaginación nos ha llevado hasta el séptimo cielo para aterrizar, después, en los dominios del loco don Quijote, elevado por la magia literaria de Cervantes a la categoría de un hombre cuerdo y sabio que bien podría guiar nuestras vidas, también en estos tiempos de aguda crisis sanitaria y económica. Por ello, dejo en el aire preguntas inquietantes: ¿acaso don Quijote no es salvador de la humanidad? ¿Acaso Jesús no fue y sigue siendo un don Quijote?

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