Cristianismo, comunismo, ¿lo mismo?

Pero al fin la organización acaba con las ideas, las sofoca, las aniquila.
El Comunismo ha tratado de curar los males de la creencia suplantándola con los mismos métodos y convirtiéndose él mismo en otra creencia más mortífera y refinada.
Que difieran en su aplicación temporal o en el tiempo de vigencia o en la cantidad, no hace diferente al Cristianismo del Comunismo: son los mismo.
El cristianismo ató con baba de araña a la humanidad durante más de mil doscientos años, el comunismo con cadenas de acero durante setenta; el KGB siguió los mismos métodos de la Inquisición; ambos quebraron la cultura y la moral de sus súbditos; ambos basaron su emporio, ascenso y privilegios de la casta dominante utilizando a los pobres; ambos falsificaron los “hechos” después de cometidos.
Y como justificación, ambos enfervorizados prosélitos de la cultura, ésa que es antes que el estómago, por aquello de que no sólo de pan vive el hombre. El cristianismo hizo posible a Palestrina o Juan Sebastian Bach, el comunismo a sus Prokofiev o Shostakovich. Vaticano, Kremlim... Ambos forjadores y preservadores de la cultura. Trampantojos o engañabobos. Esto no les salva de la ira de la historia.
Si ambos han cambiado, ha sido gracias al tesón de personas inconformistas, a los enemigos del sistema, al imperativo de la economía que procura bienestar, no a la bondad de su doctrina.
El comunismo, por afectar a los estómagos, ha caído antes, el cristianismo, por ser menos letal, tardará un tiempo en esfumarse: por ser hermanos de la misma camada que se disputan la misma comida, el odio les hizo irreconciliables...