Entre la agricultura y la astronomía, Cristo es sol, luz, calor y vida.

Muchos dioses similares a Cristo, pero... ¿por qué tanta coincidencia entre tantos dioses?

¿Y habrá alguien que sea capaz de preguntarse por qué lo que se dice de los "otros" no es lo mismo que lo que se puede aplicar a Cristo?

Recordemos los rasgos típicos de cualquier "salvador":

Nace de una virgen
Nace el 25 de diciembre
Lo anuncia una estrella al E
Se rodea de doce discípulos
Realiza milagros, devuelve la vida.
Está muerto durante 3 días
Resucita.

Tenemos alguna explicación, por otra parte nada original, pero mucho me temo que la mente cerrada jamás podrá abrirse a una consideración explicativa más allá de "Cristo es mi luz, me llena, inunda los poros de mi ser, absorbe mi vida... y eso me basta".

Nuestros respetos. Sacudimos el polvo de las sandalias --palabra de Evangelio-- y vamos con nuestros bártulos léxicos a otro pueblo, al que tenga las puertas abiertas a la duda, a la hipótesis, a la reflexión.


El cielo, el firmamento, el universo han estado siempre ahí, llenos de misterios ni siquiera hoy resueltos. Cuánto menos en la antigüedad: de día, el sol; de noche, la luna, allá detrás las estrellas formando constelaciones. ¡Y había que dar una explicación a todo eso! Y, a su modo, la dieron.

EL SOL. ¡Cuántos grabados y escritos reflejando el respeto y adoración de los pueblos por este astro que, según dicen, comenzó su vida activa hará unos 10 mil millones de años!

El porqué de buscar una explicación es bien simple de entender: el sol sale cada mañana trayendo luz, calor y seguridad; salva al hombre del frío; lo libera de la oscuridad llena de monstruos, espíritus y predadores nocturnos.

Las culturas agrarias, y durante milenios lo fueron todas, reflejaron el hecho de la renovación anual de la tierra gracias a su poder; padecían, gozaban y sentían que sin él los cultivos, semillas, simientes y árboles se agostaban; que sin su benéfico influjo no existiría vida en el planeta. Estas realidades hicieron del SOL el objeto más venerado y adorado de todos los tiempos. El Sol era "dios".

ESTRELLAS. De la misma manera cayeron en la cuenta del curso de las estrellas. Seguirlas les permitía reconocer y anticipar eventos que ocurrían en periodos largos de tiempo como los eclipses y las lunas llenas. Les guiaban también en sus viajes y en los periplos. Eran los faros en la oscuridad de la noche. En su momento catalogaron grupos celestes que hoy denominamos “constelaciones”. Había algunas, doce, que “recorrían” la estela del sol en su curso anual, lo llamaron Zodiaco.

Leve incursión en la ASTRONOMÍA:

1) A partir del 22 de junio, disminuye de 1 a 3 minutos diarios el tiempo de luz del Sol –dependiendo de la latitud-- a la vez que parece caminar hacia el Sur: cada día su salida en el horizonte se produce en un punto más cercano a la constelación del Sur, la Cruz del Sur; al llegar al 22 de diciembre parece que va a desaparecer.

El acortamiento de los días, la caída de las hojas, el helarse las plantas cerca del solsticio de invierno simbolizaba el proceso de la muerte para los antiguos. La muerte del sol se daba por hecha. Descenso a los infiernos

¡Pero no! Durante tres días ---22, 23, 24 de diciembre-- el Sol permanece estático (sol-stare), no varía su lugar de salida, y el 25 camina 1º hacia el Norte. Ha renacido de nuevo. ¡El Sol ha nacido de su propia muerte! ¡Cómo se parece esto a lo que dicen de un “salvador”, que ya no es el sol!

2) En el hemisferio N hay una estrella que se ve –en una noche clara, por supuesto— mirando hacia el Sur, Sirio. Es la más brillante. Justamente el día 24 de diciembre, tras ella, se alinean otras tres estrellas brillantes del cinturón de Orión, llamadas desde siempre "Los tres reyes". Tal alineación señala el punto por donde saldrá el Sol en el horizonte, "guía" hacia ese punto.

3) El sol sigue ascendiendo un grado cada día hasta el equinoccio, de media 2’37”, y es en este tiempo cuando vence definitivamente a su propia muerte, cuando se produce el "paso" del invierno a la primavera: los días son más largos que las noches. ¡Es la pascua de los antiguos! Y con él renace la primavera, viene la salvación, la victoria sobre las tinieblas y sobre el mal; es la luz del mundo, la verdad...


4) La virgen no es otra que la Constelación de Virgo (23 agosto – 22 septiembre). El símbolo de virgo es una M mayúscula en letras góticas con un añadido a la derecha que cierra la M. ¿Por qué será que tanto Maria como otras madres virgenes --Myrra,la madre de Adonis, Meri la madre de Horus o Maya,la madre de Buda--, comienzan con "m"? Hubo un tiempo en que el año comenzaba en la constelación de Virgo. Una reminiscencia, hoy día, es el "curso escolar" que comienza en septiembre, generando un año distinto al "natural". 

5) La constelación de Virgo también era conocida como "La casa del pan". Su representación es una virgen sosteniendo un puñado de trigo. Virgo está presente a finales de agosto y casi todo septiembre, el tiempo de la cosecha. Belén, de hecho se traduce literalmente como "casa del pan". Belén es, pues, una referencia a la constelación de Virgo, un lugar en el cielo, no en la tierra.

6) El Zodiaco es la representación gráfica de un conjunto astronómico, un conjunto formado por el paso de la tierra a través de las doce constelaciones; por el Sol girando alrededor de la Tierra (teoría geocéntrica dominante) durante doce meses y por las cuatro estaciones que dividen en forma de cruz los doce meses. ¿Suena algo eso de "doce" alrededor del Sol? Un doce omnipresente en la Biblia: 12 tribus, 12 hijos de Jacob, 12 apóstoles...

Este sol reluciente, en el centro, con sus rayos semejando una corona ("corona de espinas"), está en el centro de la cruz, englobando los cuatro brazos. Alrededor de él, los doce meses y los doce signos del Zodiaco. Una bella representación que ha durado hasta nuestros días, pero que está grabada en multitud de lugares y culturas bastantes siglos antes de Cristo. Y que se encuentra en culturas ajenas totalmente a la generada por el cristianismo. Una cruz circundada por un círculo. 

De todo ello, el mito relacionado con el Sol --o como quiera ser personificado, Horus, Mitra, Jesús y muchos otros dioses solares--, murió en la cruz de las estaciones; estuvo muerto durante tres días en el solsticio de invierno; renace nuevamente y vence en primavera. Todos esos "dioses" comparten la crucifixión, la muerte de tres días y el concepto de resurrección tras su nacimiento.

Pasemos al hoy y al ahora de la Navidad. Uno no puede por menos de apelar a la honradez intelectual de quien es capaz de pensar: ¿es esto más creíble o menos creíble que toda la parafernalia que se nos cuela por los poros con los cien mil "25 de diciembre fum fum fum", los "Reyes Magos", la "Epifanía", el "Bautismo" y demás ¡dogmas de fe! con que todavía aleccionan a la gente como si de realidades exentas de concomitancias agrarias, astrológicas o mitológicas se tratara?

Pues, sinceramente, aunque parezca una patochada la celebración de un "solsticio de invierno", aunque la navidad se haya convertido en fiesta de luces y colores, aunque todo se traduzca en reuniones familiares y regalos… y no como quisieran los prosélitos de la fe en adoraciones de niños jesuses, celebrar con luminarias el ascenso del sol, la resurrección de la vida y de la naturaleza está más cerca de la verdad que lo que puedan oír los fieles en la “misa del gallo” intramuros de templos y catedrales.

Y por aquello de meter el dedo en el ojo, ¿cómo adorar y venerar a una representación o personificación de todo esto, individualizado en un “señor” histórico al que llaman Salvador?

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