El san Jerónimo de lengua viperina y genio endiablado (3)


Jerónimo (340-420) era ya un anciano provecto cuando Agustín de Hipona (354-430), que des-pués seguir el maniqueísmo se convirtió al cristianismo a los 31 años, comenzaba su carrera de santidad y de Padre de la Iglesia. Eso sí, el prestigio de Jerónimo, gracias Biblia traducida y a la difusión de sus escritos, era inmenso en toda la cristiandad.

La sola relación con él era botón de gloria para cualquiera. Pero Jerónimo, como dice el refrán, cuanto más viejo más pellejo, consiguió que Agustín se enemistara con él. Escribió varias cartas a Jerónimo, pero, parece ser, no le llegaban. Una de ellas, enviada en 387 le llegó en 402 en forma de copia sin firmar. Y Jerónimo le contestó: “¡Envíame firmada con tu nombre esta epístola o deja de molestar a un anciano que no desea sino vivir tranquilo en su solitaria celda!”. No parecía darse cuenta Jerónimo de que ambos eran santos y doctores de la Iglesia.

Al cascarrabias Jerónimo, sin embargo, más le molestaban las críticas certeras de Agustín a sus escritos, bien que llenas de cortesía y halagos, especialmente a determinados conceptos vertidos en la traducción de la Biblia.

Agustín no hacía más que molestar a Jerónimo con peticiones. Le pedía traducciones al latín de comentaristas griegos de la Biblia; le pedía especialmente escritos traducidos de Orígenes, a pesar de que ya en ese tiempo era considerado hereje por Jerónimo.

Pronto entendió Jerónimo que Agustín no era un simple Rufino, por la agudeza con que criticaba aspectos de su traducción de la Biblia. “Si censuras con acritud mis palabras, pero si me exiges que me corrija, que me retracte y me arrojas miradas torcidas… mientras mis palabras apenas son alfilerazos o menos aún…” Y ante esas críticas, se revuelve Jerónimo presumiendo de currículum: “Ego, vir trilinguis hebraeus, graecus, latinus”… poniendo a Agustín en su sitio: “Yo, filósofo, retor, gramático, dialéctico, hebreo, griego, latino, yo trilingüe, tú bilingüe de tal guisa que cuando te oyen hablar los griegos te tienen por latino y cuando te oyen los latinos te toman por griego”.

Ya siendo obispo Agustín (año 395, con 41 años), Jerónimo le escribe diciendo que él ya ha corrido lo suyo, que ahora corriese Agustín “a pasos tan largo como tu ambición te lo permita”. Una y otra vez le pide que no le moleste más, que no le desafiase, que no le hiciera presumir, que no le llamara “abogado de la mentira” o “heraldo de la mentira”. “La vanidad infantil inspira a los jóvenes la costumbre de atacar a los famosos para hacerse famosos a su vez. En el terreno de las Sagradas Escrituras, tú, el joven, no irrites al anciano, porque podría verificarse en ti lo que dice el proverbio de que el buey cansado tiene la pisada más fuerte”.

Agustín le enviaba escritos suyos, pero no les hacía caso. ¡Bastante tenía con los suyos! Le re-mitía a Roma, donde encontraría jóvenes que podrían contender con un obispo, con él. Jerónimo decía no molestarle que Agustín tuviese jerarquía eclesiástica, obispo, pero sí los manejos con que Agustín administraba sus escritos y ese “afán de notriedad y de hacerse aplaudir por el pueblo… …para que muchos fuesen testigos de tus ataques contra mí. Yo [Jerónimo], permanecía callado como si me ocultase mientras uno más sabio lanzaba sobre mí toda la caballería, sin que, como el más ignorante, hallase nada que replicar. Así te presentarías como el que acertó a colocar mordaza y freno al pobrecito hablador”. ¡Si esto no es un ataque de soberbia…!

Agustín seguía alabando a Jerónimo, pero éste no las tenía todas consigo, porque le creía capaz de “asaltarme con el puñal untado en miel, como suele decirse”
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