Escarceos bíblicos (4) Los inicios que llevan a Cristo

Citábamos el Libro de Samuel como uno de los más interesantes, e importantes, a la hora de desentrañar el devenir primero del judaísmo y, por derivación, del cristianismo. Lo que en ellos se narra es el Testamento sustancial de dios hebreo, el único que admite el judaísmo.

Para un judío, hablar de un “nuevo” Testamento es algo así como una blasfemia, una herejía. Y más lo es que ese Testamento se dirija también a los paganos. Es una infame traición que se hace a Dios, a Yahvé (Él, evidentemente, no ha traicionado a su pueblo, aunque lo ha sometido de los mayores sufrimientos, tales que han puesto en duda su protección… ¿Qué pensamiento animaría a los judíos que día tras día entregaban al horno los cuerpos de sus compadres en la fe?).

Se calcula que Saúl, el primer rey, más propiamente jefe de un ejército que rey, comenzó su reinado alrededor de 1020. Con Saúl, David († 970) y Salomón, el Estado judío vivió el máximo esplendor, a decir verdad, con la excepción posterior de los asmoneos, el único que han tenido hasta la creación de este Israel parido por la Shoáh y asediado continuamente por los nuevos “philistim” (los filisteos o palestinos de toda la vida, los propietarios legales de esas tierras). Cuando la base de la política se centra en conquistar o defender lo conquistado, siempre gana el más fuerte. Sin embargo, con reyes como Salomón cuya base económica es el comercio, las sociedades se mantienen y prosperan.

En ese tiempo se depura la religión judía, sustentada por una clase sacerdotal con un poder similar al que ostentaba la casta sacerdotal egipcia. Son señas de identidad el monoteísmo inconmovible, unitario y fundamentalista; la consideración de Yahvé como “Dios vivo”, siendo los demás trozos de madera o de piedra; la consideración propia como pueblo elegido de Yahvé de entre todos los pueblos de la Tierra; la historia de este pueblo es la historia de sus relaciones con Dios; debe plegarse a la voluntad de Yahvé dictada en el Monte Sinaí, aunque muchas veces los designios y las vías por donde Yahvé conduce a su pueblo sean incomprensibles.

No podemos olvidar que en los escritos bíblicos Yahvé-Elohim-Dios aparece como un dios tribal, lo cual choca frontalmente con el concepto que debieran tener de Dios creador del universo y del hombre. De ahí que resulte difícil de entender (también hoy porque las leyes que regían, rigen para el judaísmo) cómo pueden entender a Yahvé como Dios exclusivo, dejando de lado al resto de los humanos. Respecto a los “designios de Yahvé” respecto a su pueblo… Sí, dicen que son inescrutables. Habría que añadir que también son delirantes, fanáticos, propios de un ser trastornado. Pero, en fin, nadie puede entender a Dios.

Otra cosa que aparece clara, como hoy sucede en países islámicos, es que religión y política son lo mismo. El rey lo es por ser ungido de Yahvé, elegido por él. La función principal de todo rey es implantar o conservar la Ley de Moisés. Esta ley rige la vida diaria del pueblo.

Ese es el pensamiento que subyace tanto en los momentos de prosperidad (reinados de David y Salomón) como en la postración (división en dos reinos, el de Israel al N y el de Judá al S; distintas conquistas de Palestina y cautiverios varios: 722 conquista asiria, 587 conquista por Babilonia y destierro de sus élites).

Ciro les otorga la libertad. Sin la hostilidad de sus vecinos y al amparo del poderoso rey de los persas, Israel vive otro momento dorado de su historia. Pero la mentalidad que surgió de la privación y alejamiento del solar patrio, es otra. Es un mesianismo que mira hacia David, a la restauración del “gran Israel”, tiñéndose todo con un sentimiento de “final de los tiempos”, a la espera de un nuevo y poderoso “mesías”. Es el concepto escatológico del “día de Yahvé” y la revelación de los secretos de Dios (apocalipsis) que tanto influirá en el pensamiento de los primeros cristianos. “No pasará esta generación…”

Será entonces cuando se cumplan las palabras de Yahvé: “Ejecutaré en ellos grandes actos de venganza con furiosas admoniciones y sabrán que yo soy Yahvé cuando les aplique mi venganza” (Ezequiel, 26.17).

A día de hoy, y siendo ésta la máxima esperanza del pueblo judío, todavía siguen esperando el Mesías. ¡Cuán incomprensible es ese Yahvé o Jehová! El resto de la humanidad parece decirles: “Por nosotros, podéis seguir esperando in saecula saeculorum amén, que vais ‘daos’”. Quizá por eso el judaísmo alberga dentro de sí más ateos, o al menos descreídos, que el resto de las religiones o han convertido su religión mesianista en un conglomerado de actos rituales que rigen todos los actos de su vida.
Volver arriba