Domingo de la NECEDAD.

"Los ignorantes son los muchos, los necios son los infinitos y así el que los tuviere a ellos de su parte, ése será señor de un mundo entero"
Hoy que todos los domingos son "domingos de..." (del emigrante, de las misiones, del seminario, de los medios de comunicación, de los misioneros...) he tratado de encontrar cuál pueda ser el "DOMINGO DE LOS NECIOS", como en otros tiempos se hablaba de la "Misa de los Locos", etc. O, en otras palabras, en qué domingo la II Lectura del día fuera I Corintios, 1, 27 ss. En un primer momento me pareció advertir que fuera el 8 de Junio... pero no, tal día es de Pentecostés, cuando todos los necios se hacen sabios. Dado mi poco interés posterior, abandoné mis pesquisas. Alguien por aquí lo sabrá o, en todo caso, ya llegará.
Me imaginaba al comentarista de rigor, por otra parte de todos conocido, que tal domingo exultará de gozo, desempolvará los lábaros de la necedad paseándolos por el jardín del convento, preparará rancho monástico especial, entonará gorgoritos sacros en los modos gregorianos V y VII (correspondientes al tono mayor de FA y SOL)... porque ése será su día, el Domingo de la Necedad.
En tal fecha reciben sus prédicas confirmación oficial: Dios y los sabios de este mundo no se llevan bien, Dios prefiere a los necios. En esa misa prescindirá de citas bíblicas y patrísticas porque su peregrinación léxica habrá llegado a las fuentes. La fuente mayor San Pablo nada menos, Pablo de Tarso al menos.
Pongamos un poco de seriedad en las cosas y centrémonos en aquél que tales disparates profiere: “¡Dios prefiere a los tontos!” Átale a ese perro con tal longaniza.
Caso de que I Corintios pertenezca, su autoría, a Pablo de Tarso, hay tal cúmulo de resentimiento en estas palabras que, de haber investigado un poco, los copistas posteriores las habrían suprimido. Recordemos cómo se presentó Pablo en ágora de Atenas, cómo trató de convencer de la nueva verdad que había aparecido en este mundo, con qué celo predicó a los “intelectuales” y… cómo salió Pablo de Atenas: marchó de allí “confundido por los sabios de este mundo”, cual perro con el rabo entre piernas.
Bastaron unos filósofos de medio pelo, estoicos o similares, para confundirle precisamente a él, que tenía la visión sobrenatural de la Verdad. ¿Pero no tenía la inspiración del E.S.? ¿No estaba en posesión de la Verdad por inspiración de la misma? ¿Cómo fue posible que tales “sabios” del tres al cuarto lo revolcaran por el suelo?
Vamos a trascender un tanto el hecho puntual de verse rechazado por “los sabios” de Atenas y considerar su situación, su vinculación, su adhesión y apropiación de unas creencias nuevas o novedosas.
Su figura sólo se conoce por sus Cartas y por los Hechos de los Apóstoles. Más allá, todo es elucubración y contextualización, es decir, situar al individuo en su contexto histórico. Cualquiera que tenga un mínimo de cordura intelectual sabe que tales textos no son imparciales, en este caso I Corintios 1, 27, y por lo tanto ofrecen una visión sesgada del individuo.
Respecto a profundizar en su mensaje... ¡¿todavía más?! ¿Hay algo que no se sepa después de dos mil años viviendo de las ideas de Pablo? Y con relación a su aportación apostólica... ¡y tanto!, como que se quedó con el santo y seña arrinconando al resto de los Apóstoles al olvido o a la nadería.
Aunque de esto último no tienen la culpa ni él ni sus conmilitones: fueron posteriormente los próceres padres de la Iglesia, en Nicea y demás concilios los que perpetraron el asesinato intelectual de las fuentes del primitivo cristianismo. Lo que no fuese “canónico” (es decir, adecuado a la autoridad papal romana o que les pareciese bien a los asesores del Emperador y demás eunucos) sería destinado al fuego, el fuego del Espíritu, se sobrentiende.
Lo que dejan traslucir sus escritos también dan pie a inferencias sabrosas sobre el bueno de Pablo. Nos quedamos hoy con una de esas deducciones, particularmente grave en persona que quiso subir al sexto cielo de la mística o de la elucubración teológica: el odio a la inteligencia, es decir, a la reflexión, a la crítica, al pensamiento propio...
Ya sus lecturas del Génesis nos pueden poner sobre aviso: el pecado de los Primeros Padres fue un pecado de la inteligencia. Al menos eso se deduce de sus propias deducciones, cosa que la investigación bíblica posterior ha rebatido (el conocimiento al que se refiere el Génesis tiene más que ver con los coetáneos “cultos de la fertilidad” que con otra cosa).
Para Pablo también resulta imperdonable “haber querido saber y no contentarse con la obediencia y la fe que Dios exige para acceder a la felicidad. Igualar a Dios en la ciencia, preferir la cultura y la inteligencia a la imbecilidad de los obedientes son otros tantos pecados mortales...” (Michel Onfray, pág. 158).
De Pablo se han dicho muchas cosas en los muchísimos libros y tratados sobre su persona: que era culto, de gran formación intelectual, de gran hondura conceptual, conocedor profundo de las Escrituras...
Todo depende del cristal con que se mire, porque hay otros que contradicen tales afirmaciones. No olvidemos que Pablo no se dedicó profesionalmente, antes de hacerse predicador del Near East, luego Far West, ni a la enseñanza de la Ley ni al estudio concienzudo de la misma: fue fabricante y vendedor de tiendas para nómadas... Importa mucho este dato, aportado por él mismo. Sí, había estudiado en Jerusalén la Ley y los Profetas (el Antiguo Testamento), pero lo que más resalta en sus escritos es la convicción de que Dios hablaba por su boca. De eso estaba convencido (y convicto).
De su formación intelectual poco se puede decir, porque no se desprende que Pablo estuviera encuadrado en escuela rabínica alguna o realizara estudios concienzudos de nada. Las citas del A.T. son infinitamente menos que las que cualquier teólogo de nuestro Siglo de Oro refleja en cualquier obra teológica.
Y respecto a su estilo habrán de reconocer que es sumamente artificioso y complicado, reiterativo y por lo tanto pesado. No comparable en modo alguno a su contemporáneo Filón de Alejandría, al que todos reconocen como erudito, filósofo y escritor.
Hay frases sueltas que revelan cómo Pablo es un resentido contra la cultura, a la que desprecia... ¿Por qué? Pues ni más ni menos porque él, en determinadas cuestiones filosóficas o teológicas, era un inculto. Su “sermón” en el ágora de Atenas provoca la risa de estoicos y epicúreos (ay, la pica en Flandes que quería poner). Y él mismo confiesa que en muchos sitios fue apaleado e incluso dejado por muerto. Podría ser indicio de “charlatanismo” (aunque también de que todavía era muy poderosa la casta sacerdotal y muy firmes las creencias populares).
En típico mecanismo de defensa, convierte su carencia de cultura en odio a la cultura. De ahí lo que les escribe a los Corintios y a su discípulo Timoteo.
Tampoco hemos de olvidar que el público a quien iban dirigidas las cartas no era selecto intelectualmente ni había entre ellos literatos, filósofos o intelectuales. Estaba constituido por obreros, tintoreros, artesano o carpinteros, como dice Celso en “Contra los cristianos”. Y –nihil novum sub sole— ya se sabe cómo se suele hablar a la gente de baja condición intelectual. Con un poco de palabrería, mucha demagogia y gran convicción, se tiene ganado al auditorio.
Hoy tales personajes hacen negocio gritando sus productos por televisión. Vean un ejemplo de “aprendiz de Pablo” en el vídeo “El pequeño predicador”, Nezareth Castillo Rey. Lo vi hace tiempo, no sé si todavía se mantendrá.