Lo que importa – 68 El Dios de Jesús de Nazaret

 Abba amoroso

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Aunque ya nos hemos referido a él a lo largo de las entregas anteriores —al hilo de las estampas que venimos publicando sobre el libro Del Dios de Job al Dios de Auschwitz, de mi amigo Baldo—, es necesario destacar la importancia que tiene discernir convenientemente quién es realmente el Dios de Jesús. Completamos así, con esta sexta entrega, nuestra presentación y nuestras reflexiones sobre dicho libro. De entrada, recordemos —y subrayemos con rotundidad— lo que Baldo nos dice, en la página 193, que liberarse de los contravalores y de los sufrimientos constituye el cometido más importante e ineludible para todo ser humano. Jesús asumió también esta primera gran responsabilidad, encomendada por el Padre, y la cumplió con entrega, incluso al precio de su asesinato.

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Poco después, en la página siguiente, puntualiza que debería tenerse en cuenta, frente a la legión de teólogos cristianos del dolor como fundamento de redención y de espiritualidad, es decir, el llamado dolorismo, que los sufrimientos de Jesús en su pasión fueron consecuencia de su modo de actuar en aquel contexto histórico, y no un fin buscado por sí mismo ni un medio necesario para llevar a cabo su misión.

Ni Jesús ni ningún ser humano deberíamos dirigir a Dios, por dramática e injusta que sea la tesitura en que nos encontremos, la pregunta: ¿por qué me has abandonado?Porque —insiste nuestro autor— nadie puede aportar prueba alguna de que Dios resarza al inocente y castigue al culpable. En el caso de Jesús, su Abba no intervino en el desarrollo humano de los acontecimientos que culminaron en su crucifixión. Y esto —repito— debería interpelar profundamente a la teología cristiana para que extraiga las consecuencias lógicas y pertinentes (pág. 195).

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Basándose en el sentir no solo de los apóstoles (Jn 4,14), sino también del pueblo creyente en general, Baldo nos asegura en la página 197 que el cristiano confía y espera que Jesús sea el salvador frente a los contravalores que afectan a todos los ámbitos de la existencia: Muchas personas desean —y esperan con convencimiento— que Jesús el Cristo las cure o alivie de todo tipo de males. Por ejemplo, de dolencias físicas o psíquicas (salvación bio-psíquica). No menor es el número de quienes oran por conseguir un trabajo, dinero o incluso ganar la lotería (salvación económica). Es común que muchos estudiantes se encomienden a Dios antes de un examen, una oposición o el inicio de una clase (salvación epistémica o cognitiva). No nos extraña ver a jugadores o deportistas profesionales persignarse públicamente antes de una competición o tras marcar un gol (salvación lúdica). Toda oración cristiana incluye, además, el anhelo de que se instaure la justicia en el mundo (salvación ética o moral). Jesús, con su encarnación, restauró definitivamente la ruptura entre Dios y la humanidad: nos redimió del pecado (salvación religiosa). Finalmente, se le pide que conceda amor y paz entre familias, pueblos, razas y grupos sociales (salvación sociopolítica). Le ha faltado a nuestro amigo Baldo, para completar el ramillete de las ocho vertientes vitales que nos sirven de base, la referencia a la salvación estética, ámbito de la vida humana en el que tanto juega la figura del crucificado y más todavía la de Jesús resucitado.

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Jesús es, en la fe de numerosos cristianos, el salvador de la totalidad del ser humano, pues libera todos sus ámbitos vitales de los contravalores y de los sufrimientos que estos generan. A ese respecto, Baldo recuerda algunos de los padecimientos humanos que Jesús realmente alivió en vida, atendiendo a los menesterosos que se cruzaban en su camino. A pesar de que hayamos repetido esta hermosa verdad cristiana millones de veces en libros y prédicas de variada índole, seguirá siendo la verdad que más nos cuesta admitir: ver en cada ser humano, aunque su conducta nos provoque odio y nos produzca náusea, una imagen o una encarnación del Dios en quien realmente creemos, pues esa es la categoría que Jesús le da y que nosotros no solo debemos respetar, sino también secundar. Pero no con un afecto desvaido y sin chicha, como confesión rutinaria, sino mojándonos en la aceptación y en la ayuda que debemos prestarle, si fuere el caso.

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Sin embargo, precisa que, en principio, la salvación parcial, limitada y temporal que Jesús ejercía en Galilea finalizó con su muerte. No obstante, él dio origen a un movimiento cuya esencia exige que quien quiera identificarse con el Nazareno recorra su mismo camino: el de la salvación concreta frente a los contravalores que sufre la gente de su entorno. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han contribuido a aliviar dolencias de muchos seres humanos. Existen numerosos ejemplos. Pero no todo ha sido positivo: el movimiento inaugurado por Jesús también ha generado deterioros —lo opuesto a la salvación— en la vida humana. En cualquier caso, la salvación de Dios, después de la muerte de Jesús, ya no se realiza de forma directa, sino a través de sus discípulos (pág. 200).

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A continuación, Baldo nos invita a saborear y asimilar la confesión más hermosa del cristianismo: Jesús no es un muerto, sino un Viviente. ¿Acaso la salvación de Jesús se limita a la que él ofreció durante su vida, y a la que continuaron ofreciendo sus discípulos desde entonces?Si así fuera, Jesús sería solo un líder más entre muchos otros que han fundado movimientos en la historia. Pero para los cristianos hay un hecho decisivo y diferenciador: Jesús vive. Dios lo resucitó, y con ello alcanzó —solo entonces— la plenitud de la salvación que puede lograr un ser humano. La resurrección es la continuación, ahora en su plenitud, de la vida histórica de Jesús más allá de la muerte (pág. 201).

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Y aún hay más, pues sostiene que hay otro convencimiento no menos fundamental, que nos concierne directamente a nosotros, los cristianos: Dios hará que los seres humanos, una vez muertos, adquieran la condición de vivientes resucitados y definitivamente salvados, como ocurrió con Jesús. Solo entonces se podrá hablar de una salvación total. La plenitud de la salvación no es alcanzable dentro de la historia. Ni siquiera Jesús la alcanzó para sí ni para los suyos durante su vida en Galilea y Judea. Solo con la resurrección los seres humanos pueden ser salvados por Dios en todas sus dimensiones vitales. Ahora bien, no olvidemos que esto es, esencialmente, una afirmación de fe: una creencia religiosa y teologal, (pág. 201).

Los hombres somos imagen o encarnación de Dios

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No es necesario insistir en una verdad fuertemente arraigada en la mente cristiana: Jesús se identifica con los pequeños y con todos los que sufren en este mundo. Impresiona la sentencia del llamado “juicio final”, donde Jesús, ya como Juez Supremo, se identifica explícitamente con ellos. Esta identificación, sin embargo, no conduce al panteísmo. Quien así lo entienda, allá él, nos dice Baldo. A continuación, subraya que el único lugar donde se cometen infidelidades contra Dios es en los sufrimientos que se infringen a los más indefensos y necesitados. No hay pacto ni compromiso con Dios que no pase, necesariamente, por la alianza con los seres humanos. Esto fue precisamente lo que practicó y enseñó Jesús.

El Abba de Jesús

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El Abba de Jesús es, en consecuencia, un Dios profundamente humanizado, que nos sale al encuentro y nos acompaña a lo largo de nuestro camino vital, en la figura de los seres humanos que conviven con nosotros o se cruzan en nuestro camino, sobre todo si son pobres y víctimas del sistema. Las bienaventuranzas que Jesús proclamó como pautas de comportamiento apuntan claramente en esa dirección. Hablamos de un Dios que, en cuanto a la forma de concebirlo, está a años luz del Dios de Job, pues Job se lamenta ante su Dios por haber caído en desgracia mientras clama porque sea restablecida la justicia distributiva divina, que a él lo privilegiaba como a uno de los seres humanos más ricos y mimamos.

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La oración —ya sea personal o comunitaria, privada o litúrgica, incluso la más íntima que brota del alma mística que cada uno llevamos dentro— carece de sentido si pierde de vista esta maravillosa perspectiva: Dios permanece y camina con nosotros, no solo en la persona de cada ser humano, sino también en el significado profundo de todo cuanto nos rodea. Convertir tal sentir y fe en el Dios-Abba de Jesús en experiencia concreta es la clave, la fuerza única y descomunal que él está aportando a nuestra historia, la personal y la colectiva. No olvidemos que Jesús permanecía en oración o diálogo permanente con su Abba y que, incluso cuando las circunstancias lo propiciaban, se retiraba a algún lugar solitario, como Getsemaní, para entregarse a fondo a esa oración.

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