Extra Ecclesiam nulla salus.



Según la información de que disponemos, esta SENTENCIA proviene de un escrito de Cipriano de Cartago (S III): “Una es la Iglesia Universal de los fieles, fuera de la cual nadie está salvado”. La recogió el IV Concilio de Letrán (1252) y la proclamó como dogma Bonifacio VIII en 1302. Más cercanos a nosotros, Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII (“…la Iglesia por si sola es la entrada a la salvación”) han seguido proclamando lo mismo. En nuestros días, el Vaticano II (Lumen gentium, 14) con el polvo de los siglos hornea el pastel de la credulidad y afirma rotundamente: “…no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella”.

Creemos no errar si afirmamos que la opinión general no participa de tales arrogancias: muchos de los que todavía creen en Dios no ven necesario el encuadramiento en esta concreta Sociedad de Rezos; aquellos para quienes los asuntos de Dios les traen al pairo, ni siquiera opinan; otros ni se cuestionan el asunto salvación, porque no saben siquiera de qué. Los fieles de otras confesiones religiosas, caso de conocer este dogma, se quedarían religiosamente estupefactos: “La religión verdadera es la nuestra”. Hablar “de gratis” tiene esas consecuencias.


Como afirmación podría quedarse en los términos de la gratuidad. ¡Tantas cosas se dicen!. Pero la Historia nos ha enseñado cómo se retuercen determinadas afirmaciones o se sacan consecuencias descabelladas.

La vida en todo su esplendor o el instinto de conservación cuando peligra el "autós". La destrucción de todo lo que no soy yo. Estados contra Estados, porque los otros son los malos. El mismo pensamiento que las religiones de siglos anteriores: la mía es la verdadera. Extra Ecclesiam nulla salus. Y vale todo con tal de dominar y erradicar.

Los “otros” son los portadores de la falsedad: hay que arrasarlos de la tierra de los vivientes, la de los devotos, por supuesto. Lo mismo que los fanáticos del Islam en nuestros días.

Y al exterminio del que está "fuera" y por lo tanto "está condenado", lo que “anima” es la fe. Triste sino el suyo: la fe como ideal se trueca en fe en la victoria y final y únicamente en fe en la supervivencia. ¡Y la supervivencia es un sentimiento-instinto, tan humano...!

Al final de todo cae la fe, cae el ideal y queda sólo el instinto, hasta decaer de tal modo que determinados funcionarios del rezo sólo pretenden conservar su “puesto burocrático”.

De la cruzada sólo quedará “el cruzado vivo” arrastrando tras sí el miedo a la sombra perenne de la muerte, la de los “otros”.

La “filosofía de la guerra” puesta en práctica desde finales del XIX hasta comienzos del XXI es copia literal del pensamiento religioso de siglos anteriores.

Hacer un análisis puntual y coyuntural de las “causas” de tantos y tamaños conflictos es engañar a la inteligencia. Todo lo que se pueda decir de ideales, posesión de la verdad, consecución de los fines a cualquier precio... lo resume “la fe” de los siglos anteriores.

En nuestros días el argumento existencial de mayor peso es seguir detentando el edificio poseído y conseguir el apetecible.

Retomando la vereda original, aquel "extra Ecclesiam nulla salus" tenía cierta pregnancia cuando la masa creyente no se desplazaba sino unos pocos kilómetros de su villa o ciudad. Tal laberinto conceptual era, pues, y aunque no se crea, solamente geográfico.

Admitir una creencia extraña dentro de tal sociedad cerrada era un atentado a la convivencia.

Hoy, interpretándola de otra manera y con otra “sensibilidad” pero manteniendo implícitamente tal doctrina –no pueden dejar de hacerlo "sabiendo" que Cristo y su mensaje "sólo" está en la Iglesia romana-- no les queda otro remedio que admitir el galimatías de credos existentes que, se quiera o no, son de dominio público.

Tortura puramente conceptual que sólo a ellos les afecta, aunque no les queda otra salida que extorsionar e incluso dar la vuelta a la doctrina, a la sociología e incluso a la historia.
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