PARADOJA DEL DIOS-CONSENSO.

Aunque luego afirmen que no se puede definir a Dios, lo que de Dios se dice es siempre un "supuesto". Y elucubran y elucubran, indigestos tomos teologales, sobre su esencia.
Disparatada paradoja la de afirmar que algo se supone que es así por esencia. Pero nueva paradoja añadida la de creer que ese algo pensado existe. Y novedos y nueva paradoja la de que, caso de existir, no puede ser así porque somos incapaces de conocer su esencia.
¿Podrían ponerse de acuerdo en lo que entendemos por Dios para ver si estamos de acuerdo en que no pensamos lo mismo de un Dios que, si existiera, sería distinto a lo que piensan de él?
¡Si piensan!
Rúmiese detenidamente tal galimatías y llamemos de otra manera a ese Dios “consensuado”, para que nadie esconda creencias que, en su proselitismo ecuménico, deben ser compartidas.
Pero con ese Dios esencial y existente sucede algo que lo salva: ¡Dios es tan “lógico”!
Hay una lógica que lleva a aceptar todo “eso”, la lógica de la historia y de las mayorías que lanza al viento la pregunta de siempre: ¿Cómo no admitir algo –en este caso Alguien— que procura solución tan verosímil a tantísimos planteamientos irresolutos y quizá irresolubles?
Sería como la pieza que falta al rompecabezas: si no se encuentra, se construye. De ese modo todo encaja. Porque, por otra parte, todas las culturas han pretendido esa pieza. Dios, como pieza necesaria. ¿Ya no hace falta buscar más?