Apología de nuestro credo (2)

Dice la copla: “El ciego que nunca ha visto – y que no sabe qué es ver, nunca tiene tanta pena – como el que ha visto y no ve”. Aplicado a nosotros: no es lo mismo la crítica del simple interesado por el hecho religioso que la crítica de aquellos que vivieron dentro de la fe y han visto la vacuidad de todo eso.

¡Si encontráramos algo de esto en los comentaristas que acceden aquí! Se presupone que defienden su fe. ¿Pero defienden también al hombre? No. Se agradece la presencia de quienes polemizan con argumentos, con razones, explicando su postura contraria a la del blog. Otros hay de todos conocidos (nec nominentur in vobis), fieles al blog como entrañables “animales de compañía” catalogables entre Arniches y Valle Inclán, o sea, entre el sainete y el esperpento. Dieron título a la obra de Apuleyo.

No está de más decir que aquí caben todas las opiniones que respeten la tolerancia, por una y otra parte, presuponiendo, asimismo, la seriedad y no el diletantismo sobre algo tan serio como es el sentido de nuestro vivir.

Se nos reprocha la crítica continua de la Iglesia Católica (en especial). Para hacerla, recabamos información de libros, opúsculos, páginas de internet escritas por católicos. Curiosamente, cuando uno se zambulle en determinados reductos, comprueba cómo se tiran los trastos unos a otros, cómo afilan los dientes los integristas contra los progresistas; cómo las propuestas de regeneración de unos son tildadas de herejía por los otros; cómo denigran al mismísimo papa...

Es de suponer que el río suena para todos. ¿Y dicen que nosotros hacemos crítica destructiva, siendo la suya constructiva? Creemos sinceramente que sobrepasamos niveles reduccionistas de corto alcance y que nuestro mirar es bastante más elevado: apelamos al hombre, a la persona, no al reducto creyente.

Lo repetimos, hablamos de religión desde la perspectiva del hombre a secas. En un blog político o económico hablaríamos de política o de economía. Quienes frecuentan esta página suponemos que son personas a quienes les interesa la religión y mayormente son cristianos con conciencia de serlo. Para ellos escribimos.

No caigamos en el tópico de que “todo es debido a este furibundo ataque laicista de nuestra sociedad”. Tal crítica nos parece trasnochada. Por supuesto, en una sociedad donde pensar lo contrario conllevara exclusión, persecución o muerte, nosotros seríamos los más fervorosos cumplidores y defensores del credo: ésa es la ventaja de nuestro tiempo.

Todos tenemos esperanza de que el mundo sea “otro”. Pero no desde el punto de vista cristiano. También desde el laicismo. Y si pensamos en su propio credo, es de suponer que el creyente defiende el amor, en lugar de odios; el respeto en lugar del desprecio; la solidaridad frente a la exclusión; el perdón en lugar de las injusticias; en fin, la paz de todos y con todos.

Pero es que todo lo dicho es “humanismo” a secas. El “amor” a los demás lo demuestran también quienes, desde el agnosticismo o la increencia, emplean su tiempo “desinteresadamente” a favor de los demás de la manera que sea. Y eso no es “manipular las palabras”. La manipulación estaría en considerar el “amor” como una característica “exclusivamente” cristiana.

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