Desayuna conmigo (domingo, 27.9.20) Últimos y primeros

Dualismo cristiano

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El cristianismo nos ha acostumbrado a pensar en clave de confrontación y, tras ello, a obrar conforme a un dualismo básico, irreductible y perenne, que, partiendo de gracia-pecado, nos fuerza a ser peones de una lucha sin cuartel entre el mal y el bien con dos protagonistas supremos: uno, Dios, identificado con el bien, creador, eterno, espléndido, triunfador a fin de cuentas y majestuoso dominador de los cielos, y, otro, el demonio, su más espléndida criatura, encarnación del mal por haberse rebelado contra él, manipulador, perdedor y confinado para siempre como siniestro verdugo en los infiernos.

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¡Qué espléndido escenario novelesco, si no nos hubiera traído a mal traer a los hombres a lo largo de toda nuestra historia! Frente a tan radical dualismo, a uno no le cabe más que hacerse de cruces al pensar que, si toda potencialidad tiende de por sí a colmarse, y eso es indefectiblemente bueno, cómo es posible que se hayan sustentado tantas filosofías de la vida y religiones en que sea posible apetecer el mal, es decir, que a la potencialidad le antoje vaciarse. Hay un maniqueísmo fino e imperceptible, que se nos ha colado, como explicación facilona y superficial de cuanto acontece, por todos los poros del pensamiento y de los sentimientos y que vicia o pervierte el ser mismo del cristianismo. En cualquier cabeza humana, aunque solo esté a medio amueblar, no cabe que al final coexistan para siempre un cielo y un infierno.

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Sin embargo, hay una dualidad esencial que llena el mensaje evangélico. La vemos muy clara en los textos elegidos para la liturgia de hoy, domingo. Básicamente y bien entendidos, la podemos concebir, sin obstáculo lógico alguno, con términos tan propios como gracia-pecado. No me refiero al posible dualismo que podría establecerse entre Dios como gracia y su criatura, el hombre, como pecado, sino al que se da entre vivir para los otros, gracia, o para uno mismo, pecado. En definitiva, el dualismo caridad-egoísmo. El egoísmo es el asiento de cuanto hemos dado en llamar mal, pecado, infierno, demonio. El único demonio viviente es el yo de cada cual, erigido en protagonista absoluto y entronizado en una hornacina de humo. Y también la única presencia del Dios vivo son los otros, los únicos que, a tenor de las exigencias evangélicas, deben ocupar la hornacina de nuestra vida. Pensando en cristiano, la pregunta recurrente de dónde está Dios solo tiene una respuesta posible: “en los otros”, en cada uno de ellos, cualquiera que sea su condición.

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La conversión de que habla Ezequiel en la primera lectura de hoy es el movimiento que va del propio yo a los otros, que baja de la propia hornacina el yo y entroniza en ella a los otros. ¿Qué otra cosa, sino, hizo Jesús al despojarse, según cuenta hoy san Pablo en la segunda lectura, de su rango divino y morir en una cruz? ¿Qué otra cosa significa, según la parábola relatada por Mateo en el evangelio, el no voy que termina yendo del primer hijo del viñador, es decir, la renuncia de la propia voluntad para acatar finalmente la orden recibida? Los últimos, es decir, los que renuncian a su condición, los que le cortan las alas al propio ego para diluirse en comunidad, serán los primeros, es decir, los que aciertan con el sentido de la vida, los que en ella encuentran realmente a Dios.

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Si los cristianos tuviéramos realmente clara esta dualidad, que es la básica para toda comunidad o sociedad que se precie, no me cansaré de repetir que otro gallo nos cantaría, porque no hay idea ni proyecto humano que sea capaz de medírselas con este. Reto a cualquier pensador o militante de cualquier tendencia, sea progresista o conservador, creyente o descreído, a que presente un proyecto humano mejor que el del cristianismo, fuente en definitiva de la que beben en última instancia todos los demás proyectos pretendidamente salvadores de la humanidad. Nadie como Jesús, siendo Dios según la confesión de fe que profesa el cristianismo, se hace esclavo y da la vida para convertir en dioses a todos los demás. Ese es el mecanismo por el que el último de todos, Jesús, ocupa el trono que le es debido. El suyo es el único camino por el que el hombre llega a ser quien debe ser, la criatura encumbrada al primer puesto.

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La enjundia de este único dualismo válido del cristianismo, la de que el yo debe diluirse en comunidad o de que cada uno, cual grano de trigo, debe “convertirse”, tras un demoledor proceso ascético, en eucaristía, puede llenar por completo nuestra cabeza no solo esta mañana, sino toda la vida. Para hacerse eucaristía, la espiga debe ser segada y trillada y el grano, molido, fermentado y cocido, es decir, el trigo se despoja de su condición para transformarse en "pan de vida". Dejemos ahí la dualidad primeros-últimos, despojo-coronación, como fuente inagotable de transformación de las conductas, para poder echar una rápida mirada, cuando menos, a otros contenidos con los que no obsequia esta mañana de domingo.

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Así, en primer lugar, hoy se celebra el “día mundial del turismo”. Fue en Torremolinos donde se lanzó la idea en 1979 y se eligió esta fecha como la más propicia por ser, al mismo tiempo, el final de la época de turismo en el hemisferio norte y el inicio de la del sur. Pensemos hoy solo en la debacle que a este respeto está causando el coronavirus, pues no solo sigue ahogando a muchos en las UCI de los hospitales y a todos en nuestras propias viviendas, angostos recintos en los que amenaza con enclaustrarnos de nuevo, sino también sigue condenando al hambre a tantísimos profesionales y empleados que viven del turismo.

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También hoy se celebra, en Europa, el “día del donante de médula ósea”, celebración que impulsaron en 2013 España, Francia e Italia y que pretende homenajear a los más de 28 millones de donantes de médula que ya ha habido en el mundo y fomentar una donación tan necesaria para poder seguir salvando tantas vidas humanas. ¡Qué bien encajan estos donantes, y también todos los demás donantes de sangre y de órganos, claro está, con lo que hemos dicho al comienzo de este desayuno sobre la dualidad yo-otros! Cualquier donación da vida a otros y, desde luego, hace revivir al donante.

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Por lo demás, hoy, último domingo de septiembre, se nos pide que pensemos en los casi quinientos millones de seres humanos que tienen problemas de audición, pues se celebra el “día mundial de las personas sordas”. La mayor parte de ellas podrían haber evitado su sordera con tratamientos preventivos. Aterra pensar que la mitad de los jóvenes actuales, tan devotos de la música del ruido a todo tren, al alto la llevan, tendrán problemas de sordera antes de alcanzar la madurez. ¡Cuantísimos males de los que padecemos a lo largo de la vida son la secuela lógica de nuestras propias conductas desajustadas!

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Finalmente, los seguidores de este blog me permitirán hoy que felicite a mis conciudadanos de Mieres, donde vivo, aunque esta vez tenga que ser por su no-celebración a causa de las restricciones que impone la pandemia que padecemos, por la tradicional “romería de los mártires” que todos los años se hace hoy al precioso santuario que san Cosme y san Damián tienen en el valle Cuna, situado a unos cinco kilómetros de la villa de Mieres. Al estar prohibida la romería popular, este año solo se celebrarán allí misas con las precauciones debidas. Se trata de una hermosa fiesta en la que miles de mierenses se desplazan a las praderas del entorno del santuario y, tras profesar su devoción a los mártires milagreros, dan buena cuenta de sus meriendas y se divierten bailando sobre la hierba. Día de fe, de peregrinación y de fiesta. Seguro que en muchos hogares de Mieres se oirá este domingo “la romería”, de Víctor Manuel.

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“Dualidad” hoy, pero no la de Cosme- Damián ni la de Dios-diablo, sino la de un yo humilde, oculto en la sombra y sentado en el último banco de la asamblea, y la de un tú divinizado, floreado en una lujosa hornacina y reflejo del más auténtico y fiable rostro de Dios. Caridad versus egoísmo. A ese maravilloso proceder o a esa enconada guerra, según se mire, se reduce todo el cristianismo, el proyecto de vida que trastoca nuestras estructuras y nos somete, en todo tiempo y lugar, a un proceso ascético de conversión radical. ¡Ojalá que pronto logremos despojarnos del todo del asfixiante dualismo que, en vez de hacernos confiar como es debido en el espléndido Dios en quien creemos, nos somete a la tensión insufrible del resultado incierto del partido que con cada uno de nosotros juegan él y el demonio!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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