Ateos, crédulos y personas normales.
¿Recuerdan aquella “boutade” rodante por las calles de Barcelona en el año 2009, que hería la vista con “Posiblemente Dios no exista. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”?
| Pablo HERAS ALONSO
Pudo parecer una excentricidad; quizá lo fue para muchos… aunque también podría encerrar más miga filosófico-sociológica de lo que la simple exhibición ciudadana de un slogan en sí encierra. En realidad, no era una profesión explícita de ateísmo, por ese adverbio que remitía a cierta “posibilidad”.
La apreciación crítica de tal lema puede provenir de muy distintas “sensibilidades”. La primera la de quien, al salir de misa, se da de bruces con tan “espantosa” algarada visual, más si ése es el autobús que ha de tomar. Lógicamente calificaremos tal crítica de partidista, que parte de su, nunca mejor aplicado, “pre-juicio”: el creyente, dice él, no puede ser insultado de ese modo y se ha de respetar lo que uno piense y crea. Jamás entenderá que hay otros puntos de vista, no será capaz de admitirlos y recurrirá a todos los medios para convencer a la autoridad judicial de que retire tales sinsorgadas.
Todo remite a la tan manida rivalidad dialéctica centrada en los conceptos de ATEISMO frente a CREENCIA o CREDULIDAD. Los que creen en Dios, que según opinión de los que tienen en contra no hacen sino inventar a Dios, lo saben hacer bien. La primera victoria es siempre verbal. Todo comienza, siempre, con la palabra, vehículo de la idea; y con la palabra esparcen la existencia.
Hablando del poder de la palabra: cuando a uno lo tildan de “ateo” no lo hacen con intención puramente denominativa; el adjetivo implica un sesgo denotativo. Es decir, “ateo” se convierte en cualificación, en otros tiempos penal, hoy día insulto. Ateo no es un término aséptico. Ya sólo por eso, por la exclusión que implica, no se puede admitir como calificativo de los que prescinden de Dios.
Tal palabra siempre se ha traído a cuento como escarnio, befa, burla, desprecio, humillación, ofensa... Y si no, “admiren” la cantidad de sinónimos que tiene la palabra “ateo”: incrédulo, irreligioso, escéptico, librepensador, antirreligioso, pagano, profanador, indiferente, indevoto, teófobo, profano, laico, irreverente, irrespetuoso, apóstata, relapso, infiel, heterodoxo, sacrílego, blasfemo, impenitente, inhumano... (¿?) Por eso no es admisible tal “calificación” que sólo a los crédulos les sirve.
El creyente bienintencionado puede argüir: Pero, entonces ¿cómo llamar a aquel que niega la existencia del Dios que los creyentes creen? Mi respuesta diciendo que no hay otra respuesta: de ninguna manera.
El enfoque del asunto es capcioso. No se puede partir de un hecho indemostrado, cual es la existencia de un ente a todas luces inventado por el hombre. No es la persona normal la que ha de ser denominada con relación a Dios, esa que dicen que “niega a Dios”: eso es admitir como normal un mundo, el de las creencias, que no lo es. Es el que inventa a Dios, y lo quiere imponer a los demás, el que ha de ser conceptuado en oposición al bípedo racional.
Primero es la persona que piensa y siente: la persona normal. Es después cuando vienen los crédulos a creer e inventar todo un mundo extraño, aliñado con cualquiera cosa. Ese que dicen “ateo”, es decir, la persona normal, no niega nada; simplemente por la vía de los hechos –la desafección— o por la vía de la palabra, como hacemos aquí, da de lado o se enfrenta a quienes ofrecen baratijas sentimentales a cambio de cielos posibles imponiendo, de añadido, prácticas irracionales.
Nietzsche lo dice mejor que nosotros: el mundo crédulo inventa un Dios para dejar sentado el principio de donde extraer consecuencias; inventa a Dios como antítesis de la vida; inventa el más allá para rechazar el mundo real, el verdadero; inventa el alma, el espíritu, el alma inmortal para tiranizar el cuerpo (ahora vuelven de nuevo a él después de haberlo machacado durante siglos con cilicios y zurriagos); inventan la salud del alma para despreocuparse de la del cuerpo... (F.Nietzsche. Ecce Homo. "Por qué soy un destino").
Porque... oh, qué bien suena eso de “fieles creyentes”, “hijos de Dios”, “hermanos en Cristo”... para quienes fervorosamente creen, aman y suplican al que sus caletres recalentados inventan. Pero aquí están las personas normales que viven siguiendo las directrices de su sentido común. ¿Es que hay que inventar algún nombre para denominar a la persona normal? ¿Ha de existir algún término que diferencie de no se sabe qué o quién a la persona que usa normalmente su razón y su sentido común?