Desayuna conmigo (domingo, 15.11.20) Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura

Ni diez, ni cuatro ni un talento, sino deuda

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Son muchas las sugerencias que se acumulan en un domingo como este, orientado a que hagamos balance de alguna manera, entre otras razones porque el “día del Señor llegará como un ladrón en la noche” (san Pablo dixit) y se nos ajustarán las cuentas. Y es que hacer balance es un ejercicio muy sano que nos inviste de juez, fiscal y reo, pues se trata de un juicio que se desarrolla en la sala de una conciencia insobornable. Y, al final, quiérase o no, aparecen las lagunas y hasta los pozos negros de la propia conducta de tal manera que, siendo sincero, uno no tiene más remedio que concluir que hay una diferencia abisal entre el haber y el deber, que su balance no cuadra, que es deficitario. Está lejos todavía el 31 de diciembre para hacer un balance anual, pero está muy cerca la almohada de cada noche ante la que uno puede reposar su cabeza tranquilo o en la que es posible que uno se vea acosado por todo tipo de pesadillas. Sometido a tan implacable rendición de cuentas, no es difícil que uno se sienta no solo pecador, sino también empecatado hasta las cejas.

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La lectura de Proverbios me desconcierta por su ambivalencia, pues uno no sabe si se trata a la mujer fuerte como esclava del varón o si se hace su más férrea defensa, su mejor panegírico. De cualquier modo, no cabe la menor duda de que una mujer hacendosa y buena administradora de su casa es un tesoro para su hombre y sus hijos, exactamente igual que lo es también un hombre trabajador, comunicativo y benevolente, para toda su familia. El simple gracejo y la hermosura femeninos, de ser las bases de la convivencia familiar, son columnas débiles que la fugacidad del tiempo corroe. Las bases consistentes se llaman “partir y compartir” (repárese en la gran resonancia eucarística que ello comporta) cuanto uno es, sabe y hace. Digamos que el texto de hoy, captando bien su contenido y propósito, se presta a abrir caminos para que la mujer, cualquier mujer, despliegue en la sociedad todo su potencial, fundamentando así un feminismo serio, sólido y de largo recorrido.

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San Pablo, por su parte, viene a decirnos, con lo que parece tener visos de ser un juego de ruleta o una lotería, que vivir en la luz supone convertir cada día en el de la llegada del Señor. A fin de cuentas, un día es un día, que será mejor o peor que el anterior o el siguiente según hayamos utilizado sus horas. Y un día es tanto el primero como el último de una vida. Si Dios cuida de cada uno de los cabellos de nuestra cabeza, seguro que en su chip de eternidad grava cada uno de los segundos de nuestra vida. Siendo hijos de la luz, los cristianos debemos estar “despejados” tanto para discernir como para asumir toda realidad humana a fin de impregnarla de la gracia de la que somos portadores. El día de la muerte en concreto, día que afortunadamente ignoramos porque de otra manera puede que ni siquiera pudiéramos vivir, es lo de menos cuando se vive en la luz y se está despejado. “Señor, cuando quieras” es una oración que refleja claramente que uno siente que Dios es padre.

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Los talentos del Evangelio de hoy de Mateo también me desconciertan, pues Dios más bien parece un juez implacable que se recrea castigando o un capitalista usurero que solo se satisface con el cien por cien de rendimiento. ¿Qué habría ocurrido si el vago y descuidado, en quien su señor ya no confiaba gran cosa al darle solo un talento, en vez de devolverle lo recibido, le hubiera respondido que se lo había gastado? No es poco, siendo uno tan débil y frágil y la vida, tan dura y difícil, poder devolver lo recibido y saldar la deuda. Y, además, ¿por qué quitarle a él su pequeño tesoro de un talento para dárselo al que había recibido cinco, cuando es obvio que el que había recibido dos, ganando otros dos, había hecho mayor esfuerzo que él, aunque ganara cinco, pues lo más siempre facilita las cosas abriendo caminos? ¿Es justo darle más al que más tiene cuando lo evidente es que el que más tiene comparta algo con los pobres? Por gracia del papa Francisco, hoy celebramos precisamente el día de los pobres, de los desheredados, de los que no recibieron ni siquiera un talento. En fin, una parábola para echarse a temblar o ponerse a trabajar en serio, pero que, como la metáfora de la vida que es, no debe diseccionarse como yo he pretendido hacer.

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Por lo demás, la mañana nos pone delante tres grandes temas en los que se hace patente “el día del Señor” y ante los que es preciso fajarse a fondo. El primero nos lo trae la celebración hoy, tercer domingo de noviembre, del “día mundial en recuerdo de las víctimas de accidentes de tráfico”, un día propicio, por tanto, para reflexionar sobre cómo nos comportamos en la carretera y lo peligrosos que somos con un volante entre las manos. Afortunadamente, parece que, por un lado, los conductores vamos entrando en razón poco a poco, y, por otro, que también lo están haciendo los fabricantes de vehículos y quienes tienen bajo su responsabilidad el acondicionamiento de los viales.

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El segundo se hace presente en nuestra mesa de desayuno en forma de botella de alcohol vacía, pues hoy se celebra también el “día mundial sin alcohol”. El alcoholismo es una enfermedad que se origina precisamente por el abuso de una bebida que tiene por misión, en esta desventurada tierra nuestra, la de “alegrar el corazón del hombre”. Todo ello viene a demostrar que, a veces, es muy delgada la línea que separa lo óptimo de lo pésimo. El alcohol es un valor precioso (valga la redundancia) en sí mismo, pero cuyo abuso lo convierte automáticamente en un contravalor corrosivo (y que vuelva a valer la redundancia). Si quisiera expresarse todo ello en una terminología que me parece obsoleta, diría que beber moderadamente, sobre todo compartiendo tertulia con amigos, es una hermosa virtud, mientras que hacerlo en exceso, por lo general a hurtadillas, es un enorme pecado, un “pecadón” mortal, porque arruina la familia y machaca el propio cuerpo. “Un día sin alcohol” es un buen programa para demostrar que somos sus  dueños, no sus esclavos, y que nuestro estado mental es el de sobrevela, el de estar "despiertos", no la ebriedad que, pareciendo que nos envalentona, en realidad nos enajena y ridiculiza.

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Finalmente, la “jornada mundial de los pobres” que hoy se celebra, instituida por el papa Francisco, se propone “estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro” e invitar a todos, cualquiera que sea su condición humana y religiosa, a “compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad”. La ocasión es pintiparada para decir, una vez más, que la pobreza no es una forma de vida bendita ni un misticismo religioso, sino una gran desgracia, ocasionada por la avaricia de minorías insaciables, y que la misión común de la humanidad es erradicarla. El ejemplo de Jesús es claro, clarísimo: dio de comer a hambrientos, acogió a desvalidos y pecadores, curó a enfermos e impuso a sus seguidores que hicieran otro tanto. Afortunadamente, son muchos los cristianos que se comportan de igual manera, sin necesidad de vivir palacios ni montar suntuosos espectáculos rituales en catedrales. La “opción por los pobres” no significa que haya que amar a los pobres porque son tales, sino porque son seres humanos que atraviesan una situación injusta, que es preciso erradicar haciendo que dejen de serlo. Como el alcohol y los coches, también el dinero es bueno, una gran herramienta que produce alegría, facilita la vida y provee de medios. Hablo de tres herramientas que solo cumplen su misión cuando son manejadas con mesura, no cuando se bebe demasiado, se circula a velocidad excesiva o se despilfarra.

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Añadamos solo una pincelada más para recordar que hoy celebramos la festividad de san Alberto Magno, el sabio dominico y “Doctor Universalis”, que durante muchos años celebré con gran solemnidad en el seno de las comunidades dominicanas mientras fui estudiante. Aún recuerdo el día en que, teniendo solo veinticinco años (1966), me tocó predicar en la celebración de su fiesta al claustro de la Universidad de Salamanca. Su sobresaliente obra, tras facilitar la aparición de la “Suma Teológica” de santo Tomás, quedó un poco en la sombra al ser eclipsada por ella. No obstante, su repercusión en el saber científico ha sido enorme. Lo de “magno” lo tiene bien merecido.

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Cuando me acueste esta noche, seguro que mi balance, como lo es el de la España de nuestros días, arrojará el resultado de una deuda monstruosa y que, si el Señor me llamara, le presentaría unas manos vacías al haber dilapidado todos sus talentos. Ante tal desastre y en las antípodas de la parábola de este domingo, me consuela saber, no obstante, que no seré arrojado a las tinieblas exteriores, sino que la gracia de mi señor tendrá que sobreabundar para cubrir mi deuda, y que, siendo él mi padre, tendrá que serlo con más intensidad, igual que es lo cualquier padre con un hijo pródigo o discapacitado. Es este un gran consuelo que me libra de la irresistible tentación de convertirme en verdugo de mí mismo. Y para concluir hoy, volviendo la mirada a la liturgia, nunca podría sentirme a gusto con la hermosura que refleja el Salmo cuando dice: “Tu mujer, como parra fecunda, / en medio de tu casa (que lo es); tus hijos, / como renuevos de olivo, / alrededor de tu mesa (que lo son)”, a menos que sintiera a fondo que cuanto soy y tengo es para ellos, para la comunidad humana.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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