Ante la realidad de la muerte ¿Qué es realmente lo esencial?

Muchas veces no pensamos en la muerte, asemejándonos al hombre necio del evangelio que sólo quería acumular más tesoros y agrandar sus graneros sin pensar que sus días se acabarían y nada de eso duraría para siempre (Cfr. Lc 12, 16-21). Pero a veces la muerte se nos acerca –en la muerte de amigos o familiares- y nos damos cuenta que no estamos preparados y que el dolor de la separación de los seres queridos es demasiado hondo. Es entonces cuando la pregunta por el sentido de la vida se hace evidente. Sin embargo, hasta en esos momentos, algunas personas, prefieren no pensar en esa realidad y aunque el dolor sacude y afecta, se sigue viviendo sin buscar lo “esencial” de la vida, lo que realmente vale la pena.
Pero ¿qué es lo esencial? En una visión dualista de la realidad se puede pensar que lo esencial es lo “espiritual” y que lo material no tiene valor. Pero en una visión más integral se comienza a entender que lo esencial es vivir la presencia del Espíritu en toda la realidad material. No somos espíritus desencarnados, ni somos materialidad meramente finita. Somos esa vida animada por el Espíritu que se realiza en el comer, trabajar, disfrutar, construir, transformar, soñar, desear, alcanzar, sentirse parte del universo donde todo es indispensable, valioso y necesario y todo llamado a plenificarse y a trascender.
En otras palabras lo esencial es vivirlo todo con conciencia, con dedicación, con fuerza, con pasión, con entrega, con todo lo que somos y tenemos. Es no pasar por la vida dejando que ella nos lleve de un lado a otro sino decidirnos a ser dueños de nuestros actos y empeñarnos en nuestros sueños. Pero sobretodo, lo esencial es reconocer el valor de cada persona humana y aprovechar esta vida para compartir con los otros, para aprender de todos, para caminar en compañía, para amarlos y dejarnos amar por los demás. La muerte nos muestra claramente que el amor que no se da en este tiempo presente ya no sé puede ofrecer más adelante. Que el cariño que no se expresa, el perdón que no se ofrece, la acogida que no se da, la aceptación que no se vive, se hacen estériles si no se viven en el hoy que cada uno tiene y con las personas concretas con las que se comparte el día a día.
Además la muerte también nos recuerda la dimensión social de nuestra vida porque no es suficiente que los cercanos estén bien sino que la sociedad y el bien común alcance a todos. Y no sólo para la presente generación sino para las futuras. Por eso el compromiso con la justicia y con el bien social forman parte de lo esencial que constituye la vida humana. Lógicamente quedan muchas preguntas sin resolver ante la realidad de la muerte: ¿Por qué ella gana tantas batallas y no permite que se realicen muchos proyectos? o ¿por qué no logramos vencer el mal y tantos hermanos/as sufren situaciones inhumanas? La búsqueda de respuestas sigue siendo necesaria y la fe sostiene ese camino. Pero en medio de esa incertidumbre lo que nos interesa en este espacio es caer en la cuenta, nuevamente, que la muerte no da tregua y bien vale empeñarnos en el amor y el bien común antes que nos digan como al hombre del evangelio “necios, está misma noche te reclamarán el alma –o se van los que queremos- y ¿para qué viviste o a quién amaste?” Bien vale la pena buscar las respuestas y ponerlas en práctica.
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