RISUS PASCHALIS – 6 Más testimonios.

¿No pueden decir algo estas para-liturgias en nuestros días? Lo oficial no se entendía, por el latín, y aburría; lo secular era un gozo. ¿Y hoy?

François Bertaut de Fréauville nació y murió en París, 1621-1701 aunque recorrió varios países de Europa, generalmente en comisiones reales. Clérigo y diplomático, tuvo predilección por España. De hecho hablaba perfectamente el español, por influjo de su madre, que se había educado en España. Era además músico, compositor y cantante. Se casó y tuvo dos hijas. Sobre España escribió dos obras, de la segunda de las cuales, Journal du voyage en Espagne (1669) tomamos el siguiente fragmento.

Fui a la misa de medianoche a los franciscanos para ver las comedias que los frailes representan esa noche para alegrarse por el nacimiento de Nuestro Señor. Me costaba trabajo creer lo que un librero, en cuya casa compré libros, me dijo, que había escrito la comedia el mariscal de Biron, en versos burlescos, a un fraile que la debía representar en su convento, y que su mujer había prestado su vestido a uno de ellos para eso. En efecto, vi alguna cosa que valía bien la pena, porque en cuanto abrieron las puertas de la iglesia, donde esperaba una multitud, vi los tamboriles vascos que se ponían al compás de los órganos que tocaban una chacona.

Aquello fue la preparación de los maitines, después de los cuales vi a un fraile que llevaba su sobrepelliz y que, después de haber hecho lo que tenía que hacer en el altar, se quitó el roquete y se fue a la sacristía para mostrar una casaca de las de traje de máscaras que llevaba debajo.

Poco después abrieron la puerta de abajo de la iglesia, por la que, siguiendo a la cruz y los ciriales de la procesión, entraron multitud de frailes con disfraces tan ridículos como los de los días de Carnaval de París, grandes narices, barbas postizas y trajes grotescos bailando y saltando con tamboriles y violines que se acordaban con los órganos.

Había entre ellos algunos que llevaban dos imágenes bien vestidas, la una de la Virgen y la otra de san José, a las que hacían bailar; después venía otro que llevaba una cuna donde estaba el Niño Jesús, y después de haber hecho locuras, colocaron al Niño sobre las gradas del altar, donde todos los frailes, uno tras otro, le fueron a adorar; luego las máscaras se fueron. Pusieron al Niño con san José sobre el altar y comenzaron la misa.

Creía yo que aquello sería todo, pero antes del prefacio vi cómo desde lo alto de la tribuna del coro, que está elevado en todas las iglesias conventuales de España, un franciscano con su traje de máscara y un antifaz a lo Gautier Gauguille se puso a cantar con una guitarra un villancico de una mula que daba coces. El pueblo gritaba "¡Víctor!" a cada momento y tan alto que yo casi no podía oír nada. Con trabajo le pudieron hacer callar con la campanilla, mientras el sacerdote entonaba el prefacio.

Pocos años antes, en 1663, la Inquisición se había visto requerida a intervenir “en razón de unos villancicos que canta la Capilla Real de las Descalzas”. El documento inquisitorial describe con bastante detalle lo que allí sucedía:

…con especialidad en conventos de religiosas, no sólo en las festividades de la Natividad del Señor y de los Santos Reyes, que son las que más obligan a singulares demostraciones de regocijo, sino en otras muchas festividades del año y estando patente el Santísimo Sacramento del altar, se cantan diversas letras de romance vulgar que se han cantado en teatros de la farsa, trovadas a lo divino, pero con los mismos que llaman estribillos, sin diferenciar cosa alguna ni en letra ni en el tono. Asimismo se cantan jácaras y cuantas seguidillas lascivas se cantan en la comedia y los arrieros y mozos de mulas por los caminos, reducidos a lo divino, con el mismo aire, quiebros y guturaciones que las canta la mayor lascivia de los representantes.

El documento de denuncia especifica que

…algunas religiosas cantoras han llamado a los farsantes para que las ensayen en aquella fineza y quiebro con que cantan sus tonos, para no diferenciarse cosa alguna del canto de la farsa. Y sucede que, como hay muchas de excelentes voces y de más fundamento y destreza en el cantar, exceden en la profanidad al modo con que se canta en la farsa.

El documento inquisitorial, tras describir los instrumentos que intervienen, las partes del oficio que se ven más afectadas de profanidad, los efectos que produce todo ello en los asistentes, etc., finaliza así:

Esto ha llegado a tal depravación, que há muchos años que se dicen los Maitines de la Natividad del Señor a puerta cerrada en todos los conventos de religiosas, por los excesos y las palabras indebidas con que los estudiantes se portaban en estos días.

A puerta cerrada o no, el caso es que villancicos navideños de este jaez siguieron no sólo interpretándose en los maitines de Navidad, sino, incluso, imprimiéndose en pliegos sueltos para general regocijo. El próximo día nos referiremos a la inmensa riqueza de villancicos y representaciones cantadas que todavía duerme “por ahí”,  en iglesias y catedrales, también en la Biblioteca Nacional,  que poco a poco van saliendo a la luz.

Eso sí, por más que se interpreten en conciertos o se lean en ediciones literarias, no nos podemos hacer idea del extraordinario acervo de música y literatura que se fue amontonando a lo largo de casi cuatro siglos, especialmente XVII, XVIII y hasta bien entrado el XIX.

Tampoco nos podemos hacer idea de cómo tuvieron que ser aquellas larguísimas ceremonias de Maitines, por una parte los textos litúrgicos en latín cantados en canto llano, que nadie entendía, entreverados de intervenciones que entre nocturnos y nocturnos se sucedían, llenas de frescura, originalidad y cercanía al sentir del pueblo, tal como muestran tales documentos. Liturgias del estamento y para-liturgias del pueblo. 

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