Lo que importa – 68 El Dios de Jesús de Nazaret
Abba amoroso


Poco después, en la página siguiente, puntualiza que debería tenerse en cuenta, frente a la legión de teólogos cristianos del dolor como fundamento de redención y de espiritualidad, es decir, el llamado dolorismo, que los sufrimientos de Jesús en su pasión fueron consecuencia de su modo de actuar en aquel contexto histórico, y no un fin buscado por sí mismo ni un medio necesario para llevar a cabo su misión.
Ni Jesús ni ningún ser humano deberíamos dirigir a Dios, por dramática e injusta que sea la tesitura en que nos encontremos, la pregunta: ¿por qué me has abandonado?Porque —insiste nuestro autor— nadie puede aportar prueba alguna de que Dios resarza al inocente y castigue al culpable. En el caso de Jesús, su Abba no intervino en el desarrollo humano de los acontecimientos que culminaron en su crucifixión. Y esto —repito— debería interpelar profundamente a la teología cristiana para que extraiga las consecuencias lógicas y pertinentes (pág. 195).


Jesús es, en la fe de numerosos cristianos, el salvador de la totalidad del ser humano, pues libera todos sus ámbitos vitales de los contravalores y de los sufrimientos que estos generan. A ese respecto, Baldo recuerda algunos de los padecimientos humanos que Jesús realmente alivió en vida, atendiendo a los menesterosos que se cruzaban en su camino. A pesar de que hayamos repetido esta hermosa verdad cristiana millones de veces en libros y prédicas de variada índole, seguirá siendo la verdad que más nos cuesta admitir: ver en cada ser humano, aunque su conducta nos provoque odio y nos produzca náusea, una imagen o una encarnación del Dios en quien realmente creemos, pues esa es la categoría que Jesús le da y que nosotros no solo debemos respetar, sino también secundar. Pero no con un afecto desvaido y sin chicha, como confesión rutinaria, sino mojándonos en la aceptación y en la ayuda que debemos prestarle, si fuere el caso.

Sin embargo, precisa que, en principio, la salvación parcial, limitada y temporal que Jesús ejercía en Galilea finalizó con su muerte. No obstante, él dio origen a un movimiento cuya esencia exige que quien quiera identificarse con el Nazareno recorra su mismo camino: el de la salvación concreta frente a los contravalores que sufre la gente de su entorno. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han contribuido a aliviar dolencias de muchos seres humanos. Existen numerosos ejemplos. Pero no todo ha sido positivo: el movimiento inaugurado por Jesús también ha generado deterioros —lo opuesto a la salvación— en la vida humana. En cualquier caso, la salvación de Dios, después de la muerte de Jesús, ya no se realiza de forma directa, sino a través de sus discípulos (pág. 200).

A continuación, Baldo nos invita a saborear y asimilar la confesión más hermosa del cristianismo: Jesús no es un muerto, sino un Viviente. ¿Acaso la salvación de Jesús se limita a la que él ofreció durante su vida, y a la que continuaron ofreciendo sus discípulos desde entonces?Si así fuera, Jesús sería solo un líder más entre muchos otros que han fundado movimientos en la historia. Pero para los cristianos hay un hecho decisivo y diferenciador: Jesús vive. Dios lo resucitó, y con ello alcanzó —solo entonces— la plenitud de la salvación que puede lograr un ser humano. La resurrección es la continuación, ahora en su plenitud, de la vida histórica de Jesús más allá de la muerte (pág. 201).

Y aún hay más, pues sostiene que hay otro convencimiento no menos fundamental, que nos concierne directamente a nosotros, los cristianos: Dios hará que los seres humanos, una vez muertos, adquieran la condición de vivientes resucitados y definitivamente salvados, como ocurrió con Jesús. Solo entonces se podrá hablar de una salvación total. La plenitud de la salvación no es alcanzable dentro de la historia. Ni siquiera Jesús la alcanzó para sí ni para los suyos durante su vida en Galilea y Judea. Solo con la resurrección los seres humanos pueden ser salvados por Dios en todas sus dimensiones vitales. Ahora bien, no olvidemos que esto es, esencialmente, una afirmación de fe: una creencia religiosa y teologal, (pág. 201).
Los hombres somos imagen o encarnación de Dios

No es necesario insistir en una verdad fuertemente arraigada en la mente cristiana: Jesús se identifica con los pequeños y con todos los que sufren en este mundo. Impresiona la sentencia del llamado “juicio final”, donde Jesús, ya como Juez Supremo, se identifica explícitamente con ellos. Esta identificación, sin embargo, no conduce al panteísmo. Quien así lo entienda, allá él, nos dice Baldo. A continuación, subraya que el único lugar donde se cometen infidelidades contra Dios es en los sufrimientos que se infringen a los más indefensos y necesitados. No hay pacto ni compromiso con Dios que no pase, necesariamente, por la alianza con los seres humanos. Esto fue precisamente lo que practicó y enseñó Jesús.
El Abba de Jesús

El Abba de Jesús es, en consecuencia, un Dios profundamente humanizado, que nos sale al encuentro y nos acompaña a lo largo de nuestro camino vital, en la figura de los seres humanos que conviven con nosotros o se cruzan en nuestro camino, sobre todo si son pobres y víctimas del sistema. Las bienaventuranzas que Jesús proclamó como pautas de comportamiento apuntan claramente en esa dirección. Hablamos de un Dios que, en cuanto a la forma de concebirlo, está a años luz del Dios de Job, pues Job se lamenta ante su Dios por haber caído en desgracia mientras clama porque sea restablecida la justicia distributiva divina, que a él lo privilegiaba como a uno de los seres humanos más ricos y mimamos.

La oración —ya sea personal o comunitaria, privada o litúrgica, incluso la más íntima que brota del alma mística que cada uno llevamos dentro— carece de sentido si pierde de vista esta maravillosa perspectiva: Dios permanece y camina con nosotros, no solo en la persona de cada ser humano, sino también en el significado profundo de todo cuanto nos rodea. Convertir tal sentir y fe en el Dios-Abba de Jesús en experiencia concreta es la clave, la fuerza única y descomunal que él está aportando a nuestra historia, la personal y la colectiva. No olvidemos que Jesús permanecía en oración o diálogo permanente con su Abba y que, incluso cuando las circunstancias lo propiciaban, se retiraba a algún lugar solitario, como Getsemaní, para entregarse a fondo a esa oración.