Salvarse uno mismo

Decíamos ayer que las religiones nos quieren salvar, a lo que contestan aquellos que no ven virtualidad alguna en la pretendida salvación religiosa, que la verdadera SALVACIÓN es la que procede de uno mismo y es la única que puede dar SENTIDO a nuestro paso por la Tierra.

Es cierto que, en la vida, determinadas decisiones dependen mucho del ánimo que a uno le asista, del sentimiento placentero que producen ciertas decisiones o del carácter de la persona, pero lo que a nadie le falta, con mayor o menor profundidad, es la capacidad de razonar.

Esa capacidad depende en gran medida de la instrucción recibida. Cuanto más extensa y profunda mayor capacidad tendrá para dilucidar causas y consecuencias. El poder de la razón es lo que ha hecho progresar al mundo desde la aparición del homo sapiens hasta hoy.

Pensar aporta soluciones a los problemas, bien sea  individualmente o bien en concurso con la sociedad. El conjunto de soluciones constituye la ciencia, que siempre se rige por métodos rigurosos de comprobación, “falsación” que diría K. Popper. Más todavía, la propia razón se torna inteligencia crítica cuando el pensamiento duda de determinadas soluciones o métodos aplicados.

El Génesis, cosa curiosa en relación con las especificidades de la psicología humana, reveló en el mito de la creación una de las características de la personalidad del hombre, una característica propia o  preponderante en la época en que el Génesis se escribió, que dice así: Dios los bendijo (a Adán y Eva) diciéndoles: Tened fruto y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre todos los animales que reptan sobre la tierra (Gén. 1.28).

Destaca el vate del Génesis el instinto dominador del hombre, que se convierte en predador para poder sobrevivir. Una derivación de este instinto es el ansia de ejercer el poder e incluso la pretensión de sojuzgar a sus congéneres.

La evolución, el mismo progreso de la sociedad y la complejidad de la vida urbana o agrícola, han propiciado que los hombres cambien y sus intereses se amplíen. Se ha constituido en un ser inquieto. El hombre ha progresado por ese afán cuasi instintivo por saber más; por no actuar de manera pasiva ante los fenómenos naturales ni ante las necesidades; por no resignarse a servirse de lo que le da la naturaleza como si de oveja o buey rumiantes se tratara; desde sus primeros tiempos ha procurado innovar, cambiar, buscar los medios oportunos para solucionar sus problemas; definitivamente se ha convertido en el dueño y dominador de la Tierra. Lo que el dios del Génesis prometió, se ha cumplido.

Y aquí está precisamente el enorme problema que se cierne sobre el planeta, el que el hombre se ha convertido en el mayor depredador del mismo. Es seguro que, lo mismo que ha llegado hasta aquí convertido en depredador, sabrá encontrar las vías para retornar a la Naturaleza siendo como es una parte de la misma. ¿O caminará ciego de soberbia a su extinción como especie?

Y en todo este proceso, ¿cuál será el papel que jueguen las religiones? ¿Desaparecerán? ¿Evolucionarán también? Sinceramente, creemos que las religiones tradicionales, las herederas de los dinosaurios, no encontrarán humus donde enraizarse. Las religiones viven ancladas en un pasado agrícola, casi cavernícola, con la superstición como sustrato generador de su vida.

Podría ser que surgieran nuevas tendencias espiritualistas al socaire de los nuevos problemas que la humanidad se ha buscado. Podría ser, pero no hay visos de ello, porque el hombre culto y cultivado cada vez prescinde más de divinidades inventadas y hace caso omiso de los cantos de sirena de esas organizaciones cada vez más preocupadas por su propia subsistencia y ocupadas en su propio mantenimiento. Es muy grande el gigante que han construido como para prescindir de él o darle de lado. Seguirán así y caminarán hacia su extinción porque las nuevas preocupaciones de los hombres les sobrepasarán.

Un leve destello de esta nueva tendencia podría ser aquella encíclica que concibió el papa Francisco, “Laudato sì”, preocupado por el devenir de la humanidad, aunque de ahí a conectar esta preocupación con lo que es la religión católica va un abismo. La religión cristiana no puede desdecirse de lo que el aventurero Jesús, seguido por el visionario Pablo de Tarso concibieron hace dos milenios, algo, por cierto, siempre contestado por mentes preclaras en todas las épocas.

Los retos a los que se enfrenta el hombre en el siglo XXI poco o nada tienen que ver con lo que las religiones al uso preconizan. Puede ser que una masa informe que puebla el planeta, todavía enfrascada en la tarea de buscar el sustento diario, dé oídos a salvaciones de papel celofán que las religiones al uso ofrecen, pero son otros los que abren caminos nuevos, mentes esclarecidas con suficiente bagaje intelectual como para ver más allá de la preocupación diaria. Son ellos los que nos dicen que no hay recetas en el pasado para los retos del futuro.

El nuevo paso que la humanidad está dando es la Inteligencia Artificial que no es otra cosa que la utilización del inmenso patrimonio que la humanidad ha acumulado y ha archivado en internet. Me dice un especialista que de aquí a cinco años la IA hará desaparecer muchísimos oficios y profesiones, como podrían ser la educación tradicional (profesor-alumno) o la abogacía, necesitadas de un enfoque completamente distinto al de la actualidad. 

Y cuando la IA entre con su bisturí inmisericorde en las religiones, no dejará títere con cabeza, cual don Quijote en el retablo de Maese Pedro. 

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