De la Sorbona a Barcelona.

Por efecto de mis dedos que aprietan una tecla y se abre todo un mundo, en este caso de ideas, cae en mis manos un artículo de J.L. Restán publicado hace un siglo, quiero decir, en 2009, el 21 d Enero y en Libertad Digital. Hacía referencia a aquella “boutade” rodante: “Posiblemente Dios no exista…” ¿Recordamos?
Con pesadumbre se refería el Sr. Restán(VER) a la vulgaridad o excentricidad de los “autobuses ateos”.
Podrá parecer una excentricidad; quizá lo sea para muchos… aunque también podría encerrar más miga filosófico-sociológica de lo que el simple pasear ciudadano de un slogan en sí encierra.
En su apreciación, el Sr. Restán era excesivamente partidista: contemplaba el asunto bajo su ángulo de visión, desde "la otra acera". Quizá sea capaz de admitir conmigo que hay otros puntos de vista. Si es creyente, como parece, no será capaz. ¡Qué pena!
No voy a rebatir sus argumentos, atemporalmente y bajo su punto de vista, válidos. Voy a insistir por enésima vez, y ya son veces, en el término “A-TEO” frente a “CREYENTE”. O, según nuestro punto de vista, “creyente” o “crédulo” frente a… ¿que?
Los que creen en Dios, y por tanto inventan a Dios, lo saben hacer bien. De todas las victorias, la primera es siempre verbal. Desde el inicio de este blog hemos insistido sobre ello, porque todo comienza, siempre, con la palabra, vehículo de la idea. (VER), hablando del poder de la palabra: cuando a uno lo tildan de "ateo" no lo hacen con intención puramente denominativa; el adjetivo implica una calificación denotativa. Es decir, “ateo” se convierte en cualificación. Ser ateo, en otros tiempos, era delito penable, hoy, como mucho, es insulto. Ateo NO es un término aséptico. Ya sólo por eso, por la exclusión que implica, no es admisible. Cuando aquí nos tilden de ateos, les preguntaremos de quién hablan.
Tal palabra siempre se ha traído a cuento como escarnio, befa, burla, desprecio, humillación, ofensa... Y si no, “admiren” qué cantidad de sinónimos tiene la palabra “ateo”: incrédulo, irreligioso, escéptico, librepensador, antirreligioso, pagano, profanador, indiferente, indevoto, teófobo, profano, laico, irreverente, irrespetuoso, apóstata, relapso, infiel, heterodoxo, sacrílego, blasfemo, impenitente, inhumano (¿?)...
Por eso no es admisible tal “calificación” que a ellos tanto les sirve.
Pero, entonces –puede argüir el creyente bienintencionado-- ¿cómo llamar a aquel que niega al Dios que los crédulos creen? No hay otra respuesta: de ninguna manera.
No es la persona normal la que ha de ser denominada con relación a Dios, la que “niega a Dios”: eso es admitir como normal un mundo que no lo es. Es el que inventa a Dios y lo quiere imponer a los demás el que ha de ser conceptuado como crédulo, opuesto al bípedo racional que se denomina a sí mismo "normal", "normalito", "del montón"...
Primero es la persona que piensa y siente: la persona normal. Es después cuando vienen los crédulos a creer e inventar todo un mundo extraño, aliñado con cualquiera cosa. Ese que dicen “ateo”, es decir, la persona normal, no niega nada; simplemente por la vía de los hechos –la desafección— o por la vía de la palabra, como hacemos aquí, da de lado o se enfrenta a quienes ofrecen baratijas sentimentales a cambio de cielos posibles imponiendo, de añadido, prácticas irracionales.
Ya que el Sr. Restán cita a Nietzsche, aquí lo traemos a colación: el mundo crédulo inventa un Dios para dejar sentado el principio de donde extraer consecuencias; inventa a Dios como antítesis de la vida; inventa el más allá para rechazar el mundo real, el verdadero; inventa el alma, el espíritu, el alma inmortal para tiranizar el cuerpo (ahora vuelven de nuevo a él después de haberlo machacado durante siglos con cilicios y zurriagos); inventan la salud del alma para despreocuparse de la del cuerpo... (F.Nietzsche. Ecce Homo. "Por qué soy un destino").
Porque... oh, qué bien suena eso de “fieles creyentes”, “hijos de Dios”, “hermanos en Cristo”... para quienes fervorosamente creen, aman y suplican al que sus caletres recalentados inventan.
Pero aquí están las personas normales que viven siguiendo las directrices de su sentido común. ¿Es que hay que inventar algún nombre para denominar a la persona normal? ¿Ha de existir algún término que diferencie de no se sabe qué o quién a la persona que usa normalmente su razón y su sentido común?
Tomemos una frase del artículo del Sr. Restán, artero sin pretenderlo:
Yo, como creyente no contemplo al ateo como alguien radicalmente (de raíz) distinto de mí y menos aún como un enemigo...
A ver si entiende ahora lo mismo pero puesto al revés.
Yo, como persona normal no contemplo al crédulo como alguien radicalmente (de raíz) distinto de mí y menos aún como un enemigo...
Cuestión de puntos de vista, aunque es éste el que mejor responde a la realidad, al menos la realidad social. La persona normal admite que haya crédulos, y aunque trate de hacerles ver la sinrazón en que viven, les respeta, no les arranca las uñas ni les estira en un potro ni les pasea al amanecer ni les despoja de sus haciendas.
El pensamiento nuevo que espero se imponga más bien pronto que tarde –para eso trabajamos-- es el contrario: son los creyentes los que se separan del resto de los mortales para elaborar, fabricar e imponer un mundo aparte.
Es ahora cuando el hombre va cayendo en la cuenta de que todo lo que la credulidad ha predicado es un invento, que si en un principio pudo tener virtualidad curativa, pronto se convirtió en un invento interesado para dominio del hombre sobre el hombre.
Cuando entiendan esto los creyentes, se darán cuenta de por dónde les vienen los tiros. Quizá se trate nada más –y nada menos—que de un cambio de perspectiva, porque el punto de vista es y debe ser otro: ver las cosas desde la óptica del hombre y no desde la óptica de Dios.
Y es que la perspectiva del Sr. Restán (que es la de todos los crédulos) es juzgar todo con criterios de fe... aunque, ah, en el artículo ha bajado un peldaño: se ha encontrado con la gente normal –para él ateos— y ha visto que no son distintos de él. ¡Oh descubrimiento! Pero debiera haber pensado que es él el que ha descendido al grupo humano, no que los otros, dando sólo un pasito, pueden acceder a su mundo, cuyas ideas comparten sin saberlo. Es la famosa solución de los cristianos viendo que en las otras religiones también había "santos": ¡eran cristianos sin saberlo!
El Sr. Restán como portavoz del sentir credoide parece decir: “Ateos, subid un peldaño y llegaréis a la verdad...” Y los ateos le dicen:“Crédulo, abre los ojos y baja de las nubes, que ahí no hay nada. La vida está aquí, en el llano”.
La persona normal no busca segundas intenciones en el amor entre el hombre y la mujer, en el trabajo para transformar la tierra, en el compromiso por el bien común. Simplemente trabaja por ello, lo busca porque es un bien en sí.
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No cansemos más al personal, que por algo se inventó twiter... después de haberlo dicho Gracián. Eso sí, habría que recordarle al Sr. Restán algo: la crítica a la religión siempre ha estado ahí; comenzaron los filósofos, pensadores, etc. a poner en solfa los credos; a muchos los sacrificaron en el altar de sus ídolos. Dos siglos han hecho falta para que sus ideas calen y se propaguen, para que se pegue a los autobuses y circule por las ciudades.
De los filósofos a la calle: ya ha llegado. De la Sorbona al autobús de Barcelona.
En sus teólogos, próceres y sabios ha ocurrido el proceso contrario: regresan de la calle a la teología (de predicar, de sojuzgar, de imponer, de condenar, de confesar). Lo hacen de tal manera que los teólogos más eufóricos, escudriñando, buscando, elucubrando, descubriendo novedades, le dicen a la Madre Iglesia (la "madre" son los "padres") que debe "encarnarse" en el hombre normal. Su ascensión ha sido al Monte Taigeto, es decir al despeñadero de que se sirve la Organización Jerárquica de la Multinacional del Rezo. ¡Incautos!
Una aliteración en paronomasia: El crédulo ha perdido la calle: ahora la calle le dice que se calle.