Tras haber apoyado ayer las reivindicaciones por la igualdad de las mujeres y los hombres, hoy propongo a los comensales de este desayuno virtual que nos unamos, en ese mismo espíritu reivindicativo, a las más que justificadas razones de las feministas mexicanas para proponer una huelga general en defensa de su seguridad y contra la extrema violencia que padecen. En los cinco años que van de 2015 a 2020, el feminicidio ha pasado en México de algo menos de quinientos a más de mil casos, es decir, se ha más que duplicado. La violencia, los malos tratos, el feminicidio, los homicidios y los asesinatos son allí el pan nuestro de cada día. No cabe en cabeza humana que en México puedan morir cada año de forma violenta más de treinta y cinco mil personas, unas cien cada día. Se trata de una tragedia que se ceba sobre todo en el cuerpo de las mujeres. Justo es que las mexicanas puedan gritar “¡basta!” y que hoy exijan con la contundencia de una huelga general que se ponga fin de algún modo a una lacra que está aniquilándolas.

México me resulta una nación especialmente cercana y querida. Lo es desde luego por el cariño que allí se tiene a los españoles, por haber ido acompasando los latidos de su propio corazón a los del nuestro y por haber ofrecido un hogar a muchos de los españoles que, por causa de una guerra incívica, tuvieron que huir del suyo propio. Pero, al hablar aquí de cercanía y afecto, no me refiero a ese sentir general sino al hecho de que, en los años cincuenta, un grupo de niños mexicanos vino a estudiar con nosotros a la escuela apostólica de los dominicos en el monasterio de san Juan Bautista de Corias, conocido como el “pequeño Escorial”, en Cangas del Narcea-Asturias. Los cinco niños mexicanos de mi curso nos familiarizaron pronto con sus hermosas costumbres y con su alegre folclore.

Al “tomar el hábito” en septiembre de 1957, el hecho de que fuéramos 90 los aspirantes obligó a los dominicos a abrir, además del de Palencia de siempre, un segundo noviciado en Caleruega (Burgos). ¡Casi, casi como hoy! Años más tarde, en 1983, cuando algunos de nosotros seguían el camino de su vocación y otros nos habíamos dispersado por medio mundo, tuvimos la feliz idea de formar una especie de asociación, llamada “los cursarios”, que sigue viva al día de hoy. Además de mantener reuniones periódicas, celebramos el cumpleaños de cada cual. Lo digo porque cada año seguimos celebrando los cumpleaños de aquellos cinco compañeros mexicanos. Lo hacemos como con el de todos, aunque algunos estén desconectados y no pocos hayan sobrepasado ya las barreras del tiempo. Se trata solo de manifestar nuestro mutuo afecto o de dar gracias a Dios por las vidas de los que ya viven en su casa. Tras lo dicho, el lector comprenderá por qué los cursarios llevamos  a México en el corazón y por qué nos duele el sufrimiento añadido que ese pueblo padece a causa de una violencia extrema.

¡Ojalá que pronto alguien sea capaz de poner freno al desenfreno violento de una nación querida que se desangra cruelmente por no valorar como es debido la vida humana! ¡Ojalá que las valientes mexicanas consigan hoy con su huelga despertar la conciencia de sus conciudadanos para producir en México un punto de inflexión en las curvas estadísticas de violencia y muerte!

Hablando de paro en el contexto de una huelga organizada por mujeres, aunque solo sea para sacudirse de encima la impotencia y la amargura que nos causan los feminicidios y las demás muertes violentas de México, me permito la licencia de compartir con los comensales de este desayuno un viejísimo chiste, de tinte algo machista, que es posible que hayan oído más de una vez y que tiene una moraleja muy bella para la buena vecindad de hombres y mujeres.

En una conversación entre amigos, uno le dice al otro: - tengo una fórmula mágica para terminar con el paro obrero. Al oírlo, su amigo se echó a reír: - ¡vaya, ya estás tú con tus fantasías! A ver, dime cuál. Entonces, él continuó: - ¡sí, hombre, sí! Mira, yo cojo a todos los hombres y los pongo en una isla y, luego, llevo a todas las mujeres a otra isla.Y ya está. Alucinado, su amigo le replicó: - ¿cómo que ya está? ¿Eso es todo? ¿Así terminas tú con el paro? Alardeando un poco, él concluyó ufano: - pues claro, amigo, ¿no lo adivinas? Al día siguiente todos los hombres se pondrán a fabricar barcos. La moraleja clara es que el mundo está hecho de tal manera que los hombres y las mujeres no podemos vivir los unos sin los otros, razón por la que, cuanto antes nos entendamos a fondo, mucho mejor para todos.

Además de invitarnos a acompañar a las mexicanas, el día nos trae un dato de especial interés al haberse promulgado un día como hoy de 1938 el “Fuero de los Españoles”, una de las leyes fundamentales del franquismo, embrión de las evolucionadas leyes laborales que hoy rigen nuestras vidas. Refiriéndose a las relaciones que promovió entre obreros y patronos a través de la Magistratura de trabajo y de los sindicatos verticales, Torcuato Fernández Miranda dijo que “su contenido primordial será tanto la prestación del trabajo y su remuneración como la ordenación de los elementos de la empresa, basada en la justicia, la recíproca lealtad y la subordinación de los valores económicos a los de orden humano y social”, aseveración que sigue siendo perfectamente válida para nuestros días.

Hoy nos han salido al paso dos temas que deberían dar mucho que pensar a los dirigentes de nuestra Iglesia católica, pues en ambos hay mucha tela que cortar si de verdad se desea que el Evangelio cristiano aporte algo que contribuya al respeto de la vida de las mujeres mexicanas y a la mejora de la situación laboral de los trabajadores españoles. Respetar la vida y repartir equitativamente los frutos del trabajo son dos quehaceres de hondo calado cristiano.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com