El antijudaismo de Pablo de Tarso

En un post anterior conjeturaba que san Pablo es uno de los personajes mitificados existentes en el universo mundo de las religiones. (PINCHAR:“Pablo de Tarso, el mitificado” 04 – 02 -09). Y es que la tarea de “biografiar” a un personaje como Pablo de Tarso resulta ardua y complicada.
Enfrentarse a los escritos paulinos, tanto personales como ajenos -- Hechos de los Apóstoles y Cartas, propias o espurias-- supone una empresa espinosa y compleja, y yo diría que hasta resbaladiza.
Indudablemente la visión eclesiástica sobre Pablo es catequética y teológica; y posiblemente será hasta “divina”. Sin embargo, pienso que conviene tener otras visiones más humanas de tal personaje mítico. Los personajes bíblicos están suficientemente idealizados y divinizados como para que se haga preciso verificarlos desde un "punto de vista" más humano. El análisis histórico-crítico nos puede ayudar a desmitificar.
El hipotético intrépido ensayista de Pablo deberá enfrentarse a cantidad de perspectivas teológicas que se presentan como sumamente originales y “cismáticas” dentro de la amplia panoplia del judaísmo de la época. Por eso, una de las facetas que quisiera destacar en este post es, como consta en el título, la perspectiva antijudía que se aprecia en el cristianismo de Pablo.
El que se autoproclama “apóstol, elegido desde el vientre de su madre” deja bien patente en insistentes ocasiones su condición semita:
“Nací del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín; circuncidado a los ocho días, hebreo e hijo de hebreos; fariseo en cuanto a la Ley; mi fanatismo lo demostré persiguiendo a la Iglesia; y en cuanto al cumplimiento de la Ley, soy intachable.” (Filp.3, 4-6).A esto se le añade su formación judía, “educado en la Escuela de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley” (Hech. 22,3).
Sin embargo, estos sinceros juramentos contrastan con la materialidad de su doctrina. En un análisis ponderado de sus escritos, sobre todo de las cartas de Gálatas y Romanos, se encuentran demasiadas expresiones que intentan desvirtuar, cuando no anular o "sepultar", la Ley judía.
Por tanto, podríamos iniciar nuestra reflexión con algunas preguntas significativas:
* ¿Cómo es posible que un personaje que se declara orgullosa y abiertamente superjudío, fanático de la Ley, despliegue tantas innovaciones teológicas en el marco de su propio judaísmo?
* ¿El cristianismo desjudaizó a Pablo?
* ¿O fue el mismo Pablo quien se antijudaizó?
Un componente primario y esencial que hay que considerar viene dado por la interacción entre el entorno en el que nace y se desarrolla Pablo y el contexto global en el que sucesivamente se integra. Aunque semita, también posee una cultura griega estimable, recibida quizás desde su infancia en Tarso, enriquecida por los contactos reiterados con el mundo grecorromano. Esta influencia se refleja en su modo de pensar lo mismo que en su lenguaje. Alguien ha definido a Pablo como "hombre de tres culturas", teniendo en cuenta su origen judío, su idioma griego y su prerrogativa de ciudadano romano.
A partir de esta inculturación es como Pablo concibe el cristianismo. Resulta evidente que inicialmente existían diversos cristianismos. La carta a los Corintios nos proporciona una idea clara de esta diversidad: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo…” (1Cor. 1,12).
El mismo evangelio de Juan y sobre todo las cartas a él atribuidas nos confirman la idea de la disparidad de formas de vivir el cristianismo inicial. Finalmente, ha subsistido prácticamente uno, el paulino. Además hay que tener en cuenta el hecho evidente y obvio de que cronológicamente se escribieron primero las cartas de Pablo y posteriormente se generaron los Evangelios. Y los cuatro interpretan a Jesús siguiendo en el fondo pautas paulinas, adaptadas luego a cada grupo de destinatarios.
Ya desde los comienzos, se deja entrever una comunidad en la que los convertidos del Judaísmo y de la Gentilidad están expuestos y dispuestos a aislarse mutuamente. Aquello de que “Todos tenían un solo corazón y una sola alma” no se puede tomar al pie de la letra. Claramente la “comunión” no excluía las tensiones. La institución de los “Siete”, en contraposición de los “Doce” es el comienzo de esta división. Con ella, el grupo de los judíos helenistas de Jerusalén conforma una organización separada del grupo hebreo; se constituye en “comunidad autónoma”.
El capítulo 10 de los Hechos reproduce otro foco de tensión en la comunidad de Jerusalén que marcará el origen del proceso de la emancipación definitiva entre el cristianismo y el judaísmo. Y en esta cuestión interviene Pablo que se encara con Pedro. Los enfrentamientos fueron crudos. Lucas habla de un grave conflicto “fuerte agitación y discusiones violentas” (Hch.15,2).
Los rivales del apóstol de los gentiles eran los grandes apóstoles de Jerusalén, Pedro y Santiago (Gal- 2,11 ss) a quienes echa en cara su incoherente comportamiento. Y no digamos nada de las diatribas contra los “falsos maestros” (todos aquellos que no fueran él). Curiosamente, desde su primera misión fuera de Antioquía, Saulo cambia su nombre hebreo por el grecorromano Pablo en un esfuerzo de identificarse más con los gentiles que con los judíos.
El primer salto doctrinal del judaísmo apostólico al cristianismo de Pablo es la consideración de Jesús como Hijo de Dios. En la primera comunidad “nazarena”, Jesús era considerado como el “elegido” el “ungido” (mesías, cristo)”, y así se entendía el título de “hijo de dios”, como el de “hijo del hombre”, sin ir más lejos de esta conciencia. Sin embargo, para Pablo Cristo es el hijo natural de dios, concepto netamente griego y que era impensable y hasta blasfemo en el judaísmo.
Pero donde más se percibe este “manifiesto antijudío” de Pablo, y donde más virulenta se hará la diferencia de criterio, es en las cartas a Gálatas y Romanos. Pablo establece una relación íntima entre la Ley y el pecado. No identifica la Ley con el pecado, pero introduce una cierta correspondencia entre ambos. Afirma, por ejemplo: “Si descubrí el pecado fue sólo por la Ley...” (Rom. 7,8), o esta otra: “Por lo que respecta a la Ley, se metió por medio para que proliferase el delito...” (Rom. 5,20). Pablo no admite la existencia simultánea de la Ley y de Cristo. Los creyentes no necesitan dos salvadores. O se salvan gracias a la Ley, o se salvan gracias a la fe en Cristo. Y aquellos que optan por Cristo rechazan la Ley de facto. De igual modo, quienes se comprometan con la Ley deberán desechar la identificación de Jesús con el Cristo salvador: “El hombre no se justifica por las obras de la Ley sino sólo por la fe en Cristo Jesús.” (Gal.2,15)
Pablo no impugna abiertamente la Ley; al contrario la pondera como “santa y excelente”. Pero la refuta como caduca. Como mucho la considera como la “canguro” que cuida de los infantes hasta que se hacen mayores. En el fondo, un rechazo de plano al Antiguo Testamento. Y aunque lo disimula con sus alusiones a Abraham y a los profetas, lo hace sólo para concluir precisamente que son agua pasada que ya no mueve molino.
Para el cristianismo, Pablo es el héroe antijudío; para el judaísmo Pablo es el traidor antijudío.
En una palabra, el Nuevo Testamento –que pasa hoy por ser el escrito básico del cristianismo- no encarna la variedad de los cristianismos primitivos, sino esencialmente el cristianismo paulino, lo que supone un éxito clamoroso de Pablo.