Un cambio donde las religiones tienen poco que decir.

Las organizaciones religiosas parten del supuesto de que su  mensaje es salvador, regenerador, imprescindible para una vida espiritual plena, mensaje que da sentido a nuestro discurrir por la Tierra. Sin embargo y a la vez que difunden este mensaje, perciben la desafección de grandes masas de población en países que están dejando atrás el analfabetismo y la pobreza.

 Y si pensamos en personas intelectualmente cualificadas ¿cómo es posible que puedan dar de lado una doctrina tan relevante y enaltecedora del hombre? La respuesta es clara y simple: porque han percibido que esa doctrina es falsa y engañosa y porque el hombre encuentra dentro de sí mismo y dentro de la sociedad en que vive los valores que lo dignifican y satisfacen.

La tarea del hombre que no confía ya en las religiones al uso, es construir un nuevo mundo de ideas y valores que tengan que ver con un proyecto humano que nazca del mismo hombre y que sirva para el hombre. Por llamarlo de algún modo, un proyecto humanista que sea una alternativa real y verdadera a las religiones del pasado.

No hablamos de “pasado” por poner un epíteto a las religiones. Es la realidad en la que han nacido, vivido y prosperado todas ellas. Las religiones descollantes que han supervivido al estropajo de los siglos –cristianismo, judaísmo, islam, hinduismo y budismo— nacieron en un entorno nómada o en asentamientos que dependían vitalmente de la agricultura, ligadas a la tierra. Y se han mantenido recabando de ese ambiente su simbología y su doctrina.

Nuestra sociedad se ha constituido como sociedad urbana. Incluso comunidades del ámbito rural han asimilado tanto medios como modos de vida y de expresión, propios de las grandes ciudades. Tal sociedad se ha visto uniformizada por los medios de comunicación, especialmente aquellos que proporcionan información al instante. Lo que hoy sucede en tal lugar de la Tierra, tarda poco en expandirse por regiones del globo separadas. Y lo que se dice de hechos, también se dice de opiniones y juicios de valor sobre cosas hasta ayer sagradas e inconmovibles.

Es cierto que el cambio en los últimos decenios ha producido una cierta confusión entre aquellos que todavía añoran prácticas arrumbadas, pero el proceso no tiene marcha atrás ni es posible una vuelta al pasado cercano, bien que ello conlleva el peligro de perder o carecer de criterios claros para juzgar la vida.

La nuestra, la del siglo XXI, es una sociedad dependiente de la técnica, usuaria de la información, abocada al cambio radical de la Inteligencia Artificial, con más tiempo para el ocio y la cultura, con relaciones humanas más cercanas y mayor esperanza de vida, hechos que generan mayor contraste de opiniones.

Quizá la mentalidad, las estructuras del conocimiento y muchos hábitos sociales no hayan corrido a la misma velocidad y se encuentren en un proceso de formación, algo lejanamente parecido a lo que sucedió en el Renacimiento. De ahí que las religiones todavía ofrezcan sus recetas al pensamiento de las masas pero con una diferencia radical respecto al pasado, que son recetas desprovistas de coerción alguna en sociedades avanzadas.

Como decimos, urge un proyecto humanista que ya va esbozándose e incluso  imponiéndose en esta nueva sociedad cada más más uniforme y con menos diferencias ideológicas. En este proceso renovador se puede conjugar el pasado con el presente, hallar en el pasado suficientes elementos que pueden servir de referencia para el presente, como principios filosóficos no relacionados con la credulidad, avances científicos, interés general por los conocimientos de la naturaleza… pero con la vista puesta en una renovación que conduzca a un mundo nuevo.

En este contexto de cambio de mentalidad social, los dogmas católicos seguirán sobrevolando e influyendo en la sociedad. La postura lógica de cualquiera que sea capaz de hacer crítica de los mismos no será negarlos porque sí, enfrentándose gratuitamente al sentir de mucha gente, sino hacer ver que son meras hipótesis necesitadas de  confirmación, afirmaciones sin peso alguno cuando no ilusorias.

Es fundamental que la nueva sociedad se base en seguridades incontestables que sólo pueden provenir del método científico. Todas las verdades deben someterse a examen, pasando por inferencias lógicas verificadas con controles experimentales. Investigaciones sobre el universo, conocimiento de las leyes materiales que rigen el orden natural y áreas concernidas están lejos de consideraciones lingüísticas o análisis filosóficos. Y podemos decir lo mismo cuando se trata de investigar sobre la “consciencia humana”, que se puede estudiar en el marco de las ciencias naturales, la biología, la etología e incluso las ciencias sociales, lejos de lo que puedan aportar las tesis confesionales.

La religión funda su prestancia en la predicación de los principios morales. Según el criterio humanista, la validez de la moral no depende de los mandamientos que Dios transmitió a la humanidad, porque ya existe una conciencia moral universal que define perfectamente lo que es bueno y lo que es malo y que se traduce en actitudes y valores que no tienen por qué buscar pretextos religiosos para reafirmarse.

Examínese esta sucinta relación conexa con la personalidad: integridad, creatividad, inteligencia, auto limitación, auto estima, coraje, motivación para obrar bien… O aquellas que hacen relación a los demás: confianza, aceptación, solidaridad, ayuda, lealtad, perdón… Todo ello lo considera la religión, pero es la religión la que coincide con la conciencia moral universal. En muchos de sus sermones, veces la suplanta.

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