¿Baculazo o batacazo, señor Rouco?

Semana Santa movidita. No tanto por el agobiante desplazamiento turístico y las procesiones, como por la noticia que ha derrochado kilolitros de tinta y millones de megapíxeles: el cierre de la iglesia de San Carlos Borromeo de Entrevías.
Una parroquia asentada en un rincón del Madrid “dejado de la mano de Dios”, desconocida hasta ahora por muchísima gente, ha saltado a la arena del coliseum eclesial, básicamente para recorrer un amargo, doloroso y “doloso” viacrucis.

Ha sido la “buena noticia” pascual para los marginados de Entrevías.
Parece que esa misión, entre y a favor de los marginados, le producía cardenales al señor cardenal. Para el señor arzobispo de Madrid los curas de Entrevías se le antojan ovejas descarriadas, ovejas negras, y, cómo no, “curas rojos”. Parece como si el “Rayo Vallecano” le hubiera cedido el “rayo jupiterino” para fulminar a estos “súbditos” contestatarios y subversivos. No “hermanos en el sacerdocio”, como suelen expresar en su enfática jerga mística, sino “súbditos”, feudatarios que prometieron vasallaje a su señor. Y les tenía ganas. Por su testimonio social y, sobre todo, por su “independencia”.
Soy persona que hace tiempo ha incinerado el carné de socio católico. Sigo pensando que el Cristo que presenta y representa la Iglesia no pasa de simbolizar más que un mito legendario. Sin embargo, las personas que se dedican y entregan su vida en nombre de Cristo a una ingrata y desagradecida labor social entre los marginados, sí que me provocan y me producen el máximo respeto y la más fascinante admiración. Ellos no saben de jeroglíficos teológicos.
No pretendo inmiscuirme en cuestiones eclesiales; pero la no injerencia no descarta el derecho de opinión. Tanto más en un episodio que ha rebasado el perímetro religioso irrumpiendo mediáticamente en el ámbito social. Y confieso que no encuentro motivo humanamente razonable que logre justificar la actitud y la decisión del señor Rouco Varela.

El argumento de la “desviación litúrgica” suena a subterfugio baladí como para justificar el cerrojazo. La liturgia es la “manifestación festiva de la celebración sacramental”. No un conjunto de ritos rígidos y fríos que se disponen o imponen para consumar una mistérica ceremonia de magia. Por tanto, resulta algo cambiante. Así lo ha demostrado la historia de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II (aunque ya empiezan a soplar aires tridentinos) se propuso acercar la liturgia al pueblo. Que comprenda su profundo sentido; que viva la fe a través de los signos. Esa es la genuina significación; no que admiren a los curas “disfrazados”. Rouco los ha suspendido en Liturgia. “Cero patatero”. Aunque el “rosco” ha desaparecido de las calificaciones escolares, a los sacerdotes de Entrevías les han atiborrado de “rosquillas”.

La institución eclesiástica los acusa de desvío en la misión evangelizadora, de meterse en política, de luchar por la liberación de los marginados, cuando lo suyo debe ser el culto, la salvación de las almas. En la parábola del Juicio Final no se habla de cultos ni de almas; sino de cuerpos: “dar de comer, de beber, vestir, acompañar...”. Curiosamente monseñor arzobispo alaba, bendice y aprecia esta labor social. Y propone el paternalismo y la labor limosnera de “Caritas” para “continuarla”. (¿O para colgarse la medalla?). Ya lo proclamó universalmente el Papa: “Deus Caritas est”.

Y yo, por mi parte, preferiría comulgar con “rosquillas” que comulgar con “ruedas de molino”.