Trinidad epistémica: filosofía, ciencia y teología / 1

Filosofar debería ser una experiencia tan estimulante y placentera como enamorarse (Mario Bunge). La buena filosofía es radical, es decir, busca la raíz de las cosas (M. Bunge)
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La epistemología (del griego epistéme, conocimiento o saber firme y lógos, razón o discurso), también llamada gnoseología (del griego gnôsis, conocimiento y lógos), es la parte de la filosofía teórica, que reflexiona sobre los diversos problemas del conocimiento o el saber (su origen, su posibilidad, sus fuentes, sus clases, su validez etc.).
Una de las varias funciones de la filosofía, enfatizada por la filosofía analítica (del lenguaje), es la clarificación de conceptos, términos y enunciados lingüísticos.
Filosofía, ciencia y teología son tres términos referidos a tres tipos de saber, que todo el mundo usa y da por conocidos, como tantos otros. Parecería incluso ofensivo que a alguien, por ejemplo, le preguntaran qué es la democracia o la justicia o la libertad o la política o la religión o el arte etc., (pre)conceptos o ideas espontáneas que todos dan por bien sabidos.
Éste era el tipo de preguntas críticas que hacía Sócrates y que tanto molestaban a sus conciudadanos (de ahí el “tábano de Atenas”), según testimonia Jenofonte y los Diálogos de Platón (“tí estìn”= qué es la piedad, la virtud, la justicia, la valentía, la templanza etc.).
Según testimonia Aristóteles en su Metafísica, Sócrates buscaba los conceptos universales en el campo de la ética, para llegar a la definición (“tò orítsesthai kathólou”).
Analizar las complejas relaciones a través de la historia entre filosofía, teología y ciencia, es un problema nada fácil, pero en aras de la didáctica trataremos de clarificar, sin duda simplificando, las posibles relaciones de semejanza y sobre todo las diferencias de este triángulo conceptual, para evitar confusiones.
Hacer filosofía es como excavar un pozo: al profundizar, el agua saldrá “turbia”, pero al final se volverá clara para que todo el mundo pueda beberla. En efecto, la claridad ha de ser la cortesía no sólo del filósofo, sino de cualquier profesor de filosofía, aunque todos sabemos por experiencia que hay profesores (no sólo de filosofía) muy oscuros y además aburridos y también hay casos en que los alumnos quedan vacunados contra la materia.
No es exagerado aplicar a la filosofía occidental el epíteto de “apolínea”, como hizo Nietzsche (aunque éste es antirracionalista, por vitalista), pues es Apolo el dios de la luz, de la razón.
“Febo” es el brillante, el resplandeciente. El pensamiento filosófico implica lucidez intelectual y consiste en dilucidar, clarificar, buscar la luz “solar” del conocimiento desde la oscuridad de la caverna platónica o “dar a luz” en la mayéutica socrática, que es indagación de la verdad y parto intelectual a través del diálogo.
El célebre apotegma “gnôthi seautón”, que Sócrates adopta como imperativo modélico para filosofar, estaba inscrito en el frontisficio del templo de Apolo en Delfos, donde también la Pithia anunció a Querefonte que nadie había más sabio que su amigo Sócrates, enigmático oráculo que éste hubo de descifrar y luego justificar (véase Platón: Apología de Sócrates).
Un primer problema se nos presenta al comprobar que propiamente no existe “la” filosofía, ni “la” ciencia ni “la” teología. Lo que hay en la realidad histórica son muchas filosofías (escuelas, corrientes, sistemas etc.), muchas ciencias (formales, empíricas, naturales o sociales) y también muchas teologías (como muchísimas religiones, en el pasado y en el presente).
Ello hace muy difícil buscar una aproximación esencial, como pretenden los fenomenólogos, que valga para el conjunto. Pero, aun así, es posible delimitar los territorios con sus diferencias básicas, aunque algunas fronteras son permeables y abiertas a la comunicación, mientras que otras están cerradas o separadas por altas montañas intransitables.
Por otro lado, desde una perspectiva histórica, sabemos que la filosofía nace en Grecia con la ciencia y ambas conviven juntas durante siglos. A menudo se ha usado la metáfora de la filosofía como madre de la ciencias (incluso reina), las cuales conviven en la casa materna hasta que en la época moderna se hacen autónomas e independientes, creando sus propios métodos y áreas particulares de estudio como parcelas especializadas de la realidad.
Así, las ciencias de la naturaleza, como la física, la astronomía, la química, la biología, la geología, y las sociales, como la sociología, psicología, antropología cultural, economía, lingüística etc., van independizándose desde el s. XVII al s. XX, al mismo tiempo que aparecen otras nuevas, como la genética, las ciencias cognitivas, la etología, la sociobiología, la genómica, la neurología etc. etc.