Mentir no es pecado.


Si la verdad de Dios se pone más de relieve con mi mentira, ¿por qué he de ser yo juzgado como pecador?


Es de suponer que el lector sabe quién dijo tales palabras. Que ¿de quién es la frase anterior? ¡De Pablo de Tarso, escribiendo a los Romanos! (III, 7).

Según tal expresión, se puede mentir, se puede falsificar documentos, es lícito tergiversar los hechos y retorcer la historia y admisible desnaturalizar la evidencia...¡si es para gloria de Dios! Lo dice el mismísimo San Pablo.

La cuestión sería saber con claridad cómo y por qué es "para gloria de Dios", pero para ello están los doctores de la Iglesia "que os sabrán responder".

Al punto preguntará el "incrédulo": ¿Puede un creyente sincero admitir tal desfachatez?

Los exegetas estrictos, seguidores del ínclito cofundador, tomaron el rábano por las hojas y continuaron glorificando a Dios por medio de la mentira pedagógica o la mentira generosa: léase la más célebre de ellas --es fácil de encontrar--, la famosa "Donación de Constantino", donación supuestamente realizada en el año 315, pero obra en realidad del Papa Esteban II (752-757).

Según tal donación el papado quedaba dueño de prácticamente media Italia.

Otro gran reformador, Lutero, no pasó por alto tales palabras, llenas de provechosa virtualidad y dijo:
¿Qué daño se haría si un hombre dijera una buena y gran mentira para el bien de lo bueno y de la Iglesia, cristiana, una mentira por necesidad, una mentira útil? Tales mentiras no irían en contra de Dios; él las aceptaría...


No es tampoco pecado, en este caso pecado científico, si se trata de ofrecer pequeños extravíos de la verdad para encontrar veneros, de piedad o crematísticos, que todo va unido.

Otro Jerarca Blanco de porte aristocrático anunció en 1968 –NOS podemos afirmar de manera convincente...-- que eran de Pedro las "reliquias" contenidas en la tumba descubierta en 1950 bajo la basílica ¡previamente dedicada a Pedro!

Después de esas palabras contundentes, poco podía importar que luego se supiera que los huesos de las piernas correspondían a tres personas distintas.

Roma o Jerusalén, urnas de la mentira, donde se encierra la mayor cantidad de falsedades físicas y empíricas imaginables.

Pablo, el mismo “cofundador” del cristianismo, no podía ser menos ni podía pasar al simple recuerdo sin algún hecho físico constatable: su cabeza dio tres golpes en el suelo de donde surgieron tres fuentes, Tre Fontane, de lo cual queda constancia física en Roma.

Puede que nadie lo crea, pero siempre habrá turistas que paguen por verlo.

¿Puede la credulidad llegar a esos extremos, los de pasar por encima de informes técnicos que desautorizan tales hallazgos? Se non è vero è ben trovato.

El "pecado" no está en quienes pagan por ver, que la imaginación siempre es libre, sino en quienes ofrecen ver lo que no hay. O sea, pagar por imaginar.
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