Un artículo del credo que se nos pasa por alto.

Nos acercamos al hecho trascendental y fundante del cristianismo, esa noche/día en que la Naturaleza, el Universo, el Cosmos entero, temblará de gozo y una “jet stream” de alegría recorrerá los espacios siderales en menos que se abre y cierra un párpado:

 En la madrugada del día 17 del abril estrenado “Cristo volverá triunfante de los infiernos”, porque, sí, ¡antes! entre el 15 y el 17 “sabemos” que ¡bajará a “los” infiernos!  Es dogma de fe.

Bueno, seamos serios y tratemos de entender las cosas, porque sin entendimiento no hay fe.

Infierno es un término polisémico digno de mejor estudio. Este descenso de Cristo, en latín “ad ínferos”, o sea, zonas inferiores, es de suponer que no fue ese lugar de fuego y condenación donde es el llanto y crujir de dientes.  Tampoco se podría considerar como descenso a no se sabe dónde si nos atenemos a la nueva versión del infierno que ofrecen los últimos papas presentes y ausentes en nuestro presente.  Tendremos que quedarnos con lo único que sabemos por relatos afines: debe ser el Hades de los griegos donde los muertos vegetan y ni hacen ni padecen. O el limbo por donde Dante pasó de puntillas.

Conmovedora es la leyenda de Orfeo,  un Cristo “avant la lettre”, que desciende al Hades en busca de su amada Euridice, símbolo y representación de la rea humanidad.  Orfeo no lo consigue pero Cristo sí: de ese lugar gélido rescata a todos los justos que habían muerto antes de su venida al mundo. También a ellos les llegó la salvación.

Eso es lo que dicen los textos sagrados.  Aparece en el “credo” como dogma de fe y es de suponer que todo ese galimatías teológico lo creen y lo mantienen los nuevos católicos, los surgidos del Concilio Vaticano II y los que hoy día acomodan las creencias a las suyas.

Ya desde mis años jóvenes ese párrafo del credo suscitaba en mí una como inquietud intelectual por saber o comprender lo que quería significar:

“…padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos…”

Porque entonces el infierno era verdaderamente “infierno”. Incluso había en las casas un objeto simbólico del mismo en los tiempos en que se usaba el “infiernillo”, imagen bien impactante del "otro", para calentar las piernas bajo le mesa camilla.

De nuevo, un poco de seriedad, porque si no, volvemos a lo de siempre: ¿es eso una realidad o simplemente una leyenda parida por la imaginación de generaciones pretéritas? ¿Una leyenda que poco o nada dice a las actuales generaciones, pero mantenida por el enorme peso que tiene la Tradición en las religiones?  ¿Quería sustituir a los heroicos orfeos logrando lo que el otro no consiguió? ¡Por favor!  ¿Se puede vivir haciendo de leyendas fundamento de la espiritualidad de las personas?  

Quizá haya un temor sobrevolando los credos, cual es que si se quita una coma, o sea, un versículo, un sillar del edificio que sustenta la credulidad, el entramado cede porque lo mismo que tal descenso asciende de las leyendas y se asimila a los cuentos, puede que el resto de lo que el confiado crédulo cree, éste es el temor,  sea también producto de los espacios insondables de que se nutre la imaginación.

La creencia, o sea, el crédulo, cree cualquier cosa, por más inverosímil que parezca, sobre todo si hay muchos centenares de miles que creen lo mismo.  Pero como le presuponemos dueño de un gramo de razón, admitirá que el mismo derecho que tiene un católico a dar su asentimiento al Credo de los Apóstoles lo tuvieron babilonios, asirios, griegos, celtas o mexicas a creer lo que les viniera en gana. 

Pues no, que ahí está la otra credulidad razonadora de los fieles de la fe verdadera: tales creencias no católicas son burdas mentiras, engaños de sus sacerdotes de Baal para tenerlos sometidos y mansos. ¿No caen en la cuenta de esos “otros” pensaban y piensan lo mismo del cristianismo? Y eso que no saben nada de “nuestros” infiernos…

Se me ocurre una hipótesis que pudieran compartir: ¿No será que la creencia en el descenso a los infiernos  deriva del deseo hecho necesidad de aceptar la inmortalidad? ¿Y ésta a su vez del miedo a la muerte y del instinto de conservación? ¡Todo tan humano!  Porque tal hipótesis se ha aplicado siempre al leer documentos sobre mitos egipcios, babilonios, helénicos…

En Egipto son Ra y Osiris los que combaten a las fuerzas del averno. Entre los babilonios al menos mil años –¿o son tres mil?-- antes de que Cristo apareciera, se conocía la bajada a los infiernos de la diosa Ishtar en busca de su amado Tammuz. Asimismo está documentada la leyenda del dios Nergal, siglo XIV a.c. que baja a los infiernos, desencadena un terremoto y vence a las fuerzas del mal.  El dios patrón de Babilonia, el buen pastor Bel Marduc,  también  abre violentamente las mazmorras y rescata a los prisioneros, que lo miran como su salvador.

Otro sosias de Cristo, Hércules o Heracles, somete a las fuerzas del Averno, trae la luz a los muertos desfallecidos y los libra de la cárcel. ¿No suenan a algo estas palabras: “La muerte ha sido quebrada, tú has vencido al reino de la muerte.”?  Pregunten a Pablo de Tarso de qué le suena. Incluso se le permite al mismo Pitágoras, siglo III a.c., bajar al Averno para salvar a los apresados. 

Sí, todo será mentira, falsedad e invención, pero tal leyenda tuvo su otra encarnación en quien no merecía estar en prisión, Pedro: fue liberado “milagrosamente” del averno mamertino, según el libro “histórico” Hechos de los Apóstoles. ¿Y esto pasa por ser verdad? Debe serlo, dicen, cuando hasta en Roma le dedican un templo –San Pedro ad Vincula—.

Fue allí donde Miguel Ángel quiso alzar un monumento funerario a su mecenas Julio II. No llegó a tiempo y sólo quedó su Moisés. Por cierto, en ese templo me emocionó ver la tumba de Nicolás de Cusa, egregio personaje que en sus ratos libres hacía lentes cóncavas para aliviar la miopía.  Todavía leemos de él su “Docta ignorancia”.

Pero, lo dicho, ¡cómo no iba a bajar Jesús a los infiernos! No podía ser menos que los otros.

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