Reflexiones superficiales sobre Religión.
| Pablo Heras Alonso.
Si uno se pone a pensar en lo que es la religión y lo que significa para la gente del común, para sus prosélitos, para los intelectuales, para los que la rechazan, en fin, para cualquier persona que piense, no puede llegar a otra conclusión que ésta: es un trágala para la razón y un insulto a la dignidad humana.
Vamos a pensar en la gente que podríamos calificar de buena. No hay diferencia en los hechos que llamaríamos “buenos” de la gente buena creyente o no creyente. Todos viven una vida responsable y trabajan por el bienestar de los suyos, cosa que redunda en bien de la sociedad. ¿Dónde queda la religión?
En el lado opuesto nos encontramos con gente malvada, tanto entre creyentes como entre los no creyentes. ¿Y en qué influye la religión? Aquí sí encontramos algo raro, algo que produce tristeza por la degeneración en que caen. Hay gente supuestamente bienintencionada, gente buena, que realiza cosas malas, pero inspirada en su religión. Se guían por un impulso coercitivo que quiebra la voluntad ajena, trata de someterlos a sus reglas y les castiga por no seguir sus consignas. Son los fanáticos de su verdad.
Cambio de plano considerando ahora todo lo relacionado con la doctrina religiosa. En este asunto, hago mío el pensamiento de George Carlin cuando afirma que la religión es probablemente el cuento chino más grandioso jamás contado. Un cuento que millones y millones de personas han aceptado por los motivos más diversos. Un cuento que ha dividido a humanidad entre los que lo creen a secas, los que lo creen y siguen sus consignas y tratan de imponerlas a los demás, los que lo creen pero viven al margen y los que se apartan de tales prédicas por considerarlas falsas, alienantes e interesadas.
El relato de tal cuento comienza diciendo que hay un Ser invisible que vive en el cielo. Qué sea el cielo y dónde se encuentre es indiferente, simplemente existe. Se señala con el índice hacia arriba para indicar algo y no decir nada. Ese Ser lo ve todo, sabe lo que hacemos e incluso lo que pensamos hacer, lo sabe de todos y cada uno de los hombres. No es ni siquiera imaginable esta potestad del tal ser invisible.
En un momento determinado de la historia del hombre, no antes, transmitió a uno, elegido por él, diez preceptos, diez mandatos, diez imposiciones que no podían ser transgredidos so pena de castigos que más tarde reveló a los hombres. Les hizo saber que dispone de un lugar especial, lleno de fuego, con muchos tormentos especiales donde la tortura y la angustia serían el ambiente de “vida” por toda la eternidad para los transgresores.
Eso sí, también manifestó que Dios ama a la humanidad y que estaba dispuesto a salvarla. Con tales revelaciones el primer pensamiento de cualquiera que accede a la doctrina religiosa es de miedo. Así, la humanidad ha vivido en un ambiente de temor, miedo e incluso angustia durante siglos y siglos.
Dentro de las organizaciones religiosas hay personas elegidas por Dios, dicen que por vocación, que dedican su vida a precaver a los hombres de las maldiciones que les acechan. Tienen una gracia especial concedida por aquel Ser invisible que les impulsa en su tarea y les anima en las dudas.
Estos hombres no sólo pregonan las primeras verdades transmitidas por Dios sino que, deduciendo, han elaborado un “corpus” doctrinal tan extenso e inmenso como los siglos en que han sojuzgado a la sociedad. Pero son los hijos preferidos de Dios.
Cuando alguien ha puesto en duda lo que estos sabios han transmitido, o bien ha sido sometido a juicio y condenado o bien lo han tildado de loco. Lo que piensa una persona es locura y al loco se le encierra, pero si eso mismo lo piensan millones, es religión.