Conciencia, pensar, creer hasta donde se pueda... ¡Sócrates!

Cuando ponemos en solfa la existencia de Jesús nos contestan con un ejemplo, Sócrates, del que tampoco se sabe nada si no es por su discípulo Platón. Verdad es que tanto en Jesús como en Sócrates lo que importa es lo que dicen que dijeron y no tanto su existencia real. Pero hay un algo por ahí que nos dice que Sócrates fue real e histórico y que Jesucristo huele a mito que apesta. Jesús=Cristo, no Jesús.
Y es que sucede que a Jesús, convertido en Cristo, en Mesías y en Verbo de la divinidad, pretenden imponerlo como “realidad histórica” cuando los datos de su existencia histórica dejan mucho que desear, bien que aceptada por los especialistas, y cuando su divinización no pasa de ser un refrito de mitos. A nosotros que Sócrates existiera o no nos trae al pairo: lo que importa es su legado.
Dicen deJesús, predicador popular, que la prueba más importante de su historicidad es la continuidad de sus discípulos, aunque bien pudiera ser que tras el visionario Pablo el tinglado se urdiera a partir de una amalgama de profetas de similar mensaje y pelaje.
Pues bien, no importa que Sócrates existiera o no. Importa, como en Jesús, el mensaje, su doctrina, lo que dicen que decía. La filosofía no necesita decir de sí misma que es “revelada” para confirmar su verdad. No necesita andadores para sostenerse.
Sócrates fue el chivo expiatorio en una época de paranoia religiosa: por el hecho de pensar y hacer pensar, ¡se le acusó de impiedad!. Quizá enseñara también “Educación para la Ciudadanía”. No puede decirse que fuera ateo, pero sí un defensor de la libertad de pensamiento, abogado de la investigación sin límites y nada proclive a aceptar dogmas impuestos. ¿No podría ser ésta la definición de una PERSONA CULTA, de un sabio?
Siempre según Platón, Sócrates cumplía con los ritos (externos), decía creer en una vida en el más allá... Es decir, podría pasar por persona piadosa, bien que de sus palabras y actitud vital se deduce que no. Al menos propugnaba la posibilidad de que fuera así.
Se dice que la filosofía empieza donde termina la religión; que la química comienza cuando termina la alquimia y la astronomía donde acaba la astrología. ¡Pero hay tanta gente empeñada en que ninguna de esas tres disciplins termine! Y dan valor real a todo eso. Y el argumento de la fe empieza y termina con Sócrates . Él pretendía abandonar la senda de las explicaciones religiosas para optar por las racionales: poner en duda todo hasta que la propia conciencia, o consciencia, se sintiese segura.
Sócrates enseñó a sus discípulos a regirse por su propia conciencia, algo que es innato y que debe ser la guía primera; la conciencia entendida como aquello que nos hace comportarnos bien cuando nadie nos ve; enseñó también que se puede vencer a la fe dogmática; y también que se puede hacer sátira de cualquier credo simulando adoptar sus prédicas tal como ellos las expresan.
Los crédulos todo lo tergiversan, todo lo humano lo acaparan, todo lo "re-direccionan". Así dicen que la conciencia es la voz de Dios en nuestras almas. Afirmación que no se puede refutar porque es absolutamente gratuita: no hay evidencia alguna de que sea como tampoco de que no lo sea. Otros preferimos decir que la conciencia es algo nuestro, humano, algo que hay que cuidar y cultivar. Y seguir sus dictámenes.
Sócrates afrontó la muerte y no la evitó. Podría haberlo hecho, así se lo decían sus jueces. Su argumento: no la tenía miedo. La muerte podía ser descanso perpetuo, inicio de la inmortalidad o quizá posibilidad de convivir con sus amigos Orfeo y Homero. Era la sátira adecuada a las convicciones de quienes lo acusaban. Como si dijese: “no tengo certeza de la existencia de la muerte ni de los dioses, pero estoy todo lo seguro que puedo estar de que VOSOTROS tampoco lo sabéis”. Era una forma de hacerles ver la inconsistencia de su fe en el mundo del más allá.
Algo del legado socrático lo podemos leer en “Las Nubes” de Aristófanes.
No creemos que quienes están seguros de ese más allá bienaventurado acepten la muerte con alegría. No sé en otros tiempos, pero nuestra experiencia nos dice que tal actitud ante la muerte no existe, no la vemos en nuestro entorno. Los “deudos” de la persona buena y virtuosa siempre lloran y se lamentan por su desaparición. Nadie ríe ni sonríe ni muestra signos de alegría al saber que “ya está en el cielo” (juicio en exceso aventurado, por cierto).
Sus secuaces dicen (lo dicen pasado mucho tiempo) que “tal santo” aceptó con “suma alegría” el martirio, que no huyó, que no se escondió... Mentira. Esconderse para seguir viviendo a cualquiera le parecería lo más natural del mundo. Ya en los primeros tiempos del cristianismo se procuraron sus cavernas y sus catacumbas. Por situarnos en nuestro pasado siglo y país, de signo tan siniestro, en todas las biografías de los mártires de la Guerra Civil hay una permanente huída de la muerte, esconderse en casa de..., querer pasar a..., vestirse así, etc.
¡Pero si es lo lógico! ¡Si e lo que dicta el sentido común! ¡Si es lo que verdaderamente admiraríamos todos, el que lograran evitar a los asesinos! Lo otro no es de mártires ni de héroes ni de elegidos de Dios (vaya elección): es de estúpidos.
Bueno, de tarados mentales producto del adoctrinamiento (dígase mejor, lavado de cerebro).