Represaliados, excomulgados y relajados.

En el ámbito vaticano, de puertas adentro, parece que las cocinas hierven y bullen determinados condimentos que sólo pueden ser potaje de sus propios íncolas.

Poco sabe el pueblo fiel y practicante de eso que ha sido manjar de la alta burocracia sagrada desde los inicios de la singladura cristiana. Mejor que sea así, dicen desde arriba. La Iglesia, de monaguillos para abajo, es cuerpo místico; de obispos para arriba, Estado en buen estado.

Dicen los medios de comunicación que desde que llegó al poder el ya beato JP-2 --invierno polaco en la primavera mediterránea romana-- fueron expedientados o excomulgados más de quinientos teólogos.

En tiempos no tan lejanos, los del beatífico B-16, filtraciones judiciadas y renuncias santificadas han dado que pensar al pueblo fiel y practicante, pero no tanto que el rumor del agua hiciese pensar que llevaba caudal putrefacto alguno.

Respecto a los represaliados, da que pensar que obren así con ésos que son de los suyos, dedicados con fe y generosidad a la búsqueda de la mejor interpretación del legado cristiano.

Algo grueso y grasiento está hirviendo en las cocinas teologales del catolicismo cuando ni ellos mismos saben ya lo que creen: los unos por exceso de doctrina acumulada, los otros por intento sano de depurar zahurdas.

Es gracia desgraciada para el estamento inconmovible el que haya muchos teólogos independientes de la ortodoxia oficialista, no supeditados al salario clerical para vivir, que no tienen sobre su cuello la amenaza de la tortura ni de verse con el óstrakon en la mano, ni temen aspirar el humo insalubre de la hoguera.

Podrían pensar que mejor les iría teniendo al enemigo dentro de casa y controlado, que fuera. Pero son conscientes de que el cáncer corroe por dentro antes de mostrar su rostro. Hasta ayer usaron bien de las quimioterapias al uso aunque tiempo hace ya que el organismo se acostumbró a la medicina.
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